Antonio Ungar, ganador del Premio Herralde en 2010 por Tres ataúdes blancos, es autor también de las notables novelas Zanahorias voladoras (2004) y Las orejas del lobo (2006), en realidad éste último una serie de cuentos entrelazados, y de las colecciones de cuentos Trece circos comunes (2000), De ciertos animales tristes (2000) y Trece circos y otros cuentos comunes (2010). Estuvo en el International Writing Program en Iowa en 2005; por casualidad estuve presente en la fiesta de inauguración del programa en septiembre de 2005 donde conoció a su mujer, la escritora palestina Zahiye Kundos. Se casaron un par de años después y ahora viven entre Jaffa (en Israel-Palestina) y Bogotá. Hoy quisiera enfocarme no en su abundante y excelente obra narrativa sino en unas crónicas periodísticas bastante desconocidas, publicadas a partir de 2007 en la revista holandesa Passionate, sobre la vida cotidiana de latinoamericanos y palestinos en Israel-Palestina y una sobre palestinos en Colombia. Sus primeras crónicas sobre esos temas se publicaron al poco tiempo de llegar a Israel-Palestina en Semana.com, crónicas que censuró ese sitio web por tocar temas controvertidos. Ahora él reniega de esas crónicas iniciales –“en ese entonces no entendía nada”, me dijo en un correo electrónico– pero no de varias series posteriores. En un excelente artículo sobre Ungar y Kundos en Haaretz en junio de 2016, Neri Livneh explora las contradicciones evidentes: un descendiente de judíos colombianos (los abuelos llegaron huyendo de la Shoah), se convirtió al Islam en Bogotá para casarse con Kundos, y luego comenzaron sus aventuras. Ungar le dijo a Livneh que tanto sus abuelos como su padre no practicaban el judaísmo y por lo tanto cuando quiso irse a vivir a Israel tuvo que probar que parientes suyos habían muerto en el Holocausto. No practica ni el judaísmo ni el Islam ahora, y cada vez que llega al aeropuerto internacional Ben Gurión en Tel Aviv los agentes de seguridad no entienden como alguien con apellido judío-alemán puede no hablar hebreo ni practicar el judaísmo, pero vive en el país y tiene hijos con nombres árabes.
Tomo como título de este texto la frase de Thomas De Quincey que Borges utilizó como epígrafe de Evaristo Carriego en 1930: “a mode of truth, not of truth coherent and central, but angular and splintered”. Esa verdad en astillas es lo que interesa a Ungar, tanto en su narrativa como en las crónicas que voy a estudiar ahora: la fragmentación, la incoherencia, son vías de llegar a ella. Sus crónicas son de historias de vida: a veces de fragmentos de su propia vida cuando roza con otra, como la de la ex guerrillera boliviana que conoció en Cuba en 1987 (“Carreteras negras”), o la prostituta colombiana que entrevista en Tel Aviv (“En la otra tierra prometida”), o la de un amigo de la adolescencia que después se convierte en ladrón y asesino (“Latin Lovers”). La belleza de su prosa, mérito por el que es conocida la obra narrativa de Ungar, enmarca estas historias siniestras, como por ejemplo el segundo párrafo de la crónica sobre la vida de Jenny, la prostituta colombiana en Tel Aviv:
Jenny nació en Apía, un pueblito cerca de la ciudad de Pereira, en los Andes colombianos. La región de Pereira produce el 80% del café que Colombia exporta. Es un paisaje de colinas verdes, haciendas de la época colonial, caballos, pueblos con tejados de barro rojo. Cuando Jenny tenía cinco años mataron a su papá a cuchilladas, en el billar de uno de esos pueblos de apariencia bucólica. Desprotegidas, sin un centavo, su mamá, ella y dos hermanas menores huyeron a Pereira. (sección 1)1
O un par de páginas después, cuando Jenny le está narrando su travesía de la frontera entre Egipto e Israel, cuando los traficantes que las llevaban a ella, a una hermana menor y a su mejor amiga las abandonan en el desierto cuando no llegan los traficantes israelíes que las iban a llevar a Tel Aviv para trabajar en un “puticlub” y en cambio sí les sobrepasa un helicóptero (israelí, parece). Ha muerto la amiga de sed, después de convulsiones:
Jenny interrumpe su relato y se voltea para que no le vea la cara. Está llorando. Llora todo el camino hasta el parque. Nos sentamos en una banca. Esa noche la pasamos las dos muy abrazadas, cubiertas de ropa. Le dije a mi hermanita que tal vez estábamos dando vueltas, que tal vez no habíamos avanzado. También le dije que por lo menos si nos moríamos, nos moríamos juntas. En el prado del parque están sentadas las familias de aquellos a quienes los israelíes llaman “trabajadores temporales”. Israel solamente otorga permisos de residencia permanentes a judíos. Los permisos de trabajo limitados son otorgados para oficios específicos (sobre todo limpieza, cuidado de ancianos, construcción), y tienen una validez máxima de cinco años (sección 5).
La ironía aquí es que Ungar consiguió uno de esos permisos de residencia por los abuelos paternos, a pesar de que tanto ellos como sus descendientes no practicaran el judaísmo, y que por otro lado la madre de Ungar fuera cristiana, es decir que realmente no tenía derecho al aliyah según las interpretaciones más ortodoxas de la legislación judía ortodoxa. Otra ironía que ofrece esta crónica: la clientela más frecuente que tiene Jenny, y otras prostitutas extranjeras en Israel, es de judíos ultra-ortodoxos. Esta crónica termina así:
Jenny se sienta en la cama. Saca la billetera del bolso y me muestra una foto en la que ella y dos mujeres muy jóvenes, muy bellas, posan en bikini junto a un caballo. Se alcanza a ver una piscina detrás, y más lejos colinas sembradas de café. Son Marcela y mi hermanita. En una fiesta de narcos, en Pereira. Siempre las tengo cerca. Después yo me quedo del otro lado de la cortina, mientras ella acaba de ponerse su uniforme de trabajo. Sale diez minutos después con tacones muy altos, mini falda, labios rojos. Mientras bajamos le pregunto si se quiere quedar a vivir ahí, en Israel. Se ríe en voz alta. Me dice que está loca, pero no tanto. Da el primer paso sobre el andén ya oscuro. Se gira todavía sonriente y me dice: En todo caso el pasaje de vuelta va a ser por cuenta de los israelíes, cuando me deporten (sección 7).
Es decir, la habilidad que tiene Ungar para trazar pequeñas historias de vida, y para contextualizarlas en relación a grandes conflictos sociales (la mafia italiana, los conflictos en Israel-Palestina, la guerrilla boliviana, la situación actual cubana, la violencia de los sicarios en Colombia, el narcotráfico en la península de la Guajira), se ven aquí de forma gloriosa, aun con destellos de humor.
En la revista Semana el 26 de abril de 2007 se anunció que “el escritor Antonio Ungar es el nuevo ‘blogger’ de Semana.com”. La serie se anuncia así: “reseñará su vida en Israel como musulmán converso y contará otras historias desde el otro lado del mundo. No se lo puede perder”. Hace su debut, en la serie “Diario de Oriente Medio”, con un texto titulado “Volver a Israel” donde cuenta, ya en el segundo viaje a Israel, que esa vez no llevará ni Corán ni documentales sobre Arafat (como hizo en el primer viaje) y que va con la invitación de un amigo judío. (Sospecho que será Etgar Keret, el escritor israelí que coincidió con Ungar y con Kundos en Iowa.) En su relato de su primer viaje lo interrogan una y otra y otra vez en el aeropuerto Ben Gurión:
Me acomodé en mi rincón cual personaje de Kafka y me resigné a responder por enésima vez a las mismas preguntas. Cuando estuvieron completamente seguros de que yo no era un terrorista a punto de explotar sino un escritor despistado, me dejaron pasar al cuartico número cinco. Ahí estaban sacando toda la información a mi portátil con un cable que iba a otro computador. Cuando me devolvieron el portátil en su maletín, apareció una mujer policía muy guapa que llevando mis dos pasaportes [el colombiano y el austríaco] en la mano me acompañó hasta la banda recolectora de maletas. Allí me devolvió mi identidad con una sonrisa, hizo una llamada por radio teléfono y sin ningún cinismo me dijo “Welcome to Israel”2.
La serie de Semana.com duró un tiempo pero se cortó cuando “alguien se quejó”, como dice Ungar en una entrevista. Pero volverá a contar sus vivencias en Jaffa-Tel Aviv en una notable crónica en la edición América de El País el 23 de noviembre de 2012, durante los bombardeos a Gaza, “Una semana que cae del cielo”. Comienza esa nota:
Primero fue un video. En blanco y negro, casi abstracto, tomado desde un avión no tripulado. El auto del líder militar de Hamás siendo volado por un misil israelí. Después vino la realidad.
Mi mujer y mis dos hijos caminan hacia mí en un parque, en la noche de Jaffa, cuando suena la primera alarma de guerra. Procuramos que parezca un juego mientras corremos al búnker más cercano. La explosión de un cohete interceptado hace vibrar el aire. El búnker está en un centro infantil, hay mucha luz, hay tebeos en los muros y juegos. Mis niños están encantados. No quieren irse a casa cuando los adultos decidimos que por hoy no habrá más cohetes3.
Es decir, Ungar juega aquí con la percepción infantil de un niño que presencia algo terrible que había utilizado de modo muy eficaz en Las orejas del lobo para contar la experiencia de un niño de seis años cuyo padre acaba de suicidarse (como ocurrió en la vida real del autor). Sigue la crónica, unos párrafos después:
Ya van 89 muertos del lado palestino y 4 del israelí. El 86% de la población apoya el ataque. Llaman los amigos que están cerca para decir que se cancela la reunión. Es la quinta que hemos hecho para intentar abrir una escuela bilingüe en Jaffa a la que vayan juntos niños judíos y palestinos con documento de identidad israelí (llamados aquí árabes, casi dos millones). Fijamos un desayuno para dos días después. Mis hijos están felices de pasarse el día jugando con los vecinos árabes. El mayor dice que no me acompaña a hacer la compra porque pueden caer cosas grandes del cielo. Cuando voy a buscarlo, en la noche, veo por una puerta entreabierta, en un canal extranjero ilegal, todo lo que no muestra la televisión israelí. El horror de Gaza. La casas arrasadas, los cadáveres, los hospitales desbordados, las familias huyendo, los niños quemados4.
De nuevo, la habilidad del narrador para conjugar varias perspectivas en un solo párrafo: el público de las encuestas, la alianza entre padres judíos y árabes que buscan abrir la escuela bilingüe, la visión del hijo mayor que tiene miedo, la alegría de los niños jugando con los vecinos, las imágenes terroríficas de Gaza en el canal clandestino.
En su obra narrativa Ungar trabaja mucho con “locos, excéntricos y marginales”, como le puso de título Alain Sicard a un congreso en Poitiers hace unos años. Es fascinante verlo trabajar con vidas reales utilizando las técnicas narrativas que había desarrollado en Zanahorias voladoras, Las orejas del lobo y Tres ataúdes blancos. El parecido con los cuentos es aún más fuerte. En sus crónicas periodísticas Ungar dice unas verdades incómodas, y las logra decir de modo oblicuo. La fuerza de estos textos está en la manera en que hablan los personajes, o se evocan si no hablan en primera persona.
[1] [NdE] Las referencias remiten al texto de Antonio Ungar publicado en este mismo volumen y que está organizado en siete secciones numeradas.
[2] Antonio UNGAR, “Volver a Israel”, Semana.com, 26 de abril de 2007.
[3] Antonio UNGAR, “Una semana que cae del cielo”, El País, 23 de noviembre de 2012.
[4] Ibid.
Daniel BALDERSTON
University of Pittsburgh
LIVNEH, Neri, “The Colombian Writer with Jewish Roots who Became a Muslim Before Moving to Israel”, Haaretz (25 de junio de 2016). https://www.haaretz.com/israel-news/culture/.premium-1.726656
UNGAR, Antonio, “Carreteras negras”, 4 de julio de 2009.
—, De ciertos animales tristes, Bogotá, Norma, 2000.
—, “En la otra tierra prometida”, 1 de enero de 2009.
—, “Latin Lovers”, 5 de septiembre de 2009.
—, Las orejas del lobo, Bogotá, Ediciones B, 2006.
—, “Una semana que cae del cielo”, El País: 23 de noviembre de 2012. https://elpais.com/internacional/2012/11/23/actualidad/1353701244_711889.html.
—, Trece circos comunes, Bogotá, Norma, 2000.
—, Trece circos y otros cuentos comunes (1994-2001), Bogotá, Alfaguara, 2010.
—, Tres ataúdes blancos, Barcelona, Anagrama, 2010.
—, “El último regalo”, 2 de marzo de 2009.
—, “ÚItimos recuerdos de Deir Yassin”, 3 de mayo de 2009.
—, “Volver a Israel”, Semana.com, 27 de abril de 2007. http://www.semana.com/on-line/articulo/el-escritor-antonio-ungar-nuevo-blogger-semanacom/84951-3.
—, Zanahorias voladoras, Barcelona, Alfaguara, 2004.