El 23 de marzo de 2023, la poeta Aurora Luque, Premio Nacional de Poesía 2022, nos honró con la asistencia a una invitación del Colegio de España en la Ciudad Universitaria de París. La poeta tuvo la amabilidad de conceder a Joaquín Bermejo y Daniel Lecler una entrevista de casi dos horas. Este encuentro, que se celebró en público, fue grabado. El texto que aquí se ofrece está basado en esa grabación. Tras una breve presentación de la poeta, aquí enriquecida, se trataron temas esenciales de su obra, fundamentales, como el papel de la poesía en la percepción y el conocimiento inmediato del mundo, el funcionamiento del tiempo, la relación entre el presente y los mecanismos de la memoria, el funcionamiento específico del lenguaje poético, así como su capacidad para reconectarnos con el mundo y darnos la sensación de recuperar el lugar que nos corresponde dentro de lo humano y lo vivo.
La distinta procedencia de los dos autores que realizaron la entrevista aportó una visión complementaria de la poesía de Aurora Luque. Joaquín Bermejo Ortiz es especialista en física cuántica y Daniel Lecler es profesor en la Universidad Gustave-Eiffel, donde enseña literatura española contemporánea y, más concretamente, poesía.
Traducciones de Aurora Luque
Meleagro de Gádara, 25 epigramas, Málaga, colección «Llama de Amor Viva», 1995. plaquette.
María Lainá, Nueve poemas, Málaga, colección «Capitel», 1996. En colaboración.
Los dados de Eros. Antología de poesía erótica griega, Madrid, Hiperión, 2000.
Safo. Poemas y testimonios, Barcelona, Acantilado, 2004.
María Lainá, Los estuches de las células, traducción del griego moderno de M. L. Villalba, Obdulia Castillo y Aurora Luque, Málaga, Diputación de Málaga, colección «MaRemoto», 2004.
Renée Vivien, Nocturnos, Santander, Revista Ultramar, colección «Travesías», 2005. Cuaderno.
Renée Vivien, Poemas, Tarragona, Igitur, 2008.
Catulo, Taeter morbus. Poemas a Lesbia, Monterrey, México, Universidad de Nuevo León, 2010.
Louise Labé, Elegías y sonetos, Barcelona, Acantilado, 2011.
Aquel vivir del mar. El mar en la poesía griega. Antología, Barcelona, Acantilado, 2015.
Anne Carson, Si no, el invierno. Fragmentos sáficos, traducción de If not, Winter, Madrid/ México, Vaso Roto, 2019.
Grecorromanas. Lírica superviviente de la Antigüedad clásica, edición, introducción y traducción A. Luque, Barcelona, Austral, 2020.
Safo. Poemas y testimonios, nueva edición que incluye nuevos papiros, Barcelona, Acantilado, 2020. Reed. corregida en 2022.
Prólogos de Aurora Luque
Arias tristes de Juan Ramón Jiménez, Madrid, Visor, 1994.
La Grecia eterna de Enrique Gómez Carrillo, Renacimiento, 2010.
Las memorias de la embajadora republicana Isabel Oyarzábal (Hambre de libertad, Almed, Granada, 2011) y la novela gráfica La cólera de Baudelaire de Laura P. Vernetti (Luces de Gálibo, Málaga, 2020).
Poemarios y antologías
Poesías
Hiperiónida, Granada, Universidad de Granada, colección «Zumaya», 1981.
Problemas de doblaje, Madrid, Rialp, 1989.
Fecha de caducidad, Málaga, Tediria (Cuaderno), 1991.
Carpe noctem, Madrid, Visor, 1992.
Transitoria, Sevilla, Renacimiento, 1998.
Camaradas de Ícaro, Madrid, Visor, 2003.
La siesta de Epicuro, Madrid, Visor, 2008.
Personal & político, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2015.
Gavieras, Madrid, Visor. XXXII, 2020. Premio Loewe, 2019.
Un número finito de veranos, Lérida, Milenio, 2021. Premio Nacional de Poesía 2022.
Antologías
Carpe mare, Málaga, Miguel Gómez (ed.), 1996.
Las dudas de Eros, Lucena, Ayuntamiento de Lucena, col. «Cuatro Estaciones», 2000.
Portvaria. Antología 1982-2002, Cuenca, El Toro de Barro, 2002.
Carpe verbum, Málaga, Ayuntamiento de Málaga, col. «Monosabio», Francisco Fortuny (ed.), 2004. Cuaderno.
Haikus de Narila, Málaga, Publicaciones Antigua Imprenta Sur, 2005. Cuadernos
Carpe amorem, Sevilla, Renacimiento, Edición de Ricardo Virtanen, 2007. Reedición ampliada en 2021.
Fabricación de las islas. Poesía y metapoesía, J. M. Caballero Bonald (Pref.), selección y estudio Josefa Álvarez Valadés, Valencia, Pre-Textos, 2014.
Médula. Antología esencial, Madrid, Fondo de Cultura Económica. Edición de Francisco Ruiz Noguera. 2014.
Homérica, Málaga, Jákara, 2022.
Traduccción
Los limones absortos. Poemas mediterráneos, Málaga, Fundación Málaga, bilingüe; traducción al italiano de Paola Láskaris (ed. y trad.), Chantal Maillard (prol.), 2016.
Estudios literarios
Mercedes Matamoros, El último amor de Safo, A. Luque (ed.), Málaga, Puerta del Mar, CEDMA, 2003.
María Rosa de Gálvez, El valor de una ilustrada, Málaga, Consulado del Mar, Ayuntamiento de Málaga, en colaboración con José Luis Cabrera, 2005.
María Rosa de Gálvez, Poesías, Málaga, Puerta del Mar, CEDMA, 2007.
María Rosa de Gálvez, Amnón, Málaga, Universidad de Málaga, 2009.
J. M. Caballero Bonald, Ruido de muchas aguas, antología y estudio preliminar de A. Luque, Madrid, Visor, 2010.
María Rosa de Gálvez, Holocaustos a Minerva. Obras reunidas, Sevilla, col. Clásicos Andaluces, Fundación J. M. Lara, 2013.
Quisiera defender, pues, una “poética solar”
que celebrara la afirmación de la vida, la
autonomía insobornable del poema que legisla para sí,
el nomadismo del deseo y la voluntad de juego.
Aurora Luque, Poética poesía, 2006.
La palabra poética sirve, pues,
para degollar la mentira
y para subrayar e indicarnos
el lugar de la belleza.
Aurora Luque, id.
Daniel Lecler: Buenas tardes a todas y todos; bienvenidos al Colegio de España. En primer lugar, quiero agradecer al director Justo Zambrana su acogida, así como al Comité de Residentes, en la persona de Cristina Sanz Ruiz, y a Stéphanie Mignot, responsable de las actividades culturales. También quiero dar las gracias al numeroso público por su presencia y a Joaquín Bermejo Ortiz, con quien voy a realizar esta entrevista de Aurora Luque, a quien tenemos el honor de recibir esta noche.
Aurora Luque nació en Almería y pasó gran parte de su infancia en el pueblo de Cádiar, en la región montañosa de la Alpujarra, al sur de España, entre las provincias andaluzas de Granada y Almería. Estudió filología clásica y es licenciada por la Universidad de Granada. Cuando Jaime Siles prologó su obra Un número finito de veranos, con la que obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2022, la calificó como «la más griega de todas nuestras escritoras modernas»1. Aurora Luque es también traductora y editora de numerosos textos literarios, entre Safo. Poemas y testimonios2, Si no el invierno. Fragmentos de Safo3, Sonetos y elegías de Louise Labé4 de Renée Vivien5.
Aurora Luque, tu universo poético es profundamente vital. Está poblado de voces que dialogan entre sí y mantienen fuertes vínculos con la voz poética que se expresa en tu obra. Cernuda, Jaime Gil de Biedma y otros se dejan oír en una línea que habla del amor y de la amistad, del deseo y de la insaciable sed de vida. En «Sobremesa», por ejemplo, leemos los versos «aceptar como joya donada por la vida/ la capa suavemente moteada/ que el sol pone en los hombros/ de esta hora de amigos»6. Este verso se hace eco de otros de Jaime Gil de Biedma en «Amistad a lo largo»: «A veces, al hablar, alguno olvida/ su brazo sobre el mío,/ y yo aunque esté callado doy las gracias, porque hay paz en los cuerpos y en nosotros»7. El amor y el deseo, aunque no son los únicos, son dos pilares esenciales de tu poesía.
El deseo se expresa de diferentes maneras. El deseo de convocar voces femeninas, poetas o no, que han sido injustamente marginadas. Pienso, por ejemplo, en «La portadora del nombre». Tu poesía expresa también una voluntad de afirmar «lo femenino» frente a «lo masculino», omnipresente y omnipotente, a través del lenguaje y, más concretamente, a través de un léxico que remite al deseo de las mujeres. Pienso, por ejemplo, en el poema titulado «Oda a la ciprina» de La siesta de Epicuro8.
En tu poesía, el deseo es esencial para la vida y la escritura. Esto queda muy claro en el poema «Carpe noctem», de Problemas de doblaje, en el que el amor y el deseo desempeñan un papel fundamental: «Desear es llevar/ el destino del mar dentro del cuerpo»9. También lo escuchamos en el poema de Camarada de Ícaro titulado «Cicladia», donde escribes: «Desear nos eleva,/ enmudecer nos mata./ El silencio machaca/ nuestros huesos rendidos,/ nuestra arcilla disuelven/ las voces que se apagan»10.
Para ti, el deseo es también lo que impulsa al poeta a escribir, porque no puede guardarse para sí lo que siente la imperiosa necesidad de poner en palabras, a riesgo de perder, lo que instintivamente experimenta y comprende. La palabra no debe morir y para ello hay que compartirla. Como tú has dicho en muchas ocasiones, el deseo es una razón de peso para escribir, porque no hay nada más complejo que transcribir o traducir. En una entrevista dijiste: «Arranco a escribir precisamente de la impotencia de decir el deseo»11. Estas observaciones conducen a mi primera pregunta:
Como acabamos de ver, el amor, la amistad y el deseo son los temas principales de tus poemarios. Sin embargo, parafraseando el título de un libro de Juan Antonio González Iglesias de 2007 ¿Eros es más?: ¿Es el deseo más que el amor?
Aurora Luque: El deseo es más amplio, es motor de la vida, es lo que oponemos a la muerte; pues sí que está en todos mis libros. Tiene todas esas manifestaciones de las que has hablado. Mueve el mundo, y si no para enfrentarse, para decirle a la muerte, como digo en otro poema, en que hablo de mi palabra como dices que es, “Euforia”, también como una variación del deseo. Decirle a la muerte: no me tienes aún en tu silencio es decir deseo vivir, deseo esta vida. Cuando el deseo se atenúa o sentimos que se pierde por cansancio o porque alguna circunstancia nos hace no desear, me refiero claro a un deseo muy amplio, y no solo al deseo erótico, pues la muerte gana un terreno. Entonces es la razón de estar viva y cuidar esos deseos, preguntarle al deseo, preguntarnos por nuestros propios deseos, darle alas si necesitan y no desatenderlos. Por ejemplo, en el poema “Catástrofe” que dice como va llegando la vejez, hablo de los deseos, que “desear nos eleva”, como dice otro poema, nos eleva de la tierra que nos va a atrapar, de la muerte que nos acabará atrapando y enmudecer nos mata.
La voz que manifestamos, el deseo de escribir, el deseo de hablar, el deseo de decir también es muy importante y va asociado a la escritura. El escribir es también desear poner la vida en palabra y todas esas variaciones sobre el deseo, también el concepto, y el tema del amor y del decir sobre el deseo lo aprendí de Luis Cernuda sin darme cuenta cuando en la adolescencia cayó en mis manos libros de Cernuda. No recuerdo ahora de donde vino la recomendación de leer a Cernuda, pero agradezco profundamente haber encontrado a los 17 a los 16 años Ocnos y luego La realidad y el deseo. Empaparme en Cernuda era a esa edad casi el único libro que leía, y no podía salir de él porque me lo contaba todo. En sus experiencias tan depuradas, una manera de decirlo en tono nada retórico, también desde unos desengaños que en la adolescencia me iban muy bien, cuando es el momento cuando una empieza a ser algo rebelde, y no se siente nada integrada en el mundo, en lo convencional del mundo. Pues aprendí de Luis Cernuda esa importancia del deseo.
Joaquín Bermejo Ortiz: Queríamos hablar ahora del tiempo como dimensión, que está muy presente en tu obra en general, y en particular, en este libro maravilloso que estamos presentando Un número finito de veranos en el que se presenta el tiempo como un recurso muy preciado, pero que es finito, ya el propio título lo avisa… esa finitud del tiempo... y de hecho, pues decías en un poema preciosísimo «vivir es ir gastando los veranos»12. Entonces, en esa noción del tiempo como recurso que activa en nosotros cierta urgencia de vivir, tu obra nos invita a quedarnos en el momento presente, pero a la vez reactiva a una necesidad de memoria. Entonces, ¿cómo pueden convivir en un poema o en el poeta esa urgencia de quedarse en el aquí y ahora con la necesidad de rescatar la memoria e incorporar todas las voces poéticas que nos preceden?
A. L. : Creo en la recuperación de la memoria, pero para convertirla en estímulo para la vida [Aurora incorpora levemente el cuerpo hacia adelante formando esferas con las manos y creando una sensación de avance], no por nostalgia. Me interesa por ejemplo recuperar la voz de Mercedes Matamoros, que es una poeta cubana maravillosa, y que cuando la leí, quise editar rápidamente sus sonetos en una colección en Málaga. Me interesa, no por nostalgia, no por recrearme en el pasado y no creo que nadie necesite recrearse sino recuperarlo en lo que lleve de levadura, levadura vital, levadura para que la vida sea más rica y más sabrosa y se eleve, ¿no?. Se eleve como un buen pan que alimenta más cuando está bien. Y entonces, esa levadura, puede estar en el rescate de lo valioso del pasado. Lo de buscar esas autoras, que no entraban en el canon, que todavía no han entrado, que no están en el libro de versos, como María Rosa de Gálvez o como Isabel Oyarzabal, es porque todavía tienen muchas cosas valiosas que decirnos, pueden hablar al presente. Incluso Esquilo en una de las obras de la tragedia menos valorada, que es Las Suplicantes, resulta que está hablando de problemas que podemos entender como nuestros, ¿no? Unas mujeres que huyen, las hijas de Dánao, son benditas, pero huyen, las cincuenta hijas de Dánao, quieren escapar de un matrimonio forzoso, en Egipto y piden asilo, piden como suplicantes a Zeus, protector de los que pedían refugio, piden asilo, asilo político realmente, en una ciudad griega como era Argos. Estoy hablando del siglo V a. C., entonces es una necesidad de encontrar estímulos para que también nuestro presente sea más rico y más lleno, pero no por nostalgia. Y no por evasión, ni por retroceder ni por creer que fuera mejor el tiempo pasado, aunque vitalmente a veces sí quisiéramos recuperar fragmentos de nuestra vida pasada [Aurora se lleva la mano al corazón], pero no, yo creo que el pasado es útil por eso, por buscar su cualidad de fermento.
Y en cuanto a lo finito y lo infinito, hay un juego en el título Un número finito de veranos, es esa terrible conciencia de saber que disponemos de, ahora no sabemos el número, pero que el número de veranos vivibles, vivideros, es siempre finito, nunca puede ser infinito, a pesar de la cualidad de infinitud o de suspensión del tiempo que hay en algunos veranos, sobretodo en la infancia. Es más difícil tener esa sensación de suspensión de lo temporal, que también en algunas experiencias amorosas, incluso poéticas, de felicidad especial o de entusiasmo, pues podemos tenerlas, pero en la infancia era más común. Vivir los veranos como un territorio que no se acababa, que estaba lleno de una plenitud extraña y no es que fuéramos demasiado felices, quizás los niños también tienen los miedos más puros, ¿no?, Más intensos. Pero esa sensación de que el tiempo no había que parcelarlo continuamente, no había que responder con tareas a esta hora, a la otra… y se vivía con esa sensación de infinitud. Y por eso el último poema, es casi una réplica ¿no?, «De lo infinito que contiene un verano»13.
Incluso los veranos ya, en estos tiempos de madurez, cuando ya estamos tan lejos de aquellas infancias, tan largas y tan caudalosas, incluso podemos encontrar momentos que nos hacen revivir esa sensación de infinitud, que el tiempo no cuenta, que no ha sido invitado.
Es un poema que nace de un viaje [Aurora sostiene el libro entre sus manos], en una visita a la ciudad griega de Argos, una ciudad muy calurosa y en la actualidad no muy atractiva… Pero entonces imaginé cómo habría llegado a su puerto el barco de las Danaides. No hay muchos restos arqueológicos, solo el teatro antiguo. En Grecia es muy famoso el teatro de Epidauro porque está muy bien conservado pero nadie va a ver el teatro de Argos, pues de la visita al teatro de Argos, surgió este poema.
De lo infinito que contiene un verano,
Argos julio de 2021
El teatro está abierto,
tiene mil bocas, mil puertas, mil voces,
mil millones de voces,
diez milenios de vida,
por detrás, por delante.
Esquilo, yo te amo,
Qué llenas, caminamos,
De vida por hacer, hacia la muerte.
Quería hablar de esa sensación de plenitud, de que aunque sabemos que vamos hacia la muerte y que la muerte se va a quedar con todo, pero no todavía, y eso es lo bello.
J. B. O.: Hay un verso precioso que sugiere que el teatro aún tiene diez milenios de vida por delante. Ya hemos hablado del pasado, pero, ¿hay lugar para la poesía en el futuro? ¿y para la esperanza?
A. L.: No soy vidente pero quiero pensar que sí. Llevamos muy mal camino por ejemplo en el cuidado del planeta. Los diez milenios de vida, son una hipérbole, en gran medida por la métrica [Aurora sonríe con orgullo al hablar del especial cuidado de la forma, a lo que a menudo llama musicalidad, en sus poemas], si pongo once, los acentos ya no funcionan, pero da igual, porque es una cantidad incontable en términos humanos pero quería señalar la inmensidad del tiempo.
El teatro tiene un sentido muy amplio, el teatro es compartir voces, ponernos en la piel de otros, creernos otros personajes y jugar. También es su origen, el de Esquilo. Frente a Eurípides, yo prefiero a Esquilo. Ese invento maravilloso que es la capacidad de creernos lo que está ocurriendo, como decían los sofistas: es mejor el artista que mejor engaña. Este poema trata en definitiva de imaginar que el teatro tiene mucha vida y nosotros con él.
D. L.: Me gustaría insistir ahora en las conexiones importantes que existen en tu obra entre la poesía como vía para tender hacia una armonía, una unidad, entre la naturaleza, el yo y la lengua. Poesía, lengua y naturaleza constituyen como un nudo borromeo. Parecen indisociables.
Por ejemplo, en el poema titulado «Del descifrar»14, sacado de Problemas de doblaje, el yo explicita el «oficio» de poeta, insistiendo en el papel de profeta que tiene. El poeta es el que sabe ver, descifrar, conocer y conocerse. En esta composición, la voz insiste en la relación privilegiada que existe entre el universo, el yo que mira, escucha y transcribe. Leemos:
[…]
Y qué saturación sentir el aire
de otros mundos, la hoja que temblaba
en la lluvia con sol, los astros asomados
a la leve escritura,
[…]
El oficio de poeta es pues el de una gaviera para remitir al título del poemario Gavieras que publicaste en 2020. El de una mujer alerta, que observa los confines del tiempo y del espacio. En este oficio, la palabra y la cultura, lo leído, vienen a enriquecer nuestra capacidad de ver, como subraya el hermosísimo poema «Traducir el cielo»15 de Un número finito de veranos, en que se lee:
No sé si he conocido la belleza
de la noche del cielo por mis ojos
o por los de fray Luis.
De ahí el deseo de la voz en «Días del 2021»16 de ponerse bajo un almendro en flor para escribir:
Physis lo crea todo de sí misma.
Poiesis crea mundos de las manos de humanos.
Por eso es que me siento
bajo un almendro fieramente en flor
y aguardo a que las manos del buen eros
mensajeras
me acaricien la frente
y me dejen palabras naturales,
palabras incendiarias,
en lo oscuro del mundo de mi pecho.
Para ti, la naturaleza es indispensable a la vida y a la creación como declaras en el poema en prosa «Que huela a árbol», el cual no deja de hacer eco al segundo poema de Luis Cernuda en Ocnos «La naturaleza»17 y a otro de Juan Ramón Jiménez titulado «Árboles hombres»18. En «Que huela a árbol»19 escribes:
Lo entiendes luego, tarde. Crecer con árboles te enseña música: los ritmos del tiempo, de los frutos, de los cuerpos. Te enseñan métrica. A los huertos no está invitada la velocidad. Escribir ha sido casi una variante de aquel estar con árboles: escucha, flujo de palaras con misiones de savia, aspirar a que una frase o un verso cuajen como una cereza rotunda, una pera voluptuosa, una aceituna filósofa o una almendra críptica, y darlas a probar, regalarlas.
En febrero y en marzo siembro granos, legumbres, hierbas, por sentir cómo germinan. Con el último premio literario lo primero fue comprar cuatro arbolitos de maceta: un limonero, un naranjo chino, una lima, un calamondín.
Así que no sé escribir lejos de los árboles. Sin ellos, basta con que estén allá en el horizonte o asomando entre jardines ajenos, mi casa sería árida, áspera. Es cuestión de compañía. O de material de escritura. Sin hojas desperezándose a diario —de libros o de plantas— mi casa estaría muerta.
Para terminar, evocaré el mar, que, aunque esté presente en los poemarios anteriores a Un número finito de veranos, en este, el mar, y por lo tanto el léxico marítimo, resultan omnipresentes y constituyen uno de los hilos conductores que estructuran la obra. Contribuyen, gracias a su poder metafórico y simbólico a dar un poderoso valor filosófico al libro que se percibe perfectamente en el poema inicial del apartado Náutica titulado «Obra viva, obra muerta»20 (Aurora Luque lee dicho poema).
Este breve recorrido de tu obra me encamina hacia otra pregunta. ¿Para ti, tu último libro constituye una etapa nueva, peculiar, en tu proceso creativo?
A. L.: Tampoco se sabe nunca si vas a volver a escribir. Sí, quisiera seguir haciéndolo, pero la idea del libro llega mucho después de tener algunos poemas, unas ideas que están rondando, unos fragmentos que luego vas cerrando como poemas. Yo tardo mucho en escribir un libro. Entonces, tampoco sé cómo podría ser el siguiente ni cómo lo voy a articular con lo que vaya surgiendo, que tendrá sus relaciones, pero ahora mismo no lo podría conocer ni intuir con las notas que tengo escritas que puede que se conviertan en poemas, porque soy muy lenta trabajando. Pueden pasar bastantes años entre uno y otro.
Me ha gustado mucho el preámbulo de la pregunta porque has ido a esos elementos de la naturaleza, esos espacios, que es verdad que son muy importantes. Tienen un origen que es en parte plenamente vital, biográfico, matérico y por otra parte literario; el cielo: ¿dónde conocerlo, por mis ojos o por Fray Luis?. Sé que lo conozco. El cielo a mí me ha llegado de mi infancia. Casi todo surge de una infancia rural. Tener una infancia en un pueblo pequeño de las Alpujarras que es la ladera sur de Sierra nevada, la provincia de Granada. Una zona muy aislada se la comparaba con las Urdes de Buñel… variando mucho el trazo ¿no?. Una zona muy perdida, ahí viví mi infancia en un pueblo muy pequeño, de 2000 habitantes, y claro, el cielo estaba encendido todas las noches, limpio. La luna, conocías sin querer sus fases, la veías variar. No conocías los nombres de las constelaciones, pero estaban allí. O sea, el cielo era una parte cotidiana no como ahora que hay que irse a un observatorio, a una zona donde no haya contaminación lumínica.
El mar, pues igual. A mí me ha llegado a través de la experiencia en la infancia. Además, hay un poema sobre la primera vez que vi el mar y cómo vi que la palabra no podía contener el mar21. Y luego el enamorarme del mundo clásico, sobre todo de la literatura griega antigua, pues también me ha puesto en contacto con un mar que habla, con un mar lleno de leyendas, un mar lleno de mitos, lleno de relatos, de emociones, un mar palpitante de vidas, de humanidad, un mar muy humano y ahora, en los últimos tiempos, especialmente trágicos. Un mar que tanto por la vía biográfica como por la literaria me sigue seduciendo y no ha dejado de seducirme.
Y en cuanto a los árboles, de la compañía desde la infancia de ese huerto que había en mi casa y de esos almendros que florecían todos los años, que olía el aire a miel durante el mes de febrero, ahí sí hay nostalgia de algo que se pierde. Hay que reconocer que algo de nostalgia, sí hay. Leeré «Que huela a árbol», que ya citaste antes, para explicar la importancia de esa relación doble con la naturaleza:
En mis años de estudiante y madre joven viví en un edificio de Granada que daba a un callejón sombrío, llamado con sarcasmo calle Comercio. Por la ventana veíamos pasar la vida toda de una familia vecina. Como a pantalla privilegiada asistíamos al trabajo del padre, pintor de cuadros-de-tienda-de-muebles. Solamente pintaba floreros y alhambras, cuatro o cinco cada día. Antes del verano ponía mucho frenesí y producía un par de decenas de obras. Y la ventana de la calle Comercio quedaba cerrada durante un mes. Fue la casa peor porque tuvo las peores ventanas. Una casa desde la que no se asista al nacimiento diario de la luz, aunque sea espaciosa, será una casa pobre.
La casa de mi infancia, en la que aprendí a leer y a disfrutar de ese leer, era una casa de pueblo con huerto. Un albaricoquero frondoso subía y sombreaba dos pequeñas terrazas. Criaba en su tronco grumos de resina dorada y perlitas de huevos de araña que yo guardaba en el salero. Cuando pienso en el verde, acude, leal, el de la hoja del albaricoquero aquel. Los libros que me han hecho (Fabiola, El polizón de Ulises, Mujercitas, La isla misteriosa, Platero) los fui leyendo refugiada en el huerto, subida en el almendro o tirada al sol, con hormigas y cortapicos que exploraban mis sandalias y compaña de moscas en verano. A nuestro dormitorio trepaba un rosal-salmón. Yo no sabía que el salmón fuera un pez. Fue antes el color que mi madre le puso a aquellas rosas.
Lo entiendes luego, tarde. Crecer con árboles te enseña música: los ritmos del tiempo, de los frutos, de los cuerpos. Te enseña métrica. A los huertos no está invitada la velocidad. Escribir ha sido casi una variante de aquel estar con árboles: escucha, flujo de palabras con misiones de savia, aspirar a que una frase o un verso cuajen como una cereza rotunda, una pera voluptuosa, una aceituna filósofa, o una almendra críptica, y darlas a probar, regalarlas.
En febrero y en marzo siembro granos, legumbres, hierbas, por sentir cómo germinan. Con el último premio literario lo primero fue comprar cuatro arbolitos de macetas: un limonero, un naranjo chino, una lima, un calamondín.
Así que no sé escribir lejos de los árboles, sin ellos. Basta con que estén allá en el horizonte o asomando entre jardines ajenos, mi casa sería árida, áspera. Es cuestión de compañía. O de material de escritura. Sin hojas desperezándose a diario –de libros o de plantas– mi casa estaría muerta22.
D. L.: Muchas gracias por esa lectura. En este poema se nota claramente y en muchos poemas tuyos, un elogio a la lentitud y también al saborear la vida. Tus obras piden que uno se detenga en cada palabra, en cada respiración de tu texto.
A. L.: La lentitud es la nueva riqueza, la nueva riqueza es el silencio también, cierta forma de soledad deseada que actualmente no conseguimos. El tiempo lento y nuestro es el gran tesoro que no sabíamos que lo necesitábamos tanto. Esa lentitud es el saborear la vida, es el único formato en el que la vida toma el sabor verdadero. Si vas muy de prisa a todas partes pierdes el paladar de la vida, no la puedes saborear. Es una cosa casi física y eso solo lo regala la lentitud. Sin la lentitud no podemos disfrutar de casi nada. Es otra manera de decirle a la muerte... Cuando vivimos a gran velocidad, sin poder detenernos y estar con nosotros mismos, creo que la muerte gana terreno porque no estas contigo, con tu propio ser, no te estás viviendo. La lentitud sabe a tesoro.
D. L.: Cuando hablas de la lentitud y del silencio nos damos cuenta de que el sentido nace de la lentitud y del silencio porque sin el silencio no existe el sentido. Las palabras no son nada y no tiene ningún sentido sin el silencio, sólo son ruidos incomprehensibles. El silencio tiene sus matices, su color.
A. L: Sí, parece
una paradoja que estemos hablando todo el rato y utilizando tantas palabras
para elogiar el silencio. El silencio es la verdadera condición del disfrute de
la poesía. La poesía tiene silencio incluso en el blanco que rodea los poemas,
el blanco del papel. Juan Ramón enseñó a toda la poesía española cómo editar y
cómo disfrutar del silencio que rodea el poema. En Málaga hay toda una
tradición editorial, de edición de poesía, heredada de Juan Ramón Jiménez y de
los poetas de la generación del 27 sobre todo porque allí estuvo la antigua
imprenta “Sur” donde se publicaron Emilio Prados, Altolaguirre, Lorca,
Aleixandre, Cernuda. Publicaron sus primeros libros y se creó una manera de
ubicar el poema en la página; también por las exigencias de Juan Ramón que
enfermaba si el poema no estaba rodeado de su silencio, de su espacio. El poema
tiene que respirar y si está en una página pequeña pues se lo sufre. Es
una manera metafórica de hablar de ese silencio necesario para encontrarte con
la poesía. La poesía no se puede leer de un tirón, un libro de arriba abajo; o
también –pero, por lo general exige, detenerse en el poema– repetirlo,
releerlo, o quedarte con una parte, pensarla, volver a él. Los buenos libros
además son los que no se gastan.
Una novela buena es la que quizás te absorbe y la lees porque te has metido en su mundo y no puedes dejar casi de estar en ese mundo creado; pero el poema es rico y es bueno porque te regala nuevas lecturas. El libro bueno de poemas se te queda al lado de tu mesita de noche y lo relees al cabo de los años, te sigue diciendo cosas, no se gasta. La buena poesía no se gasta. Machado no se gasta nunca. Las coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique no se agota, siempre te está sugiriendo ese dolor de pérdida y de paso del tiempo, te sigue emocionando porque no se gasta en el poema. Eso es muy difícil de conseguir, pero creo que es la manera para mí de valorar ¿no?; que puedo seguir releyendo y me sigue diciendo Cernuda algo amable al oído.
Has hablado de la amistad, yo en los libros encuentro amistad, encuentro voces amigas. Cuando leo a Juan Ramón, Juan Ramón me está contando cosas al oído a mí, casi puedo hablar con él también, y sé que las ha escrito para mí. Esa es la grandeza de la literatura que rompe con la tiranía del tiempo. La literatura rompe con los siglos, con los moldes, los márgenes… pues no, el siglo no es nada porque Safo, porque Esquilo, viajan y anulan el tiempo, anulan el cómputo, la cantidad, la duración. Y vienen a mí y ese tiempo queda convertido en cercanía y esa voz sigue viva. Y es un misterio tan maravilloso que siga funcionando la voz de esos autores tan lejanos que además sabían, sobre todo Safo, la primera poeta de Occidente, Safo sabía que se iba a hablar de ella y que se iba a escucharse su voz en el futuro. Pero es el deseo de la palabra escrita, volcar en ella experiencias, emociones, reflexiones, dudas, preguntas, en basarlo en ese molde de palabras y dejarlo además gratis. Es como regalarlo generosamente. Los poetas del pasado y del presente regalan generosamente sus poemas. La poesía es lo más opuesto a lo que cuesta dinero. En cualquier biblioteca está toda la poesía regalada. Los que la escribieron la escribieron para regalarla, no para venderla. La poesía pasa en un momento dado por un formato, pero luego pierde los derechos, sigue completamente libre, gratis, para todo el mundo; por eso el capitalismo no ama a la poesía porque no puede vender, no puede negociar con ella porque es libre, es gratuita, te regalo un libro, me lo sé y te lo digo, pues ahí no entra el mercado. Entonces eso fastidia mucho al poder del capitalismo, no puede con ella.
D.L.: Pues Juan Ramón decía «El arte y el amor. Es todo y es bastante»23. También lo que llama la atención en tu poesía es la importancia de la oralidad que se combina con la escritura. No sé cómo decirlo de otro modo. ¿La oralidad, lo conversacional, es importante para ti, verdad?
A. L.: Has hablado del poema «Sobremesa», ese poema resume momentos compartidos en que hablas con amigos, y uno de los poemas que aparece como inéditos en poesía reunida, es precisamente también sobre el mundo que se crea cuando hablan dos personas. Cuando hablan dos personas casi que se crea un mundo aparte, se va creando una complicidad que tiene algo poderosamente poético. Y para celebrar eso –porque a mí me gustan mucho esas sobremesas conversadas con amigos que es lo que más echo de menos cuando tengo mucha tarea y mucho trabajo– escribí ese poema «Sobremesa»; que además es precisamente con Juan Antonio González Iglesias con quien tuve una de esas sobremesas cerca del mar. Para celebrar ese mundo en que se comparten palabras, escribí ese poema «Sobremesa», esa amistad, esa creación oral. Se crea para perderse, pero, ¡cómo alimenta la vida!
D.L.: Cuando hablabas de «Creación oral» pensé en Jaime Gil de Biedma y en que ciertos de sus poemas tienen una tonalidad claramente conversacional que también tienen a veces tus poemas. Están impregnados por una tonalidad, una oralidad de confidente. Y también pensé en los poemas como amigos y leí en tu libro Safo. Poemas y testimonios una frase que tuvo mucho impacto en mí que voy a leer, si me lo permites, que dice:
Solón de Atenas, hijo de Equecéstides, oyó en un banquete a un sobrino suyo entonar un canto de Safo. Dicha pieza le produjo un gran placer y solicitó al jovencito que se la enseñara. Cuando le preguntaron que por qué se ocupaba en eso, él contestó: «Para morir llevándolo aprendido».
Eliano, según el Florilegio de Estobeo, 3, 29, 5824.
A. L.: «Para morir llevándolo aprendido». Ahora no se enseña un poema de memoria. Podía ser fastidioso, pero en realidad sirve para llevar tu archivo personal de poemas que cuando los necesitas, te salen para ti o para decírselos a alguien. Si no lo empleamos, te queda esa posibilidad. De mi madre sí que escuchaba poemas que ella se sabía de memoria y se los escuchaba, de Machado, de Calderón, algún fragmento, de santa Teresa… en su alzhéimer que ahora padece, de pronto recitaba, recitó un poema de santa Teresa que yo no le había oído nunca, porque así, con san Juan, con el Cántico le salía una estrofa y lo repetía mucho, pero el de santa de Teresa no se lo había escuchado nunca y en plena demencia senil lo sacó y lo repitió: misterios de la poesía… Entonces lo de Solón, él es uno de los siete sabios, ya es mayor cuando se le dice que por qué va a aprender un poema lírico de Safo, entonado, ¿por qué te quieres aprender una canción de Safo tú que eres un sabio de la ciudad? «Para morir llevándolo aprendido». Es muy bonito eso. Eso demuestra cómo se admiraba a esa poeta, a esa mujer, cómo la admiraban sus contemporáneos. Incluso sentirían devoción por ella y sigue viva como tantos autores de la antigüedad.
D. L.: ¿Nos podrías hablar de Un número finito de veranos?
A.L.: El libro está estructurado como un cuadro de ejercicios sobre géneros, con nombres de géneros antiguos que eran de las distintas clases de poemas que se conocían, sobre todo en las retóricas antiguas griegas y latinas, y algunos eran canciones y quizás para estructurarlo así me movió la añoranza de un tiempo en que los poemas fueron canciones y tenían nombres. Nombres casi individualizados: un epinicio dedicado a los vencedores de los juegos deportivos, una elegía, un epitalamio que está dedicado al amor de una pareja… los dolorosos; en fin que tenían sus nombres como las canciones que los mantienen esos nombres boleros, tango, una morna. A mí en la poesía contemporánea me faltan nombres para cada tipo de poema, no los hay. Ahora son muy visuales, pero es más difícil categorizarlos, ponerles un nombre para recordarles, ponerles un nombre que atienda al ritmo porque quizás se cuide más lo visual, en una época de mayor predominio de lo visual quizá más que lo sonoro y por eso estructuré marcadamente el libro. La primera parte se titula «Náutica» y los poemas me los sugirió una formación que decidí seguir. Me decidí a estudiar para sacarme el título de patrona de embarcación de recreo. En Málaga fui a una escuela náutica, me matriculé. Quiero probar esto de navegar, a ver el velero como puede ser. Convertirme en estudiante me encantó. Con la náutica me enamoré de las palabras del manual de náutica, de la terminología: las balizas, los tipos de olas según el tipo de altura, las mareas… todo eso era fascinante para mí. Entonces el primer poema «Obra viva, obra muerta» nació de este descubrimiento: obra viva o carena es la parte sumergida del casco y la obra muerta es la parte del caso que emerge del agua. La superficie del agua divide la obra viva, que es lo que está debajo del agua y la obra muerta es lo que hay encima y en principio choca. La obra muerta es lo que vemos, lo vistoso del barco, lo visible es la obra muerta y la obra viva es la inferior. En principio, choca, e hice un poema porque es casi como una alegoría de la vida. En la vida, lo sumergido es lo que palpita, lo que es más vivo, lo que todavía no se ha dicho, lo que no se ve es lo que nos mueve, e hice este poema:
Obra viva, obra muerta
Obra viva o carena: es la parte sumergida del casco.
Obra muerta: parte del casco que emerge del agua.
Sabía de la vida
quien así bautizó las mitades del barco.
Al sol y a la intemperie,
lo demasiado claro,
lo que el mundo carcome de nosotros,
lo que ha dejado ya de palpitar,
lo seco, lo tensado,
los cables, las amarras,
el mascarón obtuso y maquillado.
Las sirenas del puerto,
Sus imperiosas voces de contralto.
Mirando la negrura, la obra viva:
el mórbido contacto
con lo que fluye y huye,
los sueños que succionan
el indecible plancton,
el roce con cardúmenes inquietos,
con escualos, con náufragos,
y las sombras de carne de molusco
que proyectan los cuerpos
bajo el sol enlazados.
Las sirenas del fondo,
sin pulpa de sonidos,
pero deseos aullando.
Las sirenas de arriba,
las sirenas de abajo25.
En eso me entretuve cuando tenía que prepararme exámenes de náutica. El léxico, el mundo de la náutica es fantástico. No conocía esas palabras, orinque, mascarones, me parecían tan sonoras y sabrosas, me parecían palabras llenas de alegorías y de metáforas, de imágenes poéticas. El mar siempre ha sido fuente de metáforas y de imágenes poéticas.
Hablando de libros y de la amistad de los libros, pienso en «Periscopio con el horizonte»26. [Aurora empieza a leer el poema]. Es un canto de amor a los libros, es un encomio, está en la sección «Encomios»27, de alabanzas, de cantos de celebración. La poesía hay quien la clasifica en hímnica y elegíaca, o eres hímnico o elegíaco. El deseo de celebrar, de cantar mueve mucho mi poesía, me gusta leer, encontrar poemas que celebran diferentes aspectos de mi poesía.
[A continuación, Aurora, con mucha delicadeza y modestia, propone leer otro poema y elige uno que pertenece a Gavieras y empieza a definir lo que es una gaviera]. La gaviera es la mujer que atiende al horizonte. La palabra no existía en femenino, los diccionarios la recogían solo en masculino porque era un oficio marino, y el gaviero es el del palo mayor que vigila a los santos reales del barco, pero también en sentido figurado es la persona que está pendiente del horizonte, de lo que ocurre en el horizonte, la persona que ama estar mirando al horizonte. Y pensé junto a la gaviera que estaría la espigadora, que además es un personaje de una zarzuela española que es La rosa del azafrán28, en la que hay un coro de espigadoras. Las espigadoras o los espigadores son los que van recogiendo lo que sobra de la cosecha, en el caso del trigo, las espigas que quedan sin recoger o quien espiga cualquier otro fruto y que recoge. Y también es ahí donde Agnès Varda ubica su película29. Y para mí, la espigadora es también la poeta, el espigar es la misión poética, espigar en el mundo las palabras. Es también lo que son las verdades que se dan por poco valiosas, por inútiles, por segundarias. [Aurora Luque lee el poema]. [Después de su lectura, bebe agua y prosigue diciendo] Es un poema muy largo y no le puse puntuación porque quería seguir un ritmo, como iba entrecortado con la música, con la letra de esa canción de las espigadoras, y el ritmo era recoger sin descansar los alimentos que otros echan… tiene que ser fatigoso. [Joaquín Bermejo Ortiz se dirige a los asistentes y empieza un diálogo con la sala. Después de este intercambio con la sala se vuelve a hablar de la lentitud y Aurora hace referencia a su poema «Oda a la lentitud» y precisa]: «Oda a la lentitud» de Renée Vivien que es de quien voy a hablar el sábado30. Al descubrir a Safo descubrí de paso a autores, a poetas, a traductores y traductoras que habían también acudido a Safo, sobre todo mujeres porque Safo fue muy querida, muy justamente admirada y respetada por Horacio, por Platón, por Solón, por Catulo, por Ovidio, por los poetas de la antigüedad y los siglos siguientes. Sin embargo, ser escritora, poeta y mujer estaba muy mal visto. La mujer tenía que dedicarse a la crianza, casarse, no hablar demasiado… la perfecta casada y tenía que ser lo más silenciosa posible y entonces, claro, las que escribían buscaban a Safo como autoridad y como modelo. Una de ellas es Renée Vivien31, no solo como poeta sino como lesbiana. Escribió sus poemas, al principio bajo un seudónimo, estaba enamorada de otra mujer, Nathalie Barney.
El caso de Safo sirvió de doble modelo sobre todo como poeta. Yo la descubrí así, pero cuando estudié literatura francesa, nadie me habló de Renée Vivien, y cuando buscaba no estaba en ninguna librería, no estaba en las bibliotecas y me gustaba su sentido del ritmo. Es muy Baudelairiana y, creo, más siniestra, más oscura, con una pulsión de muerte mayor. Ese París era muy libre, pero debía sentir que no había sitio para su poesía y para ella. Tiene una oda a la lentitud como generosa fuente de hedonismo. En ese sentido fue una gaviera.
[Aurora se propone leer otro poema para evocar otro tipo de gaviera y lee un poema que evoca a Teresa de Ávila] Teresa de Jesús ya bastante mayor se pone a fundar conventos para mujeres y a recorrer enferma, como administradora, al borde de la muerte, se lanza a fundar conventos, tiene unos 40 años y se lanza a fundar conventos por las tierras de España, por las carreteras de entonces. Tiene esa capacidad de hacer lo que se tiene que hacer y en ese caso de andariega. Ahí, la pongo un poco a hablar y ella me habló y me contó esto. El poema se titula «Amor traducido por el fuego». Precisamente fue para una antología solicitada en Salamanca sobre Santa Teresa. La cita es de Mirabai32, la poeta hindú y la otra de la propia Teresa de Jesús. [Aurora se pone a leer el poema]. «Ya se me están quemando las palabras» el fuego encima de los pucheros volvemos a encontrar esa idea de que dios anda entre los pucheros. Ahí es también el castillo interior, lo siente un poco desatendido precisamente por algo que queda por hacer, andar, caminar, y con esas sandalias, con sus pies ¿Cómo llegaría andando, cansada por aquellos caminos, por aquellas cabalgaduras? Ese martirio que es goce también. Y esa sensación de no llegar a decir, pero le exigían decir y justificarse porque sospechaban que esa experiencia tan bella, tan profunda y luminosa… siempre estuvo rodeada de sospecha siempre en torno a la poesía y en este caso a la mística, al discurso que se sale un poco de lo convencional, siempre sospechas alrededor. Teresa de Jesús estuvo en un tris de llegar a la hoguera, de ver sus obras quemadas. Ese riesgo de la escritura es lo que aquí he querido celebrar como una gaviera más, otra que estaba atenta al horizonte. No le importaban las convenciones que la querían ahogar.
Pregunta de Esther, residente del Colegio de España: Me interesa mucho la vitalidad que tienen todos los mitos en poesía. ¿cómo es el proceso de decantar la propia experiencia de los mitos y, ¿hay algún mito que no hayas querido trabajar porque sientes que hay demasiadas voces ya en la tradición?
A.L.: Los mitos surgen de manera casi imprevista, no programada. Lo trato como profesora de literatura y de latín y griego. El contacto con el mito es cotidiano. Por ejemplo, tratamos uno de los poemas de La Odiesea, El loto, que es el fruto que al comerlo te producía olvido. Algo que comes y te lleva al olvido, eso es muy sugerente. Algunas experiencias son como el loto, provocan la suspensión del tiempo rutinario…Por ejemplo, el amor. Entonces depende de cada lectura y de lo que el poema pide. Arranca de una manera y quizá escoja un mito o no. También es verdad que hay mitos malgastados… Orfeo, Ítaca, el motivo de Ulises… A propósito de Homero [Aurora sonríe sutilmente y se coloca un mechón de pelo], contaba Alberto Manguel que en Colombia en los años 90 se puso en marcha un proyecto de llevar bibliotecas ambulantes a aldeas muy perdidas y se dejaban allí los libros. Uno de ellos fue La Ilíada. Cuando pasaron a recogerlos devolvieron todos menos este. Al preguntar por qué, respondieron que no querían devolverlo porque al leerlo habían visto que contaba sus vidas. Contaban que a ellos le pasaba lo mismo que a los Troyanos, que unos dioses habían decidido por ellos que vivan una guerra y no sabían por qué ni por quién luchaban, se me pone un poco la piel de gallina [Aurora muestra su brazo con la piel erizada]. Homero está lleno de mitos muy transitados, pero es que te sigue contando todas las guerras. Toda la sinrazón de una ciudad destrozada por una guerra que, la de Troya, de hecho, no sirvió para nada históricamente, no amplió imperios… que tampoco es que una guerra tenga que tener ninguna utilidad, por favor, que no se me entienda mal [Aurora pide disculpas juntando las palmas de las manos], no estoy nada más lejos de toda guerra infame. Pero en este caso la de Troya sirvió para que tengamos La Ilíada y después La Odisea, el ciclo épico. Pero sigue apelándonos. Yo también caigo a veces en volver. De hecho uno de mis libritos últimos es Homérica33. Incluso los autores de canciones, hay canciones con alusiones a Homero, un Aquiles, una sirena… Hay que tener mucho cuidado sin embargo de que no suene a nada banal, a cosa ya dicha. La mitología era muy libre. Era una materia religiosa, habla de los dioses, pero no es dogmática, no hay herejes, de hecho los herejes eran bienvenidos. Eran los poetas que rehacían los mitos, fue elástico, muy transitable y aprovechable, no quemaron a ningún poeta por hablar de dioses. Bienvenido al poeta, se le aplaudía por hacer una variación de un mito. De ahí la riqueza de la mitología, no es un libro sagrado que no se puede tocar. En fin, hay una literatura muy aprovechable en la materia mítica, y en todos los campos, en la música, en el teatro, en la filosofía…
J.B.O.: Me gustaría acabar evocando un poema por el que estamos aquí. Es el poema por el que yo te conocí. Al leerlo me quedé tan impactado que me fui directo a comprar el libro. Por esos días yo andaba por las calles de Gentilly, medio enamorado, buscando luz y árboles, descubrí «Kélesis I»34, encontré ese poema y resoné con sus ramas y con sus ficus y con su alto lenguaje. Creo que integra estas tres ideas que nos traía Daniel : deseo, ritmo lento y lenguaje y naturaleza.
A. L.: Qué emocionante. Cuando uno escribe no sabe si va a servir a alguien, a servir en el sentido de lo que sirven los poemas. Las lanzas y a esperar. Es de la parte segunda, erótica. [Aurora coge el libro Un número finito de veranos, sonríe en abundancia y procede a leer el último poema de la velada].
KÉLESIS 1
Supe que amaba cuando
me descubrí amando cuantiosamente al mundo
con más delicadeza,
como ignorando antes totalmente
su densidad de encanto,
la audición de sus dichos,
el júbilo en su abrirse ante mis ojos.
Los ficus se cruzaban en lo alto
de las calles, abrazados, frondosos,
y no sé si la gracia estaba en mí
que miraba ese sol dado a las hojas
como quien tiene ganas de cantar
y sabe que esas ganas anidan en el pecho
sin llegar a los labios, y es bastante.
Canta el cuerpo por dentro y sintoniza
con el lenguaje alto de las ramas
como un secreto que el amor, severo,
no quisiera contarme todavía.
Pero supe que amaba, Me lo decía el mundo.
Conclusión
En conclusión, esta transcripción recoge el encuentro con la poeta Aurora Luque, Premio Nacional de Poesía 2022. En ella, nos hemos acercado a su libro Un número finito de verano y al conjunto de su obra a través de tres ángulos diferentes pero estrechamente entrelazados: el deseo, el tiempo y la memoria, y la relación con la naturaleza y el mundo externo.
Su poesía es, de hecho, una poesía del deseo; deseo en el sentido más amplio y universal de la palabra, deseo de vivir, de compartir una experiencia, unas palabras, un momento de silencio. Un momento de amistad cerca del mar, compartir el mundo con los otros, el mundo con el mundo.
Para lograr esto, rescatar las voces poéticas que nos preceden es imprescindible, pero no por nostalgia, aunque a veces de forma irremediable la encontremos, sino como un estímulo para la vida. La memoria del pasado es levadura vital, nos eleva. Esta búsqueda no es un intento de recrearse en el pasado, sino de encontrar inspiración y enriquecimiento en las voces olvidadas y las experiencias pasadas, que poderosamente sabe rescatar, cuidar y hacernos descubrir la autora, como la poeta Renée Vivien, que tan cerca tenemos en el Colegio de España.
Asimismo, la naturaleza desempeña un papel fundamental en su obra, tanto desde un punto de vista autobiográfico como literario. Los árboles, en particular, son una compañía esencial para su proceso creativo, y su presencia en su entorno es indispensable para la escritura. Los árboles, al igual que los libros, son amigos que inspiran y nutren la poesía. La naturaleza nos permite entregarnos al silencio, a los ritmos lentos, alejados de la prisa y el mundo del capital. La poesía no le pertenece y viaja por el tiempo, de mesilla en mesilla, de madre a hija. Los textos poéticos, ya sean antiguos o modernos, entran a menudo en resonancia con la actualidad política del momento. Destacamos el papel de la oralidad y la conversación como elementos fundamentales de su poesía y de esta resonancia.
No podemos concluir este texto sino agradeciendo desde lo más profundo de nuestro corazón este fin de semana compartido.
[1] Aurora LUQUE, Un número infinito de veranos, Jaime Siles (prol.), Lérida, Milenio Publicaciones, 2021, p. 9.
[2] Safo, Poemas y testimonios, Nueva edición de Aurora Luque, Barcelona, Acantilado, 2020.
[3] Anne CARSON, Si no, el invierno. Fragmentos sáficos, traducción de If not, Winter, Aurora Luque (ed. y trad.), Madrid/ México, Vaso Roto, 2019.
[4] Louise LABÉ, Elegías y sonetos, Barcelona, Acantilado, 2011.
[5] Renée VIVIEN, Poemas, Aurora Luque (trad.) y María Mercè Marçal (epílogo), Castellón, 2007.
[6] A. LUQUE, Un número infinito de veranos, op. cit., p. 111.
[7] Jaime Gil de BIEDMA, Las personas del verbo, Barcelona, Seix Barral, 1991, p. 22.
[8] A. Luque, La siesta de Epicuro (2008), Carpe amorem, selección y prólogo de Ricardo Virtanen, Sevilla, Renacimiento, 2011, p. 196. En français, la cyprine, comme l’indique le dictionnaire Robert est la sécrétion vaginale, signe physique du désir sexuel féminin.
[9] A. Luque, Problemas de doblaje (1990), Carpe amorem, op. cit., p. 84.
[10] A. Luque, Problemas de doblaje (1990), Carpe amorem, op. cit., p. 84.
[11] Máster Room Aurora Luque. [https://www.youtube.com/watch?v=96Huf2ZNuak], 40:30.
[12] Cita del poema que da nombre al poemario. A. LUQUE, Un número finito de veranos, Jaime Siles (prol.), Lérida, 2021, p. 113.
[13] A. LUQUE, Un número finito de veranos, Jaime Siles (prol.), Lérida, 2021, p. 133.
[14] A. LUQUE, Carpe Amorem, Selcción y prólogo de Ricardo Virtanen, Sevilla, Renacimiento, 2021, p. 81.
[15] A. LUQUE, Un número finito de veranos, Jaime Siles (prol.), Lérida, 2021, p. 103.
[16] A. LUQUE, Un número finito de veranos, op. cit., p. 45.
[17] «Le gustaba al niño ir siguiendo paciente, día tras día, el brotar oscuro de las plantas y de sus flores. La aparición de una hoja, plegada aún y apenas visible su verde traslúcido junto al tallo donde ayer no estaba, le llenaba de asombro, y con ojos atentos, durante largo rato, quería sorprender su movimiento, su crecimiento invisible, tal otros quieren sorprender, en el vuelo, cómo mueve las alas el pájaro.
Tomar un renuevo tierno de la planta adulta y sembrarlo aparte, con mano que él deseaba de aire blando y suave, los cuidados que entonces requería, mantenerlo a la sombra los primeros días, regar su sed inexperta a la mañana y al atardecer en tiempo caluroso, le embebecían de esperanza desinteresada.
Qué alegría cuando veía las hojas romper al fin, y su color tierno, que a fuerza de transparencia casi parecía luminoso, acusando en relieve las venas, oscurecerse poco a poco con la savia más fuerte. Sentía como si él mismo hubiese obrado el milagro de dar vida, de despertar sobre la tierra fundamental, tal un dios, la forma antes dormida en el sueño de lo inexistente», Luis CERNUDA, Ocnos, Francisco Brines (prol.), Madrid, Signos, 2002, p. 22.
[18] «Árboles hombres» pertenece a Romance de Coral Gables. En este poema se establece una relación privilegiada entre el yo y los árboles. El poema se cierra sobre estos versos: «Y ya muy tarde, ayer tarde,/ oí hablarme a los árboles». Como una especie de eco significativo, el segundo está sacado del «Fragmento primero» de Espacio: «Aquel chopo de luz me lo decía en Madrid, contra el aire turquesa del otoño: ‘termínate en ti mismo como yo’». Respectivamente, Juan Ramón JIMÉNEZ, Lírica de una Atlántida, En el otro costado. Una colina meridiana. Dios deseado y deseante. De ríos que se van, (1936-1954), Alfonso Alegre Heitzmann (ed.), Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999, p. 32 y p. 97.
[19] A. LUQUE, Un número finito de veranos, op. cit., p. 107-108.
[20] Obra viva, obra muerta
Obra viva o carena: es la parte sumergida del casco.
Obra muerta: parte del casco que emerge del agua.
Sabía de la vida
quien así bautizó las mitades del barco.
Al sol y a la intemperie,
lo demasiado claro,
lo que el mundo carcome de nosotros,
lo que ha dejado ya de palpitar,
lo seco, lo tensado,
los cables, las amarras,
el mascarón obtuso y maquillado.
Las sirenas del puerto,
sus imperiosas voces de contralto.
Mirando la negrura, la obra viva:
el mórbido contacto
con lo que fluye y huye,
lo sueños que succionan
el indecible plancton,
el roce con cardúmenes inquietos,
con escualos, con náufragos,
y las sombras de carne de molusco
que proyectan los cuerpos
bajo el sol enlazados.
Las sirenas del fondo,
sin pulpa de sonidos,
pero deseo aullando.
Las sirenas de arriba,
las sirenas de abajo.
A. LUQUE, Un número finito de veranos, op. cit., p. 15-16.
[21] Aurora Luque hace referencia al poema titulado «Nomenclatura náutica» entre otros a estos versos: «A otras cosas quizás las atrapa el lenguaje/ y caben, cómodas y ajustadas, en sus nombres.// El mar no es una de ellas», A. Luque, Un número finito de veranos, op. cit., p. 17.
[22] Ibid., p. 107-108.
[23] Juan Ramón JIMÉNEZ, Ideolojía (1897-1957). Metamórfosis, IV, Reconstrucción, estudio y notas de Antonio Sánchez Romeralo, Barcelona, Anthropos, 1990, af. 505, p. 110.
[24] A. LUQUE, Safo. Poemas y testimonios, Nueva edición de Aurora Luque, Barcelona, Acantilado, 2020, p. 153.
[25] A. LUQUE, Un número finito de veranos, op. cit., p. 15-16.
[26] Ibid., p. 101.
[27] Ibid., p. 97.
[28] La rosa del azafrán es una zarzuela en dos actos inspirada en la comedia de Lope de Vega titulada El perro del hortelano. La música es de Jacinto Guerrero. Esta zarzuela se estrenó del 14 de marzo 1930 en Madrid, en el teatro Calderón. Los libretistas fueron Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández Shaw Iturralde. El tema de esa zarzuela es el del amor entre dos personajes de clases sociales diferentes. El título de la obra se refiere tanto a la fragilidad de la flor como del amor.
[29] Aurora Luque se refiere aquí a la película de Agnès Varda (1928-2019) Les glaneurs et la glaneuse del 2000. Es un documental en que la cineasta se interesa por los espigadores que peinan los campos recién cosechados y buscan los restos comestibles. En este poema, Aurora Luque evoca a la cineasta y la zarzuela mencionada.
[30] En el Colegio de España de la Cité Universitaire de Paris, Aurora Luque dio una conferencia, el 25 de marzo de 2023, titulada «Aurora Luque, crear y traducir: la poesía de Renée Vivien» : https://www.colesp.org/wp-content/uploads/2023/02/Semana-de-la-Poesia-.pdf.
[31] Renée Vivien, alias Pauline Mary Tarn nació el 11 de junio de 1877 en Londres y murió el 18 de noviembre der 1909 en París 11. Fue apodada Safo 1900.
[32] Mirabai, poeta Hindú 1498-1546.
[33] Homérica (Cuadernos Romero, Jákara Editores) recoge catorce poemas de Aurora Luque recorriendo todos sus libros, desde Problemas de doblaje hasta Gavieras, pasando por algunos poemas inéditos en libro como «La abuela de Astianacte».
[34] A. LUQUE, Un número infinito de veranos, Jaime Siles (prol.), Lérida, Milenio Publicaciones, 2021, p. 47.