En los comentarios introductorios de Exercices de survie, la última novela de Jorge Semprún, el escritor y activista Régis Debray lo describe en los siguientes términos: “Nuestro políglota fronterizo hispano-alemán-francés es, por su parte, un compuesto de Europa, un concentrado de sus más altos linajes”. ¿De qué manera las idas y vueltas de la existencia de Semprún formaron en él una conciencia europea? La trayectoria del autor tiende a fundirse con la historia europea del siglo XX. Así, Régis Debray afirma que el autor “privatiza la Historia al tiempo que historiza su vida”. De hecho, Jorge Semprún es un individuo que ha vivido en su cuerpo el dolor de las guerras nacionales, civiles e ideológicas, pero es también a través de lo peor que ha encontrado una fraternidad más allá de las fronteras. Su amplia cultura fue un poderoso apoyo durante sus traumáticos encarcelamientos; también destaca la existencia de un conjunto de referencias europeas que podían utilizarse en todas las situaciones, incluso las más dramáticas. La cultura y, sobre todo, el trabajo permanente de la mente, dentro del campo de concentración, permitieron derrotar el sistema de destrucción nazi. Sin embargo, la herencia cultural del humanismo y de la Ilustración y las nociones de progreso y modernidad se ven constantemente socavadas por la existencia de la realidad del campo de concentración. No obstante, esta constatación sólo puede establecerse a través de un largo proceso de silencio, de redescubrimiento de la escritura y de recuerdo incesante. A pesar de todo, las numerosas referencias dispersas en la obra de Semprún sugieren la persistencia de un diálogo entre culturas. Así, parece que para Semprún la cultura, y en particular la literatura, va mucho más allá del aspecto histórico de la construcción de una comunidad transnacional democrática. De hecho, permiten profundizar la noción de conciencia europea al constituir “una memoria cultural, un horizonte de vida”2.
Recientemente, François Crémieux declaró:
Exilio, resistencia, deportación, clandestinidad, ministerio, la vida de Semprún estuvo marcada por fechas que vinculan las aventuras de un hombre a las convulsiones cuyas fechas estructuran también los capítulos de la gran historia de Europa4.
No es casualidad que un filósofo emblemático de la Ilustración europea, Immanuel Kant, sea invocado por Semprún en su reflexión sobre la lógica del campo de concentración. En su ensayo Mal et Modernité : le travail de l’Histoire, trata de determinar si el campo nazi es la última manifestación del mal absoluto. Por ‛mal’, Semprún se refiere a la concepción kantiana del Radikal Böse: “un mal irreductible al error, un mal radical, como un diablo que reside en nosotros, condenando el imperativo moral a no ser más que una ley puramente formal”6. De hecho, el filósofo considera que existen tres grados de maldad: fragilitas, impuritas y vitiositas (o corruptio). El individuo alberga en su interior una propensión a hacer el bien o el mal; sin embargo, esta capacidad de decisión sólo es posible en el marco de la libertad del individuo, un contexto casi impensable en el entorno del campo de concentración. La falta (reatus) puede ser premeditada (dolus) o no (culpa). Por lo tanto, el mal moral absoluto, radical e innato, es el que se ejerce en plena conciencia por nuestro libre albedrío. El mal encarna entonces la inversión del orden moral de las máximas que definen lo que es bueno o malo. El campo es una ilustración elocuente de esto, ya que las leyes nazis y su vasto sistema de represión son considerados buenos, útiles e incluso necesarios por sus ejecutores. Así, cada hombre tendría su precio7 y la fuente del mal residiría en un exceso de amor propio, en detrimento de los demás. Para Semprún, el mal y el bien coexisten en el hombre, y ninguno de los dos puede ser erradicado o prohibido: “El mal no es ni el resultado ni el residuo de la animalidad del hombre: es un fenómeno espiritual, consustancial a la humanidad del hombre. Pero el bien lo es en igual medida”8. Así, el campo de concentración se define como un “espacio trágico, sin duda, pero esclarecedor, [...] como [un] laboratorio intelectual de nuestro porvenir común”9. Esta última expresión subraya el potencial de experimentación, investigación y análisis dentro del universo de los campos de concentración, y en particular en el marco de un colectivo que trasciende los nacionalismos.
El discurso de 1995 concluye con una visión: a su regreso a Buchenwald en 1992, Jorge Semprún imagina un lugar para “la elaboración de los principios de un porvenir europeo que evite los errores de ese pasado [...], la sede de una institución europea destinada a esa labor de memoria y de prospectiva democrática”10. Pero es con Gurs, una tragedia europea que Jorge Semprún vincula el pasado de los campos de concentración y el presente europeo. Esta obra de inspiración brechtiana es un espejo de la Europa de los años 2000, marcada por el auge de la extrema derecha y la angustia de la condición migratoria. La trama se desarrolla en la Francia de la Tercera República, que decidió abiertamente internar a los extranjeros llamados indésirables, haciéndose eco de la Francia de la Quinta República y de sus centros de detención, el más emblemático de los cuales en su función de concentración es quizás el de Rivesaltes11. Españoles, franceses, alemanes y judíos apátridas conviven en el mismo espacio desolado, bajo la mirada recelosa e inquisidora de las autoridades. Irónicamente, el campo ofrece a todos el dolor de la condición de campo de concentración. Aunque se representa en español, la obra incluye líneas en alemán y francés; este melting-pot lingüístico se refleja en el canto, como en la interpretación de “Lob der Partei” de Bertolt Brecht por los protagonistas Ernst Buch, Miguel Pérez y Myriam Lévy Toledano. La historia individual y la marcha de la historia tienden a fusionarse: los grandes acontecimientos del siglo XX en Europa (los pogromos, la revolución bolchevique, la guerra española, el advenimiento de los regímenes fascistas) determinan, a menudo de forma dramática, el destino de los personajes, al tiempo que crean puntos comunes y una memoria cultural y traumática compartida.
A pesar de sí mismo, el universo de los campos de concentración imaginado por los nazis se convirtió en un laboratorio para Europa, ya que toda la sociedad europea se codeó, se enfrentó y se ayudó:
Hombres reunidos de todos los pueblos, de todas las convicciones [...] un pueblo mordido por los golpes, obsesionado por los paraísos de los alimentos olvidados; un mordisco íntimo de la decadencia: todo este pueblo a lo largo del tiempo12.
Muchas veces asociados con el mito de Babel, los campos albergaban decenas de nacionalidades y otras tantas lenguas y dialectos, todas las categorías sociales existentes y un amplio espectro político que iba desde los anarquistas españoles a los aristócratas italianos, pasando por los burgueses holandeses y los comunistas checos. Los propios verdugos eran conscientes de eso, como atestigua el deportado griego Iakovos Kambannelis cuando cita al oficial SS Georg Bachmayer durante un día ‛normal’ en el campo de Mauthausen: “Todas vuestras esperanzas, perros asquerosos de Europa, serán transportadas en estos carros”13. En algunos campos14, la fraternidad que conlleva el ideal comunista permitía a veces volver a la normalidad del pasado, y así, en cierto modo, reconectar con la propia identidad del exterior, y más generalmente, preservar una manifestación de humanidad. Deportado al campo de Gandersheim, el resistente político Robert Antelme evoca un intento de volver a una forma mínima de ética en la práctica del poder, pero este delicado ejercicio es sistemáticamente desbaratado por el estado de excepción de las SS y la despiadada lucha por el poder con los deportados de derecho común (también llamados ‛triángulos verdes’). La organización comunista clandestina aparece como una entidad política muy estructurada, que tiende a ser omnipresente, si no omnipotente, porque siempre está dispuesta a extender sus ramificaciones. En la soledad del campamento, donde la supervivencia individual es casi imposible15, el partido permite la supervivencia colectiva. Para Jorge Semprún, deportado como Politisch a Buchenwald cuando tenía veinte años, el partido es como una deidad inmortal e intemporal:
Estaba solo, tenía dos ojos: el partido tenía mil. Estaba solo, tenía una hora para vivir, el presente: el partido tiene todas las horas, todo el tiempo, el futuro. Estaba solo, sólo tenía que vivir mi muerte; el partido podía vivir todas nuestras muertes, no moriría. Eso está en Brecht, más o menos. Pero en aquella época no había leído a Brecht, era menos literario. Simplemente, la organización del partido se hizo cargo de mí16.
La analepsis ya prepara la abundante intertextualidad en la obra de Semprún, ya que esta misma canción brechtiana será retomada en Gurs, una tragedia europea, como hemos visto en el punto anterior. En esta continuidad política, el resistente trotskista David Rousset considera que fue en Buchenwald donde la organización comunista “alcanzó un grado de perfección y eficacia único en los anales de los campos”17. Incluso sin formación política o militante, muchos supervivientes se dieron cuenta de la universalidad de su condición. Esta solidaridad empieza con la detención, especialmente a través de la figura del camarada, el compañero de viaje o el compañero de fatigas. Así, Semprún da testimonio en Le Grand Voyage de la importancia del ‛compa’. Para subrayar el internacionalismo de los valores, el narrador Gérard se asocia en el maquis con ‛Hans’, un judío alemán, que más tarde, en L’Écriture ou la Vie, Semprún reconoce como una invención. Luego, la figura del compañero reaparece con el reparto de paquetes en la cárcel de Compiègne (“el tipo del bosque de Othe”). Luego, durante su viaje en un vagón sellado, Gérard recurre a otro personaje de ficción, ‛el chico de Semur’, para que le cuente la historia de su viaje al campo. Los amigos también están presentes en el corazón del campo de concentración. Son un punto de referencia trágico pero tranquilizador en la oscuridad del campo. Así lo ilustra, por ejemplo, el personaje de Walter, un comunista alemán deportado a Buchenwald:
Voy a intentar hablar con Walter esta noche, lleva doce años encerrado, lleva doce años masticando el pan negro de los campos con la mandíbula rota por la Gestapo, lleva doce años compartiendo el pan negro de los campos con sus amigos, lleva doce años con esa sonrisa invencible18.
Algunos amigos son incluso anónimos, pasan fugazmente. Uno piensa, por ejemplo, en el “comunista anónimo” de ojos azules que salva al estudiante de filosofía de la selección en la fábrica clandestina de Dora, registrándolo como trabajador cualificado (“Stukkateur”)19. Como hemos visto, los compañeros venían de toda Europa: Henk (holandés), Morales (español), Fernand (francés), etc. Lo mismo ocurre con otros supervivientes, políticos o no. David Rousset menciona a Walter, Emil, Maurice, Benjamin Crémieux, Nicolaï, etc. Primo Levi cultiva amistad con franceses, holandeses y húngaros; la brecha lingüística se convierte incluso en un pretexto para el acercamiento, como durante la recitación de Dante con el Pikolo Jean20. Sin ser sistemáticos ni generalizados, los gestos hacia los más desposeídos siguen siendo posibles, especialmente hacia los deportados judíos, aunque no sean comunistas. En L’Écriture ou la Vie los días siguientes a la liberación del campo están marcados por el rescate de un judío húngaro. Este fantasma de hombre está al borde de la muerte, pero el narrador Gérard lo mantiene vivo, contrastando la canción popular “La Paloma” con la melodía fúnebre del Kaddish que canta el moribundo. Este internacionalismo, además de la dimensión marxista –“Proletarier aller Länder, vereinigt euch!”–, se oponía a la concepción fundamentalmente racista del poder según las SS, quienes preferían a los deportados de derecho común e incluso a ciertos políticos de la administración, al menos si eran alemanes. Esta lucha antirracista culminó con la defensa del detenido negro Tête en la novela La Dernière Forteresse, del resistente comunista Pierre Daix. El alemán vacilante del comunista Sauvet afirma, sin embargo, con fuerza la humanidad de su camarada moribundo: “Kamarad. Du weiss. Neger kamarad, nicht Schwein. Neger Mensch”21. Finalmente, el narrador de Mauthausen, enamorado de la joven Yannina, le afirma su nueva condición de ciudadanos europeos:
A partir de ahora, dije, la pequeña Lituania ya no es un trozo de tierra... Está unida a un país que no tiene fin. Verás que un día el mundo entero será así. ¿No sentiste eso en Mauthausen? ¿A quién le importaba si era francés, griego o lituano?22
La condición del Häftling se extiende también a la del Zek, uniendo los deportados de Alemania y Europa central con los de Rusia. Aunque la experiencia del campo de concentración nazi y la del gulag soviético no son iguales y las ideologías que las motivan difieren, hay algunos elementos comunes del lenguaje que dan testimonio de la universidad del dolor y del trauma del confinamiento:
Años después, estaba leyendo los Relatos de Kolymá de Varlam Shalámov, y de repente se me heló la sangre. Tenía la impresión de que mi sangre había vuelto a fluir, de que flotaba como un fantasma en la memoria de otra persona. O tal vez era Shalámov flotando en mi memoria como un fantasma. Era la misma historia, en cualquier caso, duplicada23.
El descubrimiento del universo del Gulag constituye un momento epifánico: la relación entre los dos supervivientes se transforma en un vínculo gemelo, el recuerdo traumático se vuelve intercambiable: “Recordé un lugar en el que nunca había estado”24. Dentro de la escritura, los narradores semprunianos y soviéticos, en particular los de Alexander Solzhenitsyn, comparten los mismos motivos: la nieve que se arremolina en la plaza de la convocatoria, los focos cegadores, etc. La identidad sempruniana, ya múltiple y fragmentaria, se despliega una vez más para dar cabida a una nueva alteridad, aunque terriblemente cercana:
[…] iba a abandonar mi ser, incluso mi ser irreal, para empezar a habitar, o más bien a ser habitado, por otra vida, investido por otra memoria: la de Ivan Denissovitch, en primer lugar, y luego, con el paso de los años, con la ayuda de las lecturas, la de todos los zek de los campos del Gulag cuya memoria y nombres se nos han conservado en los numerosos relatos y […]25.
Si la comunidad política europea en los campos salvó al superviviente de la muerte, la cultura europea constituye a su vez una protección espiritual, y más concretamente una salvaguarda. De hecho, el término se entiende como un baluarte protector, a veces débil, incluso ilusorio, contra las manifestaciones cotidianas de la violencia y el trauma. En sentido figurado, la salvaguarda protege contra el error, contra la falta. En primer lugar, la cultura permite mantener una identidad mínima en el exilio y en la detención. Durante la deportación, trata de oponerse al estado de naturaleza que los SS quieren imponer a los campos de concentración. Todas estas referencias forman parte, pues, de un corpus terapéutico vital para la supervivencia en el campo, cuya precariedad espiritual se hace eco de la progresión de la decadencia física y moral:
Intercambio de señas, de algunas palabras, de noticias del mundo, de gestos fraternos, de una sonrisa, de una colilla de machorka, de trozos de poesía. Retazos ahora, ramitas, hebras dispersas, porque la memoria se estaba desmoronando, menguando. Los poemas más largos que se conocen de memoria, desde el fondo del corazón, El barco ebrio, El cementerio marino, El viaje, quedaron reducidos a unas cuantas cuartetas inconexas y dispares. Moviendo más aún, por supuesto, para emerger de nuevo en la niebla del pasado aniquilado26.
El extracto que sigue evoca también todo el potencial del compartir y del reunirse a través de referencias comunes. Así, la figura del ‛compa’ se asocia repetidamente a un autor o a una obra. Semprún insiste en la distancia entre el objeto –un poema, un verso perteneciente a una cultura clásica que suele estar en manos de una élite– y su emisor, un compañero de origen más modesto. Así, Le Mort qu’il faut reúne al metalero Sebastián Manglano y la “Canción de jinete” de García Lorca27, mientras el joven republicano Paquito recita “Es verdad” durante una actuación organizada por la comunidad de deportados españoles28. En L’Écriture ou la Vie la descripción y luego la agonía del obrero Diego Morales va acompañada de la referencia del narrador a la obra stendhaliana Le Rouge et le Noir, seguida de una evocación silenciosa de César Vallejo, a través del poema “España, aparta de mi este cáliz”29.
El flujo de conciencia y el proceso de autoficción, habituales en la obra sempruniana, encuentran un eco geográfico en la invocación de capitales europeas (París, Madrid, Berlín, Roma, Viena, Praga, Atenas...). Estas últimas constituyen hitos que nos permiten viajar de un lugar, una época o una acción a otra. Asimismo, los múltiples narradores se apoyan constantemente en una red de artistas e intelectuales pertenecientes a la cultura occidental: poetas de idioma español (Rafael Alberti, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Antonio Machado, Francisco de Quevedo, César Vallejo, Garcilaso de la Vega) o franceses (Charles Baudelaire, René Char, Jean Giraudoux, Jean Racine, Arthur Rimbaud), canciones populares citadas en varios idiomas (como “La Paloma”, que evoca la España de la infancia), intelectuales franceses (Louis Aragon, André Gide, Marcel Proust), filósofos (Antonio Gramsci, Martin Heidegger, Edmund Husserl, Immanuel Kant, Ludwig Wittgenstein), autores y movimientos artísticos de diferentes nacionalidades pero cuya influencia trasciende las fronteras nacionales (William Faulkner, Johann Goethe, Ernest Hemingway, Friedrich Schelling), y escritores que dan testimonio de la experiencia de los campos de concentración (Jean Améry, Paul Celan, Varlam Shalámov, Primo Levi). La referencia a los pensadores marxistas contribuye a este marco internacional e internacionalista: “Leemos a Masaryk, Adler, Korsch, Labriola, Geschichte und Klassenbewusstein [...]. Lo serio comenzó con los volúmenes de la Marx-Engels-Gesamte-Ausgabe [...]”30. Estas referencias aparecen en cuanto el espacio se vuelve alienante –la cárcel, un recuerdo que se ha vuelto obsesivo, una mujer de la que se quiere escapar31– y permiten navegar libremente hacia una nueva narrativa. Esta memoria cultural actúa, por tanto, como una vía de escape positiva.
A partir de los años noventa, el conjunto del pensamiento reivindicado por Jorge Semprún ya no es sólo un elemento de la obra narrativa. Adquirió un estatus propio a través de dos publicaciones en forma de ensayo, Mal et Modernité: le travail de l’Histoire en 1995 y Le Métier d’homme. Husserl, Bloch, Orwell. Morales de résistance (2013, publicación póstuma). Estos dos textos tienen la particularidad de presentar un enfoque deliberadamente interdisciplinario: la filosofía, la historia, la literatura y las ciencias sociales se codean y se complementan. Desde el punto de vista editorial, existe el deseo de retomar los discursos dirigidos al público en general para una publicación con una dimensión pedagógica32. De hecho, se trata, en última instancia, de aprender a reflexionar, a adoptar una postura crítica, con la ayuda de pensadores que han sido previsores en una época en la que muchos han fracasado:
Unas voces que, aun emitiendo un diagnóstico lúcido y sin concesiones sobre la crisis de los sistemas democráticos, no ven la solución en un exceso totalitario, ni en un reavivamiento del ser, sino en la profundización y el desarrollo de los propios principios de la democracia. Unas voces de inspiración y origen sumamente diverso, pero coincidentes en lo fundamental33.
¿Qué podemos decir de ellos? Fiel a su formación inicial, son los filósofos los que se movilizan prioritariamente, y en particular la tradición germánica con Hermann Broch, Edmund Husserl y Karl Jaspers. Los tres fueron víctimas del nazismo: los dos primeros fueron perseguidos por su origen judío, el último fue estigmatizado por su matrimonio con Gertrud Mayer, una judía. La escuela francesa también está presente con intelectuales cristianos como Jacques Maritain y Paul Ricœur. Se invoca a dos escritores y aventureros emblemáticos: André Malraux y George Orwell, que se unen en su lucha contra el antifranquismo y el antinazismo. Por último, se rinde un vibrante homenaje al historiador Marc Bloch y al sociólogo Maurice Halbwachs, asesinados por los nazis34. Entre estos nombres, algunos comparten con Semprún el involucramiento con la Resistencia (Bloch, Malraux, Orwell), el dolor del exilio (Broch) y el internamiento (Ricœur). La suma de estas personalidades remonta finalmente toda una parte del espíritu europeo:
[...] es el mismo espíritu de resistencia a la barbarie totalitaria y la misma fe, expresada de forma plural [...] la misma fe en la razón crítica, en la razón democrática [...] en el origen del espíritu crítico europeo, y en el origen del milagro europeo, y en el origen de la universalidad de la figura espiritual de Europa […]35.
Así, el papel del intelectual sigue siendo más relevante que nunca:
Si los intelectuales europeos tienen un papel que desempeñar, es el de defender la autonomía del pensamiento crítico históricamente conquistado en esta región del mundo, y constantemente amenazado por las fuerzas temporales36.
El corpus espiritual sempruniano forma parte de una visión esternelliana anterior a su tiempo, ya que promueve una tradición humanista frente a los antiilustrados, los mismos que, según el filósofo, están en el origen del “desastre del siglo XX”37.
¿Es posible que el involucramiento con la España postfranquista refleje una visión más amplia? Al participar en la reconstrucción de España, también se plantea el futuro de Europa. El documental Les Deux Mémoires, realizado entre Francia y España a principios de los años 70, ya pretendía ser un diálogo entre la “España real de allí”38, la del exilio y los campos, la España “ilegal” de Franco, que entonces agonizaba, y la España democrática en ciernes. De este modo, Semprún se fue transformando en una “verdadera figura mediática de una doxa socialdemócrata europeísta que lo tomaba como ejemplo de superación de la utopía comunista en Occidente y como ejemplo de compromiso con la resistencia francesa”39. La implicación en la vida política española, primero clandestina y luego oficial, puede verse también como una lucha más amplia contra la soberanía tiránica y la afirmación de la singularidad europea: “ningún régimen político ha sido tan enemigo de la perspectiva europea como la dictadura de Franco”40.
¿Quid de su experiencia y logros como ministro de Cultura de 1988 a 1991 en el gobierno español de Felipe González? Este nombramiento es más simbólico que indicativo de un compromiso con el Partido Socialista Obrero Español; Semprún nunca se afilió41 a él y sus conflictivas relaciones con el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerrera, son conocidas. En 1988, la reforma de Semprún sustituyó al decreto de Pilar Miró en la industria cinematográfica. El nuevo ministro también se ocupó del legado de las obras de Salvador Dalí; algunas de ellas fueron trasladadas a Madrid, mientras que el resto permaneció en Cataluña, la región natal del artista. Semprún también intentó organizar una exposición en el Casón del Buen Retiro en torno al Guernica de Picasso, comparándolo con obras de los pintores Velázquez y Goya. El proyecto nunca llegó a realizarse, pero sí reflejó una reflexión histórica y europea sobre el arte: Picasso pintó el drama de la Guerra Civil Española, un conflicto que prefiguraba la guerra que se avecinaba en todo el continente. Un siglo antes, Goya representó otro momento de sufrimiento para el pueblo español y denunció la tiranía de Napoleón, que imperaba en la mayoría de los países europeos. Por último, como pintor oficial de la Corte española, Velázquez pudo codearse con las figuras poderosas de su siglo que gobernaban el continente, y se hizo eco del espíritu diplomático europeo. Finalmente, en la primavera de 1989, Semprún inició discretamente y no sin dificultad un contacto sin precedentes entre una parte de Europa Central, que estaba al borde de su fin comunista, y la Comunidad Europea42. Fue este espíritu europeo que fue saludado por la clase política cuando murió el escritor en 2011: el ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero le rindió homenaje calificándolo como “alguien que está ya en la historia de los mejores demócratas de Europa y España”, mientras que la ministra de Cultura Ángeles González-Sinde lo consideró “uno de los mayores defensores del concepto de Europa”43.
Así, la segunda mitad del siglo XX vio a Semprún abandonar la ideología revolucionaria, juzgada condenada44, en favor de una visión reformista de una sociedad que deseaba socialdemócrata y anclada en la globalización. El antifascismo internacional no ofrecería estabilidad a largo plazo al continente, por lo que prefería el proyecto de la unión franco-alemana, su extensión al centro y sur de Europa y la defensa del Estado de derecho democrático. En sus últimos años, se consideró la perspectiva liberal, también desde el punto de vista económico45. Esto dio lugar a una colaboración con el diplomático y ex ministro Dominique de Villepin en L’Homme européen. Dividido en tres partes, este libro se abre con los orígenes políticos y culturales de Europa y del individuo europeo, definido sobre todo como “hombre de viaje”46, invocando así a pensadores fundamentales como Erasmo o Montaigne. Esta pasión por el movimiento crea un ser singular, entre el anclaje nacional y el sentido de pertenencia transfronterizo, “que crece en torno a los tres grandes pilares de la primacía del individuo, el desarrollo del comercio y la invención de la democracia”47. La Europa del nuevo milenio sería así portadora de una “misma herencia” entre el pensamiento humanista y el trauma de la barbarie, que Edgar Morin resumió recientemente a través del concepto de “doble conciencia”48. L’Homme européen cuestiona entonces la existencia de una crisis contemporánea de la conciencia europea, marcada a su vez por la confianza y la desconfianza en la ciencia, los deseos independentistas49 y, sobre todo, la subida de varios discursos xenófobos y racistas, totalmente despreocupados y que se benefician de una cobertura mediática y digital más que ventajosa. Una crítica que podría hacerse al libro es su eurocentrismo, que en algunos puntos es idealista en cuanto a sus capacidades y heroico en cuanto a sus intenciones. Por su patrimonio, sus memorias nacionales y colectivas, Europa tendría un triple imperativo: “deber de audacia”, “deber de paz”, “deber de acción” y “deber de cultura”. Se trata de un silenciamiento bastante apresurado del “impensado colonial”50, que va desde el pasado esclavista hasta el presente migratorio, pasando por las ambivalencias del concepto de Eurafrica. De la misma manera, la emergencia ecológica, aunque muy real, se despacha rápidamente en unas pocas páginas que carecen de ambición. Por último, el libro aboga por la ampliación de la Unión, especialmente hacia el Este, y recomienda tener en cuenta la dinámica rusa en sus intercambios. L’Homme européen concluye con un enfático llamamiento al liderazgo continental, que se aleja del ideal juvenil encarnado por la Internacional Socialista: “Se espera que Europa actúe como guía, como ejemplo, como explorador”51.
“Para mí, Europa es ante todo, desde mi adolescencia, la patria privilegiada de la literatura, de la lectura, en sus múltiples idiomas, en su coherencia espiritual”52. Con estas palabras, Jorge Semprún se afirma como un ejemplar emblemático del homo europeus, cuya existencia está comprometida con el Viejo Continente, para lo mejor y para lo peor. Este artículo no tiene ni la capacidad ni la voluntad de hablar por los muertos. Por otra parte, habría sido interesante escuchar el análisis de Semprún sobre los dos grandes acontecimientos europeos de la última década. Por un lado, la violencia de la política migratoria dentro y en las fronteras de la Unión Europea, desafiando los derechos humanos más elementales (programa Frontex, acuerdos con la Libia esclavista, tolerancia concedida a los gobiernos bielorruso y serbio en su “acogida” de refugiados, etc.) Los tintes xenófobos en el seno de las sociedades europeas ponen en tela de juicio el funcionamiento democrático y supranacional de la Unión; pero “¿es necesario recordar que la democracia es precisamente eso: el reconocimiento del otro?”53. Aunque el autor, exiliado y deportado, consideraba el idioma como su única patria, no cabe duda de que el desamparo de las víctimas del Mediterráneo, de Lesbos y de Calais no podría dejarle indiferente, así como la marginación sistemática de las comunidades romaní, gitana y sinti en el seno de la Unión, a pesar de que encarnan la circulación geográfica y cultural del continente54. Por otra parte, más de veinte años después del conflicto yugoslavo, la guerra vuelve oficialmente al continente europeo y los veintisiete países de la Unión tendrán que sufrir las consecuencias diplomáticas y económicas. ¿Semprún llamaría al antiguo FTP-MOI a la formación de nuevas brigadas internacionales en territorio ucraniano, capaces de distanciarse de iniciativas fascistas como el regimiento Azov? ¿Se alinearía con el análisis de Dominique de Villepin, quien recordó la complejidad de las relaciones euro-rusas y abogó por una línea de independencia respecto a Estados Unidos? Veinticinco años después de que cuestionara el lugar de España en el continente y la triangulación entre los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y Europa, sus palabras, retomando (¿conscientemente?) los elementos del lenguaje marxiano, siguen teniendo sentido: “Hay dos maneras de reconocer la realidad, de adaptarse a ella. La primera lleva a capitular ante la realidad, la segunda a transformarla: reconocerla para transformarla”55.
[1] Todas las traducciones del francés al español están hechas por la autora del artículo, incluidas las de obras de Semprún.
[2] Jorge SEMPRÚN y Dominique DE VILLEPIN, L’Homme européen, París, Perrin, 2005, p. 214.
[3] Ibid., p. 96.
[4] François CREMIEUX, “Semprún au risque de l’écriture”, Esprit, n° 7-8, 2021, p. 91-97.
[5] Esta sección sigue un análisis contenido en el capítulo I de mi libro: Eva RAYNAL, Aller-Retour, París, Tirésias, 2021.
[6] Jorge SEMPRÚN, Mal et Modernité: le travail de l’Histoire, Castelnau-Le-Lez, Climats, 1995, p. 25.
[7] Un trozo de pan, un cigarrillo, una cuchara o una visita al zapatero del campo. La compleja y semiclandestina economía de los campos de concentración es descrita ampliamente por Primo Levi en Si esto es un hombre, quien la llama “la Bolsa” (Primo LEVI, Si c’est un homme, París, Julliard, 1987, p. 120-132).
[8] J. SEMPRÚN, Mal et Modernité: le travail de l’Histoire, op. cit., p. 62.
[9] Jorge SEMPRÚN, “…Vous avez une tombe au creux des nuages...”, in J. SEMPRÚN, Mal et Modernité: le travail de l’Histoire, op. cit., p. 89.
[10] Ibid., p. 92-93.
[11] A su vez, lugar de internamiento en pésimas condiciones para republicanos españoles, alemanes antinazis, apátridas y judíos franceses, pero también gitanos, el campo de Rivesaltes también ‛acogió’ a exiliados argelinos en los años 1960 y a extranjeros susceptibles de ser deportados hasta 2007, antes de cerrar definitivamente sus puertas.
[12] David ROUSSET, L’Univers concentrationnaire [1946], París, Minuit, 2017, p. 12-13.
[13] Iakovos KAMBANELLIS, Mauthausen, París, Albin Michel, 2020, p. 37. Bachmayer se refiere a los carros de mano tirados por los propios deportados para transportar a los muertos al crematorio.
[14] En el universo de los campos de concentración, incluso las formas mínimas de resistencia y de pensamiento opositor son prácticas extremadamente peligrosas, que requieren condiciones mínimas en términos de colectivo, organización y tiempo. Por lo tanto, los centros de exterminio están excluidos de este análisis.
[15] El único ejemplo notable de supervivencia individual lo ofrece Primo Levi en el capítulo IX, “Los elegidos y los condenados”, a través de los ejemplos de Schepschel, el ingeniero Alfred L., el enano Elias Lindzin y el joven Henry.
[16] Jorge SEMPRÚN, “Quel beau dimanche !”, Le Fer rouge de la mémoire [1980], París, Gallimard, 2012, p. 391.
[17] D. ROUSSET, op. cit., p. 67.
[18] J. SEMPRÚN, “Le Grand Voyage”, Le Fer rouge de la mémoire [1963], op. cit., p. 183.
[19] J. SEMPRÚN, “L’Écriture ou la Vie”, Le Fer rouge de la mémoire [1994], op. cit., p. 926-927.
[20] P. LEVI, op. cit., p. 176-177: “Es bueno, Pikolo, se ha dado cuenta de que me hace bien. A no ser que, tal vez, haya algo más: tal vez, a pesar de la traducción plana y del comentario sumario y apresurado, haya recibido el mensaje, haya sentido que estas palabras le conciernen, que conciernen a todos los hombres que sufren, y a nosotros en particular [...]”.
[21] Pierre DAIX, La Dernière forteresse, París, Les Éditeurs Français Réunis, 1950, p. 230: “Compañero. Ya sabes. Compañero negro, no cerdo. Negro hombre”. Señalamos que el término Neger / nègre aquí no tiene una connotación deliberadamente peyorativa, sólo se refiere al hombre de color.
[22] I. KAMBANELLIS, op. cit., p. 90.
[23] J. SEMPRÚN [1980], “Quel beau dimanche !”, Le Fer rouge de la mémoire, op. cit., p. 456.
[24] Ibid., p. 469.
[25] Ibid., p. 470.
[26] J. SEMPRÚN, “Le Mort qu’il faut”, Le Fer rouge de la mémoire [2001], op. cit., p. 980.
[27] Ibid., p. 1021-1022.
[28] Ibid., p. 1044.
[29] J. SEMPRÚN, “L’Écriture ou la Vie”, Le Fer rouge de la mémoire [1994], op. cit., p. 857-858.
[30] J. SEMPRÚN, “Le Grand Voyage”, Le Fer rouge de la mémoire [1963], op. cit., p. 105. El título Geschichte und Klassenbewusstein (Historia y conciencia de clase) hace referencia a una obra de Georg LUKÁCS publicada en 1923, mientras que Marx-Engels-Gesamte-Ausgabe, más conocida por las siglas MEGA, es una edición que reúne casi todas las obras de Karl Marx y Friedrich Engels.
[31] Por ejemplo, mientras Manuel intenta evadir la curiosidad de Lorène, le cuenta un recuerdo histórico: “[...] la batalla de Les Glières tal y como había quedado inscrita en la memoria de Morales. [...] Escuchó la historia de un muerto desconocido, con la impresión de que por fin aprendía algo de mí. [...] La nieve, pues, en Ascona, la nieve de la epopeya de Glières en la memoria angustiada de Morales. La nieve de antaño, como regalo de despedida a Lorène, inolvidable dueña del olvido” (J. SEMPRÚN, “L’Écriture ou la Vie”, Le Fer rouge de la mémoire [1994], op. cit., p. 876). Esta digresión completa la segunda parte de la novela, antes de iniciar un nuevo periodo en la vida del escritor, en concreto el año 1987, marcado por la muerte de Primo Levi.
[32] De hecho, los autores mencionados se encuentran en el contexto de conferencias impartidas en la BNF y la Sorbona.
[33] J. SEMPRÚN, Mal et Modernité: le travail de l’Histoire, op. cit., p. 13.
[34] Maurice HALBWACHS (1877-1945) ocupa un lugar especial en la obra de Semprún, ya que es una figura tutelar recurrente. Sus últimos días en Buchenwald se describen y reescriben en L’Évanouissement, L’Écriture ou la Vie y Le Mort qu’il faut.
[35] Jorge SEMPRÚN, Le Métier d’homme, París, Climats, 2013, p. 124-125.
[36] Gisèle SAPIRO (ed.), L’Espace intellectuel en Europe. De la formation des États-nations à la mondialisation (XIXe-XXIe siècles), París, La Découverte, 2009, p. 5-25.
[37] Zeev STERNHELL, Les anti-Lumières : du XVIIIe siècle à la Guerre Froide, París, Fayard, 2006, p. 493. Unas líneas antes, el filósofo establece el vínculo entre el espíritu europeo y la pasión por la alteridad: “Es con la Ilustración que comienza el interés de los Europeos por otros mundos y otras civilizaciones. Si Montesquieu y Voltaire se esforzaron por entender estas culturas, tan lejanas en el tiempo y en el espacio como el antiguo Egipto, Persia, China o Sudamérica, fue para entender al hombre en todas sus diversas manifestaciones, más allá de lo que el cristianismo había podido dar” (p. 492).
[38] Citando a la activista anarquista Federica MONTSENY en el documental realizado por Jorge SEMPRÚN, Les Deux Mémoires (1973).
[39] Jaime CÉSPEDES GALLEGO, La obra de Jorge Semprún. Claves de interpretación. Vol. II: Cine y teatro, Berna, Peter Lang, 2015, p. 187.
[40] J. SEMPRÚN y D. DE VILLEPIN, op. cit., p. 47.
[41] Según el propio interesado: “No sé que pinto en esta fotografía, pero intentaré pintar algo”, citado por Lucía MÉNDEZ en “Los intelectuales no sirven para ministros”, El Mundo, 9/6/2011.
[42] J. SEMPRÚN y D. DE VILLEPIN, op. cit., p. 140: “El 18 de mayo se celebró la última reunión plenaria de los ministros europeos de Cultura bajo la Presidencia española. La idea era que las delegaciones húngara y polaca [...] asistieran a la reunión, sin derecho a voto, por supuesto, pero con la posibilidad de hacer oír su voz, la voz de la otra Europa, que tenía mucho interés en que fuera escuchada por los representantes de los doce países comunitarios”.
[43] Ambos citados por Miguel BERROCAL en “Sinde: luchó, literalmente, por una Europa democrática”, en ABCdesevilla.es, 8/6/2011.
[44] Nos remitimos a la entrevista realizada por Jean-Marie COLOMBANI en Les Grands Entretiens du Monde. Penser la fin du communisme, l’Europe, l’État, la politique, l’Histoire avec…, París, Le Monde Éditions, 1994, p. 35.
[45] “No es posible ni deseable abandonar la economía de mercado” (entrevista realizada por Jean-Marie COLOMBANI, op. cit., p. 40).
[46] J. SEMPRÚN y D. DE VILLEPIN, op. cit., p. 33.
[47] Ibid., p. 36.
[48] Edgar MORIN, Culture et barbarie européennes, La Tour d’Aigues, Éditions de l’Aube, 2021, p. 85: “La conciencia de la barbarie debe complementarse con la conciencia de que Europa está produciendo, a través del humanismo, a través del universalismo, a través del aumento gradual de una conciencia global, los antídotos para su propia barbarie”.
[49] Pensamos, entre otros ejemplos, en las tensiones en la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, en las aspiraciones catalanas de independencia y, más cerca, en las reivindicaciones corsas.
[50] Sobre este tema, véase Christine CADOT, Mémoires collectives européennes, Saint-Denis, Presses Universitaires de Vincennes, 2019, p. 139.
[51] J. SEMPRÚN y D. DE VILLEPIN, op. cit., p. 234.
[52] Ibid., p. 214.
[53] Entrevista realizada por Jean-Marie COLOMBANI, op. cit., p. 39.
[54] Véase Catherine COQUIO, “Être ou ne pas être européen”, in C. COQUIO y J.-L. POUEYTO (eds.), Roms, Tsiganes, Nomades. Un malentendu européen, París, Karthala, 2014, p. 279-326.
[55] Jorge SEMPRÚN y Felipe GONZÁLEZ, “L’Espagne en Europe”, Le Débat, n° 42 (5), París, Gallimard, 1986, p. 16-44.
Resumen
¿Cómo las idas y vueltas de la vida de Jorge Semprún han configurado su conciencia europea? La trayectoria de su vida se confunde con la historia del siglo XX. En efecto, Semprún experimentó en su cuerpo el dolor de las guerras nacionales, civiles e ideológicas, pero fue también en medio de lo peor que encontró una fraternidad transnacional. Así, parece que en el caso de Semprún la cultura y, en particular la literatura, cuestionan mucho más que el aspecto histórico de la construcción de una comunidad transnacional democrática. De hecho, permiten profundizar la noción de conciencia europea.
Résumé
En quoi les aller et retours de la vie de Jorge Semprún ont formé chez lui une conscience européenne ? Le parcours de ce dernier tend en effet à se confondre avec l’histoire du XXe siècle. De fait, il a expérimenté dans sa chair la douleur des guerres nationales, civiles et idéologiques, mais c’est également au sein du pire qu’il a rencontré une fraternité transnationale. Ainsi, il apparaît que chez Semprún la culture et en particulier la littérature interrogent bien au-delà du seul aspect historique de construction d’une communauté transnationale démocratique. En effet, elles permettent d’aborder en profondeur la notion de conscience européenne.
Introducción
Fue en los campos nazis donde se forjó el primer esbozo de un espíritu europeo
La experiencia del Radikal Böse
La solidaridad internacional
Un pensamiento alimentado por autores y pensadores europeos y proeuropeos
Una cultura salvaguarda
Escritura de Europa y Europa de la escritura
Defensa de una política europea
El involucramiento político en España
El giro liberal
Conclusión
Eva RAYNAL
Aix-Marseille Université / Institut National Universitaire Champollion
Centre Interdisciplinaire des Études Littéraires d’Aix-Marseille
BERROCAL, Miguel, “Sinde: Luchó, literalmente, por una Europa democrática”, ABCdesevilla.es, 8 de junio de 2011.
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