La Europa que nos ha legado Jorge Semprún en sus reflexiones y escritos no se corresponde con una abstracción, ni es un concepto unívoco. Por el contrario, la Europa a la que Semprún apela es una realidad histórica, el fruto de unas circunstancias difíciles, con altibajos, crisis profundas y periodos sombríos. Como muestra Semprún, encajar piezas tan dispares, que representan a países y culturas diferenciadas durante siglos, habrá sido el resultado de décadas del esfuerzo libre, crítico y racional de los europeos, de la voluntad de superar el pasado y de construir un espacio común.
De igual modo, el itinerario vital europeo de Semprún ha sido largo y sinuoso, “ progresivo ” lo llama, acorde con las circunstancias vitales y las libres decisiones que fue tomando en cada una de ellas, no exentas de contradicción y controversia. Explicar la evolución experimentada a lo largo de su vida es el objeto de estas páginas. Nos proponemos llegar a entender la Europa que quiso Semprún y constituyó finalmente su casa.
Ambos procesos, el del continente europeo y el del hombre Semprún, avalarían una misma consecuencia para hoy, la de la necesidad de continuidad a partir de lo alcanzado hasta ahora. Porque, como cada uno de nosotros puede percibir a diario, ese proceso de construcción europea no se ha detenido, continúa vivo y activo y requiere nuestro concurso expreso. Algunas de las sugerencias del europeo Semprún siguen pendientes. Sería este el mensaje que Semprún, sin énfasis, sotto voce, dejaría tras sus consideraciones sobre Europa. Tenemos que continuar creativamente un proceso nunca acabado para el que no hemos recibido una hoja de ruta. Tomando la palabra poética de René Char, nos recuerda Semprún que “ nuestra herencia no está precedida de ningún testamento ”1.
Culturalmente hablando, cabe decir que Semprún es un europeo desde la cuna. Junto al español, en su infancia aprendió la lengua alemana, gracias a las institutrices de esa nacionalidad que su padre contrataba para la educación de sus hijos, siempre a domicilio. Su acceso a la literatura alemana, sobre todo a la centroeuropea que admirará toda su vida, va a ser directo, sin mediación desde la juventud.
La sublevación de 1936 empujó a la republicana familia Semprún al abandono de la España en guerra. Semprún asistió a clases en un Gymnasium de La Haya donde su padre ostentaba la representación diplomática de la República Española. Al extinguirse ésta con la derrota de la República en la Guerra Civil, los Semprún se instalaron en París, donde el joven Jorge experimenta una nueva transformación lingüística y cultural por su inmersión en la lengua francesa. Sería una adquisición definitiva mediante la que, por vocación y por elección, se convertirá en un escritor francés destacado. Alguien con un bagaje así –residencia en tres países y dominio de cuatro lenguas a los 18 años– habría de acabar por fuerza siendo un ʽcosmopolitaʼ, un verdadero habitante del continente europeo.
Sin embargo, tan clara trayectoria se quiebra abruptamente. Como muchos en su familia, Semprún no deja de deplorar el indigno papel desempeñado por las democracias occidentales, Gran Bretaña y Francia, a su juicio claudicadoras con su política de ʽapaciguamientoʼ ante el fascismo, tanto el europeo como el español vencedor en la Guerra Civil. Desde esos días Semprún manifestó muy poco aprecio por las débiles democracias. A diferencia de su familia republicana, comenzó su admiración por la única potencia que estuvo todo el tiempo al lado de la República durante la guerra, la Unión Soviética. En 1942, a los 19 años, se hizo comunista, ingresó en el Partido Comunista de España, PCE, donde se le ofrecía la posibilidad de formar parte de una comunidad internacionalista, hombres y pueblos agrupados por encima de naciones y fronteras, fraternalmente unidos. ¡Adiós a la idea de Europa!, se dirían muchos en esos momentos.
El continente había saltado roto en mil pedazos. En esos momentos, solo la argamasa del antifascismo podía unir a los pueblos dirigidos por su más enérgico oponente, el comunismo y su Ejército Rojo. No importaba o no se quería reparar en el hecho de que apenas tres años antes germanos y soviéticos hubieran firmado un ominoso pacto de no agresión, por el que se repartían miles de kilómetros cuadrados y millones de habitantes en el Este de Europa. Semprún empuñó las armas contra los nazis, invasores de Francia en esos momentos y, lo que era más grave para Semprún, el sostén principal de los fascistas españoles. Detenido y torturado, fue finalmente deportado al campo de concentración de Buchenwald, a ocho kilómetros de Weimar, la ciudad que da nombre a la primera y breve experiencia democrática en la historia de Alemania.
En Buchenwald, Semprún confirmó su compromiso con el comunismo. Desde el primer momento se integró en la pequeña comunidad de deportados españoles, de ellos más de la mitad militantes comunistas. Como comunista y conocedor de la lengua alemana, pudo ocupar un puesto relevante en la Estadística de trabajo del campo, Arbeitsstatistik. Asimismo, formó parte del comité internacional del campo y participó en sus actividades clandestinas, la más dichosa de todas la pequeña campaña militar que los deportados desplegaron el día de la liberación del campo, el 11 de abril de 1945 a la búsqueda y captura de los guardianes SS huidos del campo.
De nuevo, el joven Semprún, español y francés a partes iguales, vivió este tiempo sumergido en un universo de pueblos y nacionalidades europeas, todas allí representadas –salvo la británica–, que se comunicaban fraternalmente en la lengua común de los campos, el alemán. Pues bien, es ahí, en ese universo babélico, donde Semprún sitúa las raíces de la Comunidad Europea: “En una cierta forma, que puede parecer paradójica a primera vista, fue en los campos nazis donde se forjó el primer esbozo de un espíritu europeo”2. Y añade a continuación: “Esa comunidad europea ya empezó a notarse entre nosotros, esa solidaridad, esa fraternidad posible, empezó a surgir ya en aquel momento”3.
Sin embargo, recordaría también, muy pronto el mismo lugar sería testigo de los comienzos de la división de Europa y de los distintos planes para la organización de la Europa liberada. Dos meses después de cerrarse el campo nazi, se abrió un nuevo campo creado por las autoridades soviéticas de ocupación, el llamado Speziallager Nr. 2. Se mantuvo abierto hasta 1951 con el resultado de más de 25 000 muertos ( frente a los 50 000 mil del campo nazi ). De esta manera, Buchenwald viene a ser territorio único en Europa donde ejercieron su dominio los dos totalitarismos del siglo XX, el nazismo y el comunismo soviético.
Buchenwald, por tanto, preludia las dos corrientes políticas que, sobre las cenizas del nazismo derrotado, se disputarán la hegemonía en la mayor parte del territorio europeo liberado. Fracasados los primeros intentos de colaboración, pronto se desataron las hostilidades. Dos visiones opuestas y confrontadas se estaban estructurando hasta quedar congeladas en el espacio europeo de la Guerra Fría, nueva forma de guerra que Europa vivió dividida en dos bloques separados por un más que simbólico Telón de acero hasta 1989.
Mientras Europa occidental, a partir de los años 50, empezó el camino de la reconciliación entre naciones anteriormente enemigas en el campo de batalla, la Europa del Este, bajo el control de la Unión Soviética y subordinada a sus intereses imperiales, se constituyó en la antagonista en todos los campos. La Rusia soviética atacó desde el primer año y por todos los medios, menos el militar, los proyectos unitarios de Europa occidental. Recuerda Semprún la instrucción que dio Lenin al primer comisario del pueblo para Asuntos Exteriores del primer gobierno nacido en octubre de 1917 cuando tenía que venir a reunirse con delegados occidentales en la ciudad de Génova: “Hay que oponerse a los Estados Unidos de América y a que traben vínculos con Europa, y dividir a los Estados europeos entre ellos”4. Porque Europa, según la propaganda comunista dominio de los banqueros y de los monopolios, era un territorio subordinado a los intereses de los Estados Unidos. Stalin y sus sucesores al frente de la URSS continuaron sosteniendo esa misma visión estratégica, forzosamente compartida por las llamadas democracias populares del Este de Europa.
El PCE, como la mayoría de los partidos comunistas occidentales, siguió obedientemente las consignas emanadas de la Unión Soviética, al menos hasta 1968. En las negociaciones con las fuerzas políticas opositoras al franquismo se aprobaron en más de una ocasión programas mínimos unitarios para la construcción de la España posterior a la dictadura franquista. La cuestión europea fue siempre la piedra de toque con la que tropezaban los comunistas y hacía imposible que prestaran su asentimiento pleno a cualquier acuerdo unánime del resto de fuerzas políticas. El PCE se opuso a la resolución final de Munich en 1962, acordada por toda la oposición democrática española, porque declaraba su aspiración a que una futura España democrática se integrara en la Europa comunitaria.
De más está decir de qué lado se situó Jorge Semprún cuando, liberado del campo, regresó a Francia, donde continuó actuando y pensando como un militante comunista. Ya fuera un simple militante de base o un dirigente, miembro del máximo nivel organizativo, el Comité Ejecutivo, Semprún “marxista estaliniano” confiesa que se “opuso a la construcción de Europa”5. Así por muchos años.
Todo cambiaría a partir de su expulsión del PCE junto a Fernando Claudín, en la primavera de 1964. En un libro póstumo, en diálogo el cineasta francés Franck Appréderis, Semprún declaraba :
Desde mi ruptura no solo con el PC, sino también con la teoría marxista–leninista de la revolución, me volví hacia el horizonte europeo… así pues, en el transcurso de ese ejercicio personal, no siempre fácil, de destrucción del ideal comunista, que rigió buena parte de mi vida, me encontré con Europa6.
El proceso de reflexión emprendido por Semprún llevaba aparejados el descubrimiento y la aceptación, aunque fueran tardíos en su opinión, del sistema democrático, o de la razón democrática, en su terminología habitual, como fundamento y armazón de toda comunidad política. Europa y la democracia constituyen para Semprún un binomio inseparable. Europa es la patria de los derechos y libertades democráticos, institucionalizados en los Estados de Derecho. Semprún defiende una democracia sin adjetivos, ni formal ni burguesa, como se la calificaba en los manuales comunistas. Los estados democráticos que forman la comunidad política europea se hicieron en un largo proceso histórico de resistencia, primero frente al nazi-fascismo y después frente a la amenaza cultural y política del totalitarismo soviético. Ninguno de los dos ha prevalecido en el curso de esta confrontación secular.
No hay crisis final del sistema democrático. Por el contrario, la democracia se muestra como un sistema en estado de crisis permanente y, en consecuencia, en estado de reforma permanente. Semprún se declara reformista, heredero de la tradición socialdemócrata, una de las dos corrientes fundadoras de la Europa comunitaria. La democracia tiene instrumentos que se renuevan para atajar las dificultades. Dispone de mecanismos para buscar las soluciones adecuadas. Esto no significa que Europa no actúe en numerosas ocasiones de modo insatisfactorio y que no merezca toda suerte de críticas. Pero eso no implica el derrumbe del sistema.
Liberado de las constricciones autoimpuestas y libremente aceptadas de los tiempos del comunismo, en la hora de la búsqueda de las fuentes del nacimiento de la idea de una Europa unida, Semprún vuelve a Buchenwald, incluso a tiempos anteriores. Ha contado repetidas veces que una tarde en el campo oyó hablar por primera vez a un deportado judío, Felix Kreisler, de la conferencia que el filósofo alemán Edmund Husserl impartió en Viena en 1935 y repetiría dos años después, en 1937, en Praga a instancias de otro filósofo admirado por Semprún, el checo Jan Patocka. La conferencia llevaba por título, « La filosofía en la crisis de la humanidad europea ». En los años del apogeo del nazismo en Alemania y del estalinismo en la Unión Soviética, cuando la temperatura política en Europa está acercándose al punto de ebullición, el filósofo alemán, judío por más señas, dibuja los contornos de la crisis que afecta a una Europa concebida como una “figura espiritual” nacida del “espíritu de la filosofía”. En esos momentos, afirma Husserl, es necesaria una “Europa supranacional” que resista la barbarie totalitaria que amenaza a Europa mediante el “heroísmo de la razón”, lo que Semprún traduce una vez más como razón democrática. Escribe Husserl :
La crisis de la existencia europea tiene solamente dos salidas: o la decadencia de Europa en un distanciamiento de su propio sentido racional de la vida, el hundimiento en la hostilidad al espíritu y en la barbarie, o el renacimiento de Europa por el espíritu de la filosofía mediante el heroísmo de la razón que triunfe definitivamente sobre el naturalismo. El peligro más grande que amenaza a Europa es el cansancio.
Pero si se lucha contra esa tentación del “cansancio” con energía, asevera el filósofo alemán, “surgirá el fénix de una nueva interioridad de vida y de espiritualización, como prenda de un futuro humano grande y lejano: pues únicamente el espíritu es inmortal”7.
El heroísmo de la razón a que apelaba Husserl lo ha encontrado Semprún en los pensadores que supieron resistir y no sucumbieron ni retrocedieron ante los totalitarismos en la difícil coyuntura de los años 30, el justamente llamado periodo de la crisis de las democracias: George Orwell que escribe en Londres bajo los bombardeos aéreos de la Luftwaffe, la aviación nazi, y Marc Bloch, el historiador que se une a la resistencia antinazi después de denunciar La extraña derrota francesa. A ellos podrían sumarse el filósofo Jacques Maritain y el intelectual y político socialista Léon Blum. Todos ellos tienen en común la resistencia a la barbarie que demandaba Husserl pocos años antes, a partir de su también común afirmación de la superioridad sobre los totalitarismos de la democracia en la que creen y por la que varios de ellos sufrieron cautividad, destierro o muerte. La “figura espiritual” de Europa trazada por Husserl va más allá, según Semprún, de un mero espacio geográfico concreto. Apunta a una universalidad extraterritorial8.
La Europa de hoy emerge como un producto histórico,
es un producto de las luchas sociales, étnicas y religiosas. Europa no es el producto depurado de una idea filosófica: es el resultado compacto, denso, a veces opaco y trágico, de largos enfrentamientos y de amalgamas, de invasiones y de resistencias… Que el proceso de integración europea se fundamente históricamente… en un movimiento que cabe designar, sintéticamente, como el de la razón democrática, es importante…9
En ese proceso, Semprún llama la atención sobre algunos momentos fundacionales constitutivos de la Europa unida actual. El primero se sitúa en los lejanos años 50 del siglo XX, el acercamiento, reconciliación mediante, entre Francia y Alemania, dos países vecinos que desde los lejanos tiempos de la Revolución Francesa han protagonizado numerosos enfrentamientos sangrientos devastadores. A partir de ahí se crearían las primeras comunidades europeas formadas por seis países, siempre sobre la base de los principios y los valores democráticos. Elemento acelerador fue la amenaza soviética. Las sucesivas ampliaciones, al noroeste y al sur, sirvieron para afianzar los que ya se pueden reconocer como genuinos rasgos europeos.
El siguiente gran momentum o impulso llegará inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín y el subsiguiente hundimiento del imperio soviético. Dio lugar primero a la reunificación de Alemania y a continuación, según lo entiende Semprún, a la reunificación de Europa, algo más sustancial que la mera ampliación, con las incorporaciones de los países del Este en un largo y zigzagueante proceso que al fin ha implicado la transformación interna de estas repúblicas y su adhesión a los valores democráticos europeos. En otras palabras, su europeización ha sido la consecuencia de su democratización.
Partiendo de la filosofía de Husserl y Patocka y a la luz del proceso histórico de la construcción europea a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y primer decenio del XXI, Semprún resume su ideal: “Mi patria Europa” sería un espacio público laico, abierto, urbano –no se siente rural–, tan vasto que abarcaría de Lisboa a San Petersburgo. Se levanta sobre un “zócalo” de valores comunes, por supuesto democráticos. Dicho más coloquialmente: “Se me ha ocurrido decir: dadme una ciudad con un río, algunas bibliotecas, museos, cafés por supuesto, plazas para leer al sol, y estaré en mi casa, heimlich. Es decir, en Europa”10. Es un espacio económico común, pero igualmente es un espacio cultural común, ʽespiritualʼ, para volver a Husserl. Como espacio formado por numerosos pueblos, con historias y tradiciones tan diferentes, Europa es al tiempo ʽunaʼ y ʽdiversaʼ, con identidades que provienen de un pasado lejano y se expresan en una variedad extraordinaria de lenguas.
Toda esa riqueza debe ser preservada como patrimonio común europeo. La dificultad estriba en cómo conjugarlo con la unidad, cómo evitar el peligro de los ʽparticularismosʼ, como ha señalado Claudio Magris, una aspiración legítima a la identidad étnica pero peligrosa si se exacerbara. He aquí uno de los retos de la actual Europa de los 27.
¿Es realmente una Unión? ¿No es más, a veces, un batiburrillo, una amalgama de países? Convertir esos veintisiete países, preservando su diversidad cultural y lingüística, en una zona de unidad siempre que predominen los valores democráticos, es, desde luego, una hermosa aventura…11
La Europa de Semprún, finalmente, debería ser integradora, abierta a todos los pueblos que aspiren a ʽeuropeizarʼ las bases de su organización económica y política. Reconoce la dificultad que eso ha implicado en muchas ocasiones. Recuerda un ejemplo en carne propia, cuando, en el año 1989, siendo Ministro de Cultura, quiso invitar a una reunión de ministros europeos del ramo a los ministros de Cultura de dos países, próximos candidatos al ingreso, Polonia y Hungría. Las instituciones europeas no lo autorizaron12.
Semprún apoyó desde 2006 los planes para que Ucrania, el último país nacido en Europa –si excluimos Kosovo– se acercara y acabara integrándose en Europa. ¿Sería distinta la situación, se hubiera evitado la guerra que actualmente padece este país por la agresión rusa, si hubiera sido aceptado entonces como país candidato al ingreso? Nunca lo sabremos. Las ideas de Semprún eran firmes en este campo. Había que responder a Ucrania. “Y responder de manera que la Rusia de Putin comprenda que el movimiento hacia la europeización democrática es irreversible”13.
En cuanto a Turquía, su opinión era similar. A su juicio, la batalla inteligente consistiría en hacer comprender a partidarios y contrarios a la integración que “el ingreso de Turquía en la Unión Europea constituye una de las mejores vías hacia una democracia turca tranquila”14.
Con sugerencias políticas como estas, Semprún hizo una apuesta continua por la supresión de fronteras en Europa, por la construcción de un único espacio europeo, abierto y libre :
En la declaración de Laeken sobre el futuro de la Unión Europea al finalizar la presidencia belga de la Unión Europea en diciembre de 2001 encontramos una frase que resume, a mi juicio, el espíritu europeo: “La única frontera de Europa es la democracia”. He ahí el punto esencial15.
En conclusión, volviendo al principio de este viaje, habría que insistir en que una Europa democrática resulta hoy más necesaria que nunca. Ante los ataques exteriores que viene sufriendo durante este último año y ante los retrocesos que está experimentando la democracia en algunos países, tanto dentro de las fronteras europeas como en países de larga tradición democrática en otras latitudes, podemos sinterizar y repetir el llamamiento de Semprún: ¡más Europa, más democracia!
[1]Jorge SEMPRUN y Dominique DE VILLEPIN, El hombre europeo [2005], traducción de Inés BELAUSTEGUI, Madrid, Espasa, 2006. Me refiero aquí a la edición francesa (L’Homme européen, París, Plon, 2005, p. 49 ), porque la española atribuye a René Clair, involuntariamente, es de suponer, el aforismo. Las citas que haremos de este título pertenecen a capítulos escritos solamente por Semprún.
[2] J. SEMPRUN y D. DE VILLEPIN], El hombre europeo [2005, op. cit., p. 96; Jorge SEMPRUN, Vivir es resistir [2013], Barcelona, Tusquets, 2014, p. 169.
[3] Palabras de Semprún recogidas en el reportaje de Pilar Requena «Semprún: lección de historia, lección de vida», publicado en el sitio de RTVE el 8/6/2011, a raíz del fallecimiento del escritor el día anterior.
[4] J. SEMPRUN, Vivir es resistir [2013], op. cit., p. 180.
[5] Ibid.
[6] Ibid., p. 167-168.
[7] Edmund HUSSERL, “La filosofía en la crisis de la humanidad europea”, en Invitación a la fenomenología [1935], traducción de Antonio ZIRIÓN, Barcelona, Paidós, 1992, p. 127.
[8] Para los análisis y comentarios sobre Husserl y Patocka, véase Jorge SEMPRÚN, “Política cultural: unidad y diversidad en la Europa reunificada”, en su libro Pensar en Europa, Barcelona, Tusquets, 2006, p. 125-140. Igualmente, Semprún ha estudiado por extenso a los autores citados, Husserl, Bloch y Orwell, en Vivir es resistir, op. cit., p. 11-83. Sobre los citados, más Maritain, Blum y Orwell de nuevo, véase también El hombre europeo, op. cit., p. 219-221.
[9] J. SEMPRUN, Pensar en Europa, op. cit., p. 137-138.
[10] J. SEMPRUN, Vivir es resistir [2013], op. cit., p. 177; J. SEMPRUN y D. DE VILLEPIN, El hombre europeo [2005], op. cit., p. 218.
[11] J . SEMPRUN, Vivir es resistir [2013], op. cit., p. 184.
[12] J. SEMPRUN y D. DE VILLEPIN, El hombre europeo [2005], op. cit., p. 140-141.
[13] Ibid., p. 157.
[14] J. SEMPRUN, Vivir es resistir [2013], op. cit., p. 180.
[15] Ibid., p. 175.
Resumen
En este artículo Felipe nieto, autor de La aventura comunista de Jorge Semprún (Barcelona, Tusquets, 2014), expone la evolución de Semprún en su relación con la defensa de la unión y de la identidad de Europa, desde su rechazo al proyecto europeo como militante comunista hasta su elaboración de una propuesta de comprensión del espíritu europeo basada en ideas de ciertas figuras intelectuales, que, a partir de Edmund Husserl, representan para Semprún el “heroísmo de la razón” o la “razón democrática”, ideas en las que para Semprún debe sustentarse la identidad europea.
Abstract
In this article Felipe nieto, author of La aventura comunista de Jorge Semprún (Barcelona, Tusquets, 2014), describes Semprúnʼs evolution in relation to the defence of European union and identity, from his rejection of the European project as a communist militant to his elaboration of a proposal for understanding the European spirit based on the ideas of certain intellectual figures who, starting with Edmund Husserl, represent for Semprún the “heroism of reason” or “democratic reason”, ideas on which, for Semprún, European identity must be based.
Felipe NIETO
Universidad Nacional de Educación a Distancia
BLOCH, Marc, La extraña derrota [1940], traducción del francés de Santiago JORDAN, 2003.
HUSSERL, Edmund, “La filosofía en la crisis de la humanidad europea”, in Invitación a la fenomenología [1935], traducción de Antonio ZIRION, Barcelona, Paidós, 1992.
SEMPRÚN, Jorge, Vivir es resistir [2013], traducción de Javier ALBIÑANA, Barcelona, Tusquets, 2014 (incluye dos obras publicadas por separado en francés en 2013: Le Métier d’homme. Husserl, Bloch, Orwell. Morales de Résistance y Le Langage est ma patrie. Entretiens avec Franck Appréderis).
—, Pensar en Europa, Barcelona, Tusquets, 2006.
— y Dominique DE VILLEPIN, El hombre europeo [2005], traducción de Inés BELAUSTEGUI, Madrid, Espasa, 2006 (edición original: L’Homme européen, París, Plon, 2005).