Los milagros marítimos se cuentan por miles y muchos santos, venidos de una región costera o no, se especializaron en estos tipos de milagros. Entre ellos, destacaron las figuras de San Julia, Santa Devota, o San Cenobio en la Edad Media1, y las de San Ignacio, San Francisco Javier2, o San Antonio en el Siglo de Oro, que se convirtieron en patronos de la gente de mar. De hecho, San Antonio de Padua fue conocido por haber predicado a los peces (como San Francisco, el de Asís, había predicado a los pájaros), lo que desembocó a que fuera invocado para el rescate de los náufragos y cautivos. En cuanto a San Francisco, le dedicaron una hagiografía únicamente dedicada a los milagros marítimos y oportunamente titulada San Francisco Javier, príncipe del mar. Y es que el mar es el lugar de todos los peligros, y en primer lugar de peligros naturales, fenómenos violentos y fuerzas incontroladas, vividos por los marinos como un castigo divino, pero del que se podían proteger gracias a la invocación y la intercesión de los santos.
Por otra parte, el mar fue y sigue siendo una frontera entre un mundo y otro, una frontera que separa el mundo de la fe y el de los infieles. No es de extrañar que muchas de las evangelizaciones se hayan llevado a cabo cruzando los mares como, por ejemplo, la del apóstol San Pablo, que según el hagiógrafo Alonso de Villegas “quería bañar toda la iglesia de Dios [y] predicó el Evangelio desde Jerusalén hasta Hungría, y sus comarcas, y aun llegó a España, corriendo desde la una parte del Océano, hasta la otra3” y habría desembarcado a la península por el puerto de Tarragona. Es también por vía marítima como habría llegado el cuerpo del apóstol Santiago a Galicia, llevado milagrosamente en un navío por sus discípulos que entraron:
por lo más oriental de España, en la costa por donde Francia se junta con Cataluña no pararon allí, ni en toda la vuelta que se hace hasta el estrecho de Gibraltar; rodeando a España por sus dos lados, de oriente, y medio día, entrando en el océano, llegaron a casi lo más último de la tierra, que así se llama aquella parte, que es Galicia, donde pararon los santos discípulos del apóstol. Desembarcaron en la ciudad de Iria Flavia, que ahora es el Padrón4.
Esta leyenda es indisociable de la historia hispánica del santo como de la historia de la España católica. La fe llega pues, en muchos casos, por el mar y es por los mares como también llegará a América, y a África, como lo veremos a través de un breve análisis de relatos e imágenes que cuentan las conquistas de la plaza de Orán, en 1509 y en 1732.
Ya en tiempos de los Reyes Católicos, se había pensado en llevar a cabo la expansión de la fe católica allende el mar, en América y también en África. De hecho, los monarcas habían buscado el apoyo del santo pontífice Alejandro VI para esta empresa, el cual había publicado la bula Ineffabilis et summi en la que les daba la autoridad sobre parte de África (el reino de Tremecen en la actual Argelia) y les recordaba el compromiso de favorecer la evangelización de estas tierras africanas. Decía la bula: “allí llevaréis y esparciréis el nombre de nuestro Salvador Jesucristo”. Por varios motivos, entre otros la temprana muerte de la reina, habría que esperar varios años antes de que Cisneros, antiguo confesor de la Reina Católica, promovido Arzobispo de Toledo y Cardenal, determinara conquistar la plaza de Orán. Esta expedición, larga y esmeradamente preparada por el prelado toledano, fue sin duda motivada por su deseo de que se respetara el testamento de Isabel la Católica “E que no cesen en la conquista de África e de pugnar por la fe contra los infieles”. A estas razones meramente religiosas, habría que añadir otras vinculadas con el mar, una frontera frágil y llena de peligros: por un lado se temía una invasión de las costas españolas por los Berberiscos y, por otro lado, el corso magrebí amenazaba con una actividad intensa el comercio marítimo, pero también la población de las costas andaluzas y levantinas. Se produjeron en aquella época varias razias y raptos de ciudadanos españoles. Asegurarse una plaza fuerte y estratégica del otro lado del mar constituía pues una solución a estos problemas, podía resultar provechoso desde el punto de vista económico, a la vez que permitía cumplir con esta empresa expansionista en África tan soñada después de la victoriosa reconquista de Granada. Así lo afirma el Cardenal en un documento, conservado ahora en el AHM:
La forma que se puede tener para fazer Armada este año de quinientos y seys con que se tome Orán mediante la graçia de Dios es la seguiente. De lo qual resultará mucho servicio a Dios y al Rey, nuestro señor, y aun ynterese a su Altesa y benefiçio al reyno, porque, tomándose Orán, se tomará mucha parte del reyno de Tremeçen; y escusar se ya la costa de Marçaquibir o la mayor parte della; y rentaría aquella çibdad y puerto al Rey, nuestro señor, aviendo trato con los moros, veynte mili ducados; escusar se yan muchos christianos que se llevan y pierden; asegurar se ya la costa de la mar del reyno de Granada o grand parte della; escusar se a muchos dineros que allí se gastan y devrían gastar5.
Así el Cardenal primero participa en la financiación de la conquista del Puerto de Mazalquivir en 1505, previo paso a la conquista de la ciudad de Orán, de la que le ofrece al rey Fernando encargarse, adelantando el dinero necesario para este designio y dirigiendo personalmente la expedición, lo que acepta el rey6, nombrándole Capitán general el 20 de agosto del 1508. Después de largos preparativos desde Toledo, Málaga y Cartagena, sale de Cartagena una armada importante, al parecer compuesta de unas ochenta naos y diez galeras el 16 de mayo de 1509. Llegan al puerto de Mazalquivir el 17 de mayo por la noche. Al día siguiente desembarcan y acometen contra la ciudad de Orán que ganan en el mismo día. No hacía falta más para que esta fácil conquista fuera interpretada como divinal victoria contra los infieles de África.
Lo que nos interesa pues aquí son los discursos y la intensa propaganda que siguieron este acontecimiento, invariablemente influidos por la condición misma de Cisneros. Un prelado, y no un noble capitán, llevaba esta empresa. Así la conquista se presentó como cruzada y el Cardenal se convirtió muy rápidamente en un nuevo evangelizador, un san Pablo y un Santiago renovados, llegado desde el mar para expandir la fe entre los musulmanes de África. Los relatos de esta conquista –bastante estereotipados– han impuesto una historia oficial gloriosa en la que la omnipotente monarquía católica había podido expandir sus dominios gracias a la ayuda providencial del Cardenal, muy rápidamente considerado por todos como un santo7. De hecho, se puede incluso considerar que el propio Cardenal, ayudado en esta tarea por la sede toledana, fue el auto-promotor de su culto gracias a la oportuna publicación de cartas de relación de la expedición, así como por la elaboración de un programa iconográfico en la Catedral de Toledo. De hecho, en una carta que manda a Villalpando, Capellán mayor de la Iglesia de Toledo, Cisneros habla de la:
mucha vitoria que plugo a su clemençia de nos dar en esto de Orán, que, çierto, ha sydo más por misterio que por fuerça de armas, segúnd la gran fuerça de la çibdad, qu’es la más fuerte y más fermosa y viçiosa del mundo8.
Y manda a Fray Juan de Cazalla, que lo había acompañado, que redacte otra misiva más detallada sobre la empresa que se acaba de realizar. De la misma manera la relata el fraile con acentos providenciales, el primer milagro sucediendo ya en el mar. Se trata del milagro del viento favorable, un milagro marítimo al fin y al cabo bastante tópico en las hagiografías de los santos relacionados con el mar. Escribe el autor:
el Cardenal, nuestro señor, con toda el armada y con próspero viento, que paresçía de Dios para esto sólo enbiado –donde me acordé aver leydo de las obras de santo Agustín […] que dize el viento ser espíritu de Dios; e asy fue que como este viento con la voluntad de Dios fuese comovido, e con las tenpestades de las aguas acresçentado, e por los misterios de los ángeles fuese alterado e sosegado– se fizo a la vela9.
El autor de la carta rápidamente evoca la estrategia de Cisneros para atacar al día siguiente10 pero más que todo recuerda su santidad, ya que, como los confesores de los siglos pasados, es mediante la oración como pelea y consigue la victoria: “Y él, entretanto, con mucho cuydado, alçadas sus manos orando a nuestro Señor, peleava más que todos”. De hecho, gracias a su intercesión, se alcanzó la victoria con la “ayuda de Dios y de Santiago”, produciéndose no pocos milagros, que va enumerando:
Ovo grandes misterios e milagros en este santo viaje: lo uno, que asy para la yda, como para la venida, paresçió notoriamente quel Cardenal, nuestro señor, tenía el viento en la manga; e asy lo dezían públicamente los marineros. Lo otro, que la primera cosa que yo vi en la tierra de África fue una cruz, e dixe luego a los que estavan comigo: ‘En esta señal vençeremos’, como yo avía predicado el día de la cruz, antes que partiésemos, e avían dicho que yvamos a buscar la cruz a África. Iten, al tienpo del conbatir la syerra, estando en lo alto de ella más de XV mil moros, aparesçió sobr’ellos una niebla negra que los cubrió, e a los nuestros dexó con luz e con una bondad de tiempo fresco. Iten, que al tienpo de començar de salir, salió un fiero puerco, que ovo quien dixo: ¡A él, a él, que Mahoma es!’; e luego le mataron e vimos multitud de buytres sobre los moros. […] Lo otro que ha de notar vuestra merced es –y esto se predique y tenga por evangelio–, que es notorio que Dios alargó aquel día, asy como en el tienpo de Josué, tanto, que los moros mismos lo confiesan que lo vieron claramente; e a esta causa, algunos pidieron luego baptismo11.
El acento providencialista de esta carta recuerda que se trata pues de una cruzada y un previo paso a la expansión de la fe en África, elemento en el que vuelve a insistir Cazalla al final del documento: “nuestro señor, y los milagros manifiestos que Dios aquí ha querido mostrar, es claro que presto quiere que toda África sea nuestra”. Hay que tener en cuenta que estas cartas se publicaron al mes de esta conquista, promocionando pues directamente este acontecimiento y el papel del protagonista principal, el Cardenal Cisneros, e indirectamente de la diócesis de Toledo.
De la misma manera, el mismo Cardenal mandó realizar unos tres frescos para la capilla mozárabe de la Catedral de Toledo, de los que se encargó Juan de Borgoña apenas cinco años después, y que relatan tres episodios de la campaña oranesa: el fresco de la izquierda representa el desembarque de las tropas de Cisneros al puerto de Mazalquivir, el fresco central representa la batalla mientras que el de la derecha representa el embarque de Cisneros para su vuelta a España12. Estas pinturas se inspiran en la relación de Cazalla y de la misma manera permiten destacar la dimensión providencialista de la conquista y el papel de primera orden desempeñado por el Cardenal Cisneros.
En el primer fresco del tríptico (Imagen 1), vemos en un primer plano al Cardenal, que se destaca por su púrpura cardenalicia, que pisa el suelo africano, en actitud de bendecir ya que se trata de una misión evangelizadora. El mar y la armada ocupan una parte importante del cuadro recordando que esta empresa se lleva a cabo allende mar, para propagar la fe más allá de esta frontera natural. Es de notar también la tranquilidad de las aguas, lo que sin duda remite al milagro que protagonizó Cisneros que según Cazalla “tenía el viento en la manga”.
Imagen 1. Juan de Borgoña, La toma de Orán, Capilla mozárabe de la Catedral de Toledo, 1514
El segundo fresco (Imagen 2), que se sitúa en la parte central, representa diversas fases del enfrentamiento entre los cristianos y los infieles. Otra vez importa la presencia física y simbólica del Cardenal: aparece en primer plano, en el ángulo inferior derecho, montado en un caballo y engrandecido por su manto rojo que recubre parte del caballo, siguiendo unos soldados que llevan un estandarte con su escudo, que también se repite en lo alto de la escena, coronando el conjunto del fresco. A su protagonismo se suma la representación simbólica de los milagros que se le atribuyen: en el cielo oranés, casi enmarcando el escudo cisneriano, un sol de rayos hipertrofiados viene a recordar que, por su intercesión, se alargó el día, mientras que el vuelo de aves negras alude a cómo unos buitres atacaron a los moros.
Imagen 2. Juan de Borgoña, La toma de Orán, Capilla mozárabe de la Catedral de Toledo, 1514
Por fin, el tercer fresco (Imagen 3) representa la partida de Cisneros, unos tres días después, acompañado por tres soldados que le esperan en una nave con las velas desplegadas y lista para zarpar, llena de una cantidad importante de cautivos moros, como lo había relatado Cazalla, simbolizando todos estos elementos el éxito de esta cruzada ultramarina. Por si fuera poco, el Cardenal manda añadir, debajo de los frescos, una leyenda explicativa en latín13, en la que se insiste en algunos elementos que no se habían podido representar en el fresco. Por una parte, se hace alarde del sentido estratégico del cardenal a la hora de tomar las decisiones acerca del combate y, por otra parte, se evoca el balance de la batalla, cuatro mil muertos musulmanes contra unos treinta solamente en el bando cristiano, insistiendo pues en lo milagroso de la victoria. Obviamente se trata de un tópico al relatar las batallas, pero no deja de ser un instrumento muy eficaz para probar la santidad de la empresa, y del personaje que la lleva a cabo.
Imagen 3. Juan de Borgoña, La toma de Orán, Capilla mozárabe de la Catedral de Toledo, 1514
Y de hecho, tanto las cartas publicadas como el fresco con su leyenda cumplieron su misión de propaganda y de autopromoción del culto a Cisneros. Sirvieron de base a la redacción de las crónicas regias y, cómo no, a las hagiografías destinadas a celebrar la santidad de Cisneros y a servir su causa para su proceso de canonización. En su crónica de los Reyes Católicos, Andrés Bernáldez14, si bien añade detalles más concretos sobre la batalla, tanto de los soldados en tierra como de la artillería presente en la flota, no abandona nunca la tonalidad providencialista ni deja de recordar estos milagrosos acontecimientos, haciendo que así entraran de lleno en la Historia oficial y en las glorias del reino, como lo prueba la multitud de relatos acerca del caso (comedias, romances y otras piezas literarias, sermones, etc.) o que lo incluyen (crónicas históricas15, historias eclesiásticas o flores sanctorum). Evidentemente, a veces conocieron hipertrofias estos milagros, particularmente bajo la pluma de los celadores de la causa de Cisneros16, y se sumaron otros. Uno de estos nuevos milagros, que nos interesa particularmente, cuenta cómo apareció Cisneros, después de muerto, en 1573 para defender la ciudad:
Affirman los de Orán haberse aparecido el cardenal muchas veces sobre la puerta, muralla de la ciudad de Orán, vestido de Pontifical con su báculo Pastoral, un estoque desnudo, defendiendo la ciudad valerosamente de los asaltos de los moros, que an pretendido bolverla a su poder, que muchas veces la saetas de los enemigos se han vuelto contra ellos mismos.
También a sido visto de los africanos el Cardenal en su caballo blanco a semejança del Apóstol Santiago. El año de 1573 cercó la dicha ciudad de Orán el Rey de Argel con gran multitud de moros, y estando en gran peligro de ser entrada, fue visto de los infieles el fraile Francisco con Capelo de Cardenal que defendía la puerta, y puso tal espanto a los enemigos que desampararon el cerco y se fueron huiendo, y los renegados que venían en esta jornada dixeron ser este fraile el santo Cardenal Don fray Francisco Ximénez…17
Se trata de confirmar con este milagro la santidad del personaje, su papel de evangelizador a la vez que defensor de la fe católica, compañero de Santiago y sucesor suyo en parte de las posesiones ultramarinas de los reyes de España.
Pues bien, si varias razones (religiosas, pero también estratégicas, con la posesión de una plaza importante para el control de parte del Mediterráneo) precedieron a la conquista de la plaza de Orán, la historia oficial insistió más bien en el carácter religioso e incluso providencialista de la empresa, considerada como una verdadera cruzada.
Aprovechando la Guerra de Sucesión por el trono español y la situación desfavorable del rey Felipe V, los argelinos sitian la ciudad de Orán que acaba cayendo en enero de 1708, mientras que Mazalquivir cae en abril del mismo año. De la misma manera que para la conquista de 1509, la voluntad de recuperar Orán, acontecimiento que tendrá lugar en 1732, tiene varias justificaciones18. El proyecto se inscribe en una política global de restauración política y religiosa de los dominios injustamente perdidos a causa de la guerra de Sucesión, como bien lo recuerda el decreto del 6 de junio de 1732:
Siendo mi Real ánimo no dejar separada del Gremio de la Iglesia y de nuestra Católica Religion, parte alguna de los Dominios que la Divina Providencia entregó a mi cuidado, quando me colocó en el Trono de esta Monarquía, y que la superioridad y multiplicidad de mis enemigos arrancó despues de mi obediencia, violenta y fraudolosamente; he meditado en todos tiempos en reunirlas […] que estando esta Plaza en poder de los Barbaros Africanos, es una puerta cerrada a la extension de mi Sagrada Religion, y abierta a la esclavitud de los habitadores de las inmediatas costas de España.
Leyendo estas palabras, se podría creer que el motivo religioso es esencial en la decisión de recuperar Orán, una plaza ganada por sus antepasados y que el nuevo rey Borbón consideraba formar parte del patrimonio histórico-religioso de la España que había heredado. Sin descartar nunca esta motivación, que por constar en el decreto ha pasado a ser versión oficial y que le devolvía el prestigio a un Felipe V llegado al trono no con poca dificultad, se ha demostrado que otros intereses se juntaban e influenciaron también la decisión de reconquistar la ciudad. De hecho, una vez recuperadas algunas posesiones italianas, controlar Orán significaba también garantizar el control del Mediterráneo occidental: no solamente a nivel del comercio frente a las pretensiones francesas e inglesas sino también frente al corso magrebí que amenazaba constantemente las costas españolas. Sin embargo, sí que la Corona contaba con la protección divina para llevar a cabo su proyecto, como lo muestra la carta mandada a todas las ciudades e instituciones del reino “para que realizaran rogativas por el éxito de la expedición”19.
De hecho, estas múltiples motivaciones se plasmaron en una diversidad de discursos –textuales y plásticos– que se entremezclaron y se cruzaron en esta primera mitad del siglo XVII, una dialéctica entre un discurso antiguo, anclado en el pasado, lleno de maravillas, y un discurso más crítico, cuyos brotes ya se venían viendo desde el siglo XVII, y se confirmaron con la Ilustración.
De hecho, seguimos encontrando, en este siglo de las luces, relatos que evocan milagrosos acontecimientos que se supone tuvieron lugar durante esta conquista. Uno de ellos, el más significativo, sería la ayuda providencial de San Antonio de Padua a las tropas españolas. Esta consta en un precioso grabado (Imagen 4), de autoría desconocida, en el que se puede ver el ataque de la Armada española a la ciudadela de Orán. En esta escena muy dinámica, podemos ver, a la derecha, los soldados de a pie que atacan la puerta de la ciudad que aparece en un segundo plano, bajo la mirada del que podemos suponer es el Capitán, el Conde de Montemar. A la izquierda, en la bahía, una cantidad importante de galeras desde las cuales se tiran cañonazos, y de las que desembarcan nuevos soldados listos para atacar, viene a simbolizar la potencia de la armada española. De hecho, los textos hablan de más de 600 embarcaciones monopolizadas para llevar a cabo esta expedición. Pero, lo que más impacta es que, dominando la escena, San Antonio de Padua, vestido de la túnica franciscana y con el sombrero de alas anchas decorado con plumas, como llevan los capitanes del ejército, aparece flotando en una nube, seguido de un ejército innumerable, convertido pues en verdadero capitán celeste de los reinos de ultramar. El cielo tormentoso remite a los truenos que el santo arrojaría a los enemigos de la fe.
Imagen 4. S. Antonius Pad: hat in disen Auszug, mif melchen ihne der Spanische Admiral in der Franciscaner Kirchen zu Alicante befleidef, alle Mohren aus Oran verjagef Anno 1732, National maritime Museum, Londres
Lo mismo viene relatado en una Oración panegírica, escrita a raíz de la victoria por Francisco Cano Machuca y dedicada a la reina Isabel Farnesio20, en la que, a toda costa, el autor se esmera en justificar la intercesión del santo, apoyándose en la etimología de su nombre (que significaría “truena de lo alto”), así como en su capacidad a devolver las cosas perdidas, como es el caso de Orán, perdida unos veinticuatro años antes21. Ahora bien, contrariamente a lo que pasó con los milagros de la primera conquista, esta intervención celeste no conoció mucho éxito, y no consta en las otras relaciones de este acontecimiento.
La que nos ha dejado Pedro de la Cueva22, a pesar del mismo título del folleto que nos informa sobre la tonalidad apologética del texto y de la propensión de su autor a la parábola religiosa, no llega a igualar la tonalidad providencialista de las relaciones de siglos anteriores. Es cierto que el autor recuerda la restauración religiosa que se operó gracias al celo del Rey comparado con David23, que alude, de pasada, a la ayuda divina durante la travesía y el desembarque “Visible se vio el brazo de Dios, favoreciendo a los suyos, desde que llegaron en la Aguada a tomar tierra… Tú, Señor, como Dueño del Mar, suavizaste, y mitigaste la resaca ordinaria de sus olas en la Playa del Aguada”24, y evoca de manera más que imprecisa los “millones de milagros que han inundado los Mares, las Armadas, los Puertos, las Playas, el África, las Tropas, los Castillos y la Plaza de Orán”25. Sin embargo, la dimensión divina y providencial pierde consistencia a favor de la actuación humana26: la voluntad del rey siempre alabada, la de José Patiño, Secretario de Hacienda, Marina e Indias, que había mejorado y aumentado la Armada española y gracias al que el Rey había podido cumplir con su designio, pero también la de todos los otros participantes a la expedición victoriosa. De hecho, al final de la obra aparece una significativa tabla en la que se nombran a los responsables de la expedición: el Rey, Patiño, el Conde de Montemar, así como los Tenientes, Mariscales, Oficiales generales, los diferentes batallones, etc.
La dimensión humana es precisamente la componente que domina en los demás relatos históricos como, por ejemplo, La Relacion de lo acaecido en la Navegacion de la Armada, un breve texto bastante neutro que presenta los diversos hitos de la reconquista de la plaza de Orán. Sin negar la dimensión religiosa de la victoria, se insiste más que todo en el papel de los soldados en la misma afirmando que “Estos triumphos, que después de la visible asistencia de Dios, se deben únicamente al invencible valor de las Tropas…”27. De la misma manera, o más aún, lo providencial está ausente del relato de Campo-Raso, en sus Memorias políticas y militares…28, en que la dimensión crítica es ya esencial. En un relato muy documentado, cauto y preciso, el autor da cuenta de los preparativos de la expedición enfocando particularmente en la importante Armada juntada para la ocasión “y se puede decir sin hyperbole, que nunca se viò el Mar Mediterraneo cubierto de tanta variedad de Vanderas juntas”, de las dificultades ligadas al temporal, del desarrollo y aprietos de la batalla naval y campal, así como de las estrategias adoptadas por Montemar. Estamos claramente ante una historiografía crítica que poco tiene que ver con los acentos providenciales que prevalecían en los siglos pasados o que siguen vigentes en textos de géneros distintos.
Pasa lo mismo para la iconografía: podemos comparar el grabado ya estudiado con la representación de la toma de Orán pintada por Domenico Maria Sani que presentan la misma dialéctica (Imagen 5). A la Armada supeditada a la capitanía celeste de San Antonio, se opone una Armada y un ejército subordinados a la estrategia y la disciplina militar encarnada por un hombre, el Conde de Montemar presente en el ángulo inferior izquierdo y que se distingue por un halo luminoso. Se representa, conforme a los relatos de la época, el desembarco de las tropas españolas en la playa de las Aguadas, poniéndose de manifiesto la importante Armada y el imponente ejército perfectamente organizado como lo indica la misma composición del cuadro. No cabe ninguna duda de que el pintor italiano, nombrado pintor del rey en 1732, haya querido representar la dominación de la Flota española, simbolizando el poder militar del nuevo Borbón, ya totalmente rehabilitado, después de los duros trances y de la falta de legitimidad que habían caracterizado el principio de su reinado. Parece que en este primer siglo XVIII, si la fe sigue llegando por el mar, pocas veces es cuestión de milagro, se trata más bien de poder.
Imagen 5. Domenico Maria Sani, Toma de Orán, Patrimonio Nacional
El 6 de septiembre de 1732, poco después de conquistada la ciudad, otro acontecimiento –un milagro directamente venido del mar– ilustra perfectamente la tensión que todavía existe entre una mentalidad conservadora anclada en el pasado y apegada a las supersticiones, y una mentalidad más moderna, para la que prevalece la razón.
En un auto escrito por el escribano de la Ciudad, se cuenta que dos soldados encontraron una cruz de madera, con una figura de Cristo de hierro, envuelta en trapos, que flotaba en el mar, a la playa en la que estaban. Se presentaron pues al Vicario para entregarle la cruz. Se interpreta pues este hallazgo como verdadero milagro, ya que se supone que con el peso la cruz hubiera tenido que hundirse y no flotar. Acompañados por diversos testigos cuentan la historia al notario para que dejara constancia del prodigio. De hecho, Alain Cabatous recuerda que este tipo de objetos y estatuas venidas del mar son “autant d’oblations marines qui ont probablement confirmé aux hommes de la mer la présence de Dieu tant sur l’eau que sur la terre”29.
Al lector de hoy, no le cabe la menor duda de que esta milagrosa cruz no puede ser sino un oportuno invento para afirmar simbólicamente que no por nada la fe llega desde el mar… Se trataba de hecho de acrecentar la legitimidad de la conquista y la dimensión religiosa de la misma y favorecer la fe mediante el culto a una reliquia que simbolizaba el éxito católico frente a la infidelidad. Se trata pues de un tipo de maravilla típica de la Edad Media, todavía presente en la Edad Moderna, pero que se pone en tela de juicio en el siglo ilustrado. Y efectivamente, el Fraile Padre Feijoo, a pesar de su condición de religioso, cuestiona en su ensayo Teatro crítico universal, esta religión llena de invenciones, oscurantismo y supersticiones, y critica la credulidad de la gente. Comprobamos pues que a partir de allí, si la fe sigue cruzando los mares, va perdiendo cada vez más terreno a favor de unos motivos más pragmáticos, aunque no por ello más dignos ni morales.
[1] André VAUCHEZ, “L’homme au péril de la mer dans les miracles médiévaux”, in L’homme face aux calamités naturelles dans l’Antiquité et au Moyen Âge, Cahiers de la Villa Kérylos, 17, París, Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, 2006, p. 184-195.
[2] Delphine TEMPÈRE, “Conversion, évangélisation et miracles sur les océans. La vie religieuse en mer au XVIIe siècle à travers l’œuvre des missionnaires jésuites » in Pierre RAGON, Nouveaux Chrétiens. Nouvelles Chrétientés, París, Presses Universitaires de Nanterre, 2010, p. 313-328.
[3] Alonso DE VILLEGAS, Flos sanctorum e historia general de la vida i hechos de Iesu Christo, Dios y señor nuestro, y de todos los Santos…, Barcelona, Sebastián de Cormellas al Call, 1615, fol. 175a.
[4] Ibid., fol. 195c.
[5] Citado por María Isabel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, El taller historiográfico: Cartas de relación de la conquista de Orán (1509) y textos afines, Londres, Department of hispanic studies, Queen Mary and westfied college, 1997, p. 13.
[6] A pesar de que no faltan resistencias y críticas entre los nobles.
[7] Hay que recordar que el proceso de canonización empezó justo después de su muerte, aunque no llegara, por diversas razones, nunca a su término.
[8] Carta del reverendísimo Señor Cardenal d’España, Arçobispo de Todelo, al Venerable Nuestro especial Amigo el Dotor de Villapando…, in M. I. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, op. cit., p. 47.
[9] Carta del Maestro Caçalla al Reverendo y muy venerable Señor, el Señor Dotor de Villapando… in ibid., p. 48.
[10] Sabemos que en esto (y más asuntos) discrepaba con el capitán que lo acompañaba, el capitán Pedro Navarro.
[11] Carta del Maestro Caçalla…, p. 51.
[12] Sophie DOMINGUEZ FUENTES, “Les fresques de la campagne d’Oran peintes par Juan de Borgoña dans la chapelle Mozarabe de la cathédrale de Tolède”, Cahiers de la Méditerranée, 83, 2011, p. 33-42. En este artículo, Sophie Dominguez Fuentes ha demostrado con argumentos sólidos y convincentes que los frescos laterales no representan la salida desde Cartagena ni la vuelta a España, como algunos como Sánchez Dorcel lo habían afirmado.
[13] Esta leyenda está hoy desaparecida, sustituida por una leyenda en castellano, bastante posterior ya que incluye actualizaciones sobre el destino de la plaza de Orán, su pérdida en 1705 y su recuperación en 1782.
[14] Historia de los Reyes católicos don Fernando y doña Isabel escrita por el bachiller Andrés Bernaldez…, in , Don Cayetano Rosell (éd.), Crónica de los Reyes de Castilla, tomo III, coll. Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, Rivadeneyra ed., 1878, p. 737 y sig.
[15] Sin embargo, conviene aquí matizar: en 1601, Mariana en su Historia general (libro XXIX, cap. XVIII) vuelve a utilizar los elementos presentes en la crónica de Bernáldez, pero abandona el tono providencialista y se queda más escueto en cuanto a los milagros. No niega nunca lo milagroso de la victoria, lograda gracias a la intercesión de Cisneros, pero no recoge el conjunto de milagros (alargamiento del día, el vuelo de cuervos, etc.).
[16] Álvar GÓMEZ, en su De rebus gestis a Francisco Ximenio Cisnerio, Archiepiscopo Toletano... cuenta, en el libro IV, por ejemplo, que se le apareció al Cardenal el Árbol de la cruz en el cielo, no una vez sino tres veces, cerca de Aranjuez, a la salida y a la llegada de África, milagro recogido más tarde por Fray Antonio DE SANTA MARÍA en su España triunfante y la iglesia laureada, en todo el globo de el mundo, por el patrocinio de María Santísima en España, 1682.
[17] Balthasar PORREÑO, Dichos, hechos, virtudes y milagros del Illmo y Reverendíssimo don Fray Franco Ximenez de Cisneros…., manuscrito BNE nº 1736, fol. 57. Este milagro fue recogido después en los Flores Sanctorum de Marieta (Lib. V, cap. 97, fol. 145a) y Villegas (3era parte, fol. 601) asegurándole una gran difusión entre los fieles.
[18] Seguimos aquí las conclusiones de Luis Fe Cantó en su tesis doctoral Oran (1732-1745), les horizons maghrébins de la monarchie hispanique, p. 113-129. Inédite.
[19] Juan Jesús Bravo Caro, “Málaga en la logística de la expedición a Orán en 1732”, Vegueta. Anuario de la Facultad de Geografía e Historia, 17, 2017, p. 345. Este historiador presenta en su artículo las ceremonias que se organizaron tanto en España como fuera de las fronteras peninsulares, antes y después de la conquista.
[20] Doctor Francisco CANO MACHUCA, Oración panegírica en acción de gracias a San Antonio de Padua por la plausible victoria de las armas catholicas en la toma feliz de la importante plaza de Orán, predicada el día veinte y siete de julio de este presente año… [s.l., s.a.].
[21] Extrañamente, no se evoca la relación del santo con el mar (había predicado a los peces y había obrado milagros de protección hacia marineros) ni con san Francisco, adoptado como protector de la gente de mar. Véase la hagiografía que le dedica Fr. Miguel MESTRE, Vida y milagros del glorioso san Antonio de Padua, sol brillante de la Iglesia…, Madrid, Ángel Pascual, 1724.
[22] Pedro DE LA CUEVA, Iconismos, encomiasticon o verdadera descripción, y elogio de la expedición de África, en las que las Reales Armas de S. M. El Señor Phelipe V recobraron a Marzaquivir, Orán y sus Castillos….
[23] Ibid., p. 17.
[24] Ibid., p. 24.
[25] Ibid., p. 29.
[26] Incluso en la parte dedicada a la primera conquista, desparecen los milagros habitualmente aceptados.
[27] Relacion de lo acaecido en la Navegacion de la Armada que se congregò en la Bahia de Alicante, i de los gloriosos progressos del Exercito del Rei en la Conquista, ò Restauracion de la Plaza de Oràn, en Africa, en los dias 29. i 30. de . Iunio, i 1 de Iulio deste año de 1732, que sin duda se publica a raíz de la victoria [s.l., s.a.], p. 8.
[28] Joseph DEL CAMPO-RASO, Memorias políticas y militares para servir de continuación a los comentarios del Marqués de San phelipe, desde el año de MDCCXXV…, tomo tercero, Madrid, Francisco Xavier García, 1756, p. 285-293.
[29] Alain CABANTOUS, Le Ciel dans la mer : Christianisme et civilisation maritime (XVIe-XIXe siècle), París, Fayard, 1990, p. 50.
Résumé
On peut comprendre la mer comme le vecteur géographique de la parole religieuse, depuis les légendes des venues de saint Paul ou de saint Jacques dans la Péninsule. D’ailleurs, il tout aussi fréquent de trouver, dans la littérature médiévale, des exemples de faveur ou châtiment divin surgis lors de voyages maritimes que des exemples de miracles militaires dans l’histoire politique des couronnes péninsulaires (pensons notamment aux légendes du saint Jacques chevalier, mais aussi aux apparitions de la vierge Marie). C’est à partir de cela que nous nous sommes intéressée aux expéditions militaires du nord de l’Afrique à l’époque moderne. La lecture des chroniques et l’analyse de l’iconographie nous montrent à quel point ces conquêtes sont interprétées comme un symbole du retour des terres perdues à la foi chrétienne, et comment, dans un tel contexte, le contact avec la mer est un élément essentiel, non seulement d’un point de vue pratique mais également d’un point de vue spirituel.
Resumen
Podemos entender el mar como el medio geográfico del advenimiento de la palabra religiosa, desde las leyendas de la llegada de San Pablo a la península o de Santiago. Son numerosos también los ejemplos en la literatura medieval del favor o castigo divino expresados durante viajes por rutas marítimas, así como los ejemplos de milagros militares en la historia política de las coronas peninsulares (pensemos en las leyendas de Santiago sin ir más lejos, pero también en las apariciones marianas). A partir de este punto de vista nos hemos interesado por estudiar si se produjeron esos milagros en las expediciones militares al norte de África en la época moderna. La lectura de las crónicas, el análisis de la iconografía más áulica o de la iconografía más relacionada con un discurso dinástico nos pueden permitir entender cómo estas conquistas son interpretadas como una simbología del retorno a la fe cristiana de tierras perdidas y cómo, en este contexto, mantener el contacto con el mar es algo esencial, no sólo desde el punto de vista práctico sino también espiritual.
El caso de la conquista de Orán por Cisneros
La reconquista de Orán por Felipe V: la fe sigue llegando, pero…
Lidwine LINARES
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