En una de sus formulaciones acerca del estatuto de la literatura, Jacques Derrida precisa que ella guarda un secreto que no existe antes de que la escritura lo produzca. Hay literatura en la medida en que la lengua se dé una fisura que no se esconde y llame a la interpretación, una y otra vez, justamente porque no hay nada que encontrar:
El secreto de un personaje, por ejemplo, no existe, no tiene ningún espesor fuera del fenómeno literario. Todo es secreto en la literatura y no hay ningún secreto escondido detrás de ella, he ahí el secreto de esta extraña institución1.
La extrañeza de la literatura reside en la institución de una forma pública de la lengua compartida que no se deja regir por las formas ya dadas de la lengua estatal, sin que ello implique un secreto que se esconda al escrutinio público. Es por esto que la literatura desplaza la contraposición entre secreto y visibilidad que suponen la mayoría de las teorías de la democracia, ávidas de identificar el carácter democrático de un discurso con la posibilidad de someterlo a una deliberación pública que pueda echar luz en lo que parecía opaco2.
La literatura, por el contrario, comparte una forma de la lengua sobre la que no se puede decidir con certeza. Al minar las formas dadas del discurso, abre la lengua a otras formas posibles de ser compartida. De ahí que, para Derrida, exista cierta articulación, siempre singular, entre secreto, democracia y literatura.
Que no haya democracia sin literatura, y viceversa3, no implica que la literatura presente un discurso de contenidos democráticos, sino que ella posibilita otras formas de discurso. Sin ese gesto de incierta apertura, la democracia se transforma en administración de una lengua que deja de experimentar y pierde su porvenir.
De esta manera, la literatura puede pensarse como una institución en la que la figura moderna del sujeto racional puede jugar con el conocimiento que lo constituye. Desde el romanticismo alemán, aparece allí una dimensión de la subjetividad que no se determina por las formas dadas de la razón en la ciencia y en la política. Como bien nota Blanchot, en vez de otorgar respuestas, lega una y otra vez deja nuevas preguntas4, transformando esa pérdida de un saber determinado en la apertura a los juegos de la lengua en la lengua.
La autonomía que gana entonces la literatura habilita la relectura de algunos textos previos como literatura. Entre ellos, Don Quijote. Retomando la conocida hipótesis de Close, con el romanticismo la novela firmada por Cervantes deja de ser leída como un libro de pedagogía cómica. Don Quijote deja de ser el ejemplo de un error por superar y, según ese relato, se transforma en un héroe idealista de la lucha por la libertad5.
La equivalencia que hace Close entre idealismo y romanticismo lo lleva a desatender la afirmación romántica de una libertad ínsita a la literatura. Al sustraer a Don Quijote de la pedagogía cómica, los románticos no lo transforman en ejemplo de otro saber. Antes bien, lo leen como personaje de una novela basada en juegos narrativos que desestabilizan cualquier heroicidad.
En efecto, Friedrich Schlegel insiste a lo largo de su vida en las singulares formas de Don Quijote. En su juventud describe la novela como una prosa basada en la parábasis6, mientras que en sus textos tardíos subraya la capacidad cervantina de explicar lo chistoso a través de lo grave, y viceversa7.
Una combinación entre ambas afirmaciones permite atender a los múltiples momentos en los que la narración de Cervantes se interrumpe y explica sin suponer que las mejores explicaciones del estatuto de la literatura provengan de los personajes que parecen más serios. Al contrario, quienes parecen más distantes del saber pueden ser los que, al ponerlo en jaque, abran las reflexiones más decisivas sobre la literatura.
Es el caso, entre otros, de uno de los personajes cervantinos que se opone más directamente al discurso estatal: Ginés de Pasamonte. Después de que los guardias lo describan como el criminal más peligroso de todos los presos que Don Quijote habrá de liberar, el bandido en cuestión tiene la particular tarea de defender su nombre ante el deseo de los guardias de imponerle un apodo, Ginesillo de Parapilla. A diferencia de otros personajes, que expresan el perspectivismo lingüístico de Don Quijote8 al darse otros nombres a sí mismos, o a otros personajes que los aceptan, Ginés debe defender su nombre propio.
Y quizá esto explique por qué es tal personaje quien tematiza la pregunta por la posibilidad de escribir la propia vida. Frente al recurrente deseo quijotesco de conocer todas las vidas a través de su relato oral, deseo sin el cual toda la empresa quijotesca carecería de sentido, Ginés evidencia la imposibilidad de que una vida pueda ser escrita en cuanto tal.
El discurso que se propone contar la verdad de la vida de quien habla no puede sino estar agujereado por la distancia entre la vida y su inscripción literaria. Después de haber sido condenado a lo que un guardia describe como una “muerte civil”, el sujeto sobrevive en una escritura que no puede incluirlo con certeza. Es el único personaje de la novela que escribe su vida, y por ello el que sabe que la autobiografía es posible porque la vida jamás podría, del todo, escribirse:
… lo que le sé decir a voacé es que trata verdades y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen.
—¿Y cómo se intitula el libro? —preguntó don Quijote.
—La vida de Ginés de Pasamonte —respondió el mismo.
—¿Y está acabado? —preguntó don Quijote.
—¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida?9
La aguda respuesta de Ginés (quien no casualmente en el segundo libro de Don Quijote reitera su crítica a la representación, a través de juegos con monos y títeres), suele complicar a la crítica cervantina, a menudo tan preocupada de desencudriñar todos los secretos en Don Quijote. Frente a la tensión que este personaje a la hora de recordar el estatuto literario de todo personaje, incluyendo el que se narra a sí mismo, los especialistas han intentado leer en su gesto la escritura de una vida no literaria. Así, en la respuesta de Ginés se ha leñido la pregunta por cómo contar una vida10, la defensa de una vida en contraposición al relato biográfico11, o incluso la afirmación de una escritura natural e inmediata de la vida12.
Ginés de Pasamonte deviene así, para tales lecturas, la pregunta por cómo escribir una vida sin secretos. Puede que el mejor ejemplo de este error se halle en el influyente libro sobre Cervantes firmado por Riley, quien después de intentar explicar con Benjamin y De Man el carácter contradi2021,ctorio de toda autobiografía apunta, en una nota al pie, que el relato autobiográfico podría decir la última palabra sobre el sujeto que la escribe si este se suicidase inmediatamente después de dejar la pluma13.
Que un autor que busque leer a Cervantes en torno a la teoría literaria confunda de esta manera la vida de un sujeto y su escritura es un triste ejemplo de la insuficiencia de las lecturas de Cervantes. Pero es también un alegre dato de cómo los juegos cervantinos siguen complicando a quienes quieren administrarlos14.
En ese sentido, es posible pensar en una historia política de las lecturas de Cervantes que ya no intente solamente mostrar sus apropiaciones por parte de la izquierda o la derecha, como las que ya se han realizado15, sino sobre todo cuánto y cómo algunas políticas de la literatura han intentado resistir al más importante secreto cervantino: la indeterminación del saber que dona una lengua que expone, sin secretos, que ella se juega al escribirse como literatura.
Nuestro propósito en un artículo no podría ser el de trazar esa historia. Solo buscamos detenernos en una forma de leer y reescribir a Cervantes en medio de los debates sobre la democracia postcolonial que atraviesan el siglo XIX chileno. A saber, en la obra del intelectual liberal José Victorino Lastarria16 (1817-1888), prolífico autor de cuentos, novelas y tratados, cuyas ideas intentaremos esbozar para luego leer su crítica republicana al diario íntimo.
Puesto que, como intentaremos mostrar, Lastarria somete la literatura a la política, resulta necesario partir indicando su posición en la historia de las ideas políticas en el siglo XIX latinoamericano. En su agudo rastreo por tales debates, Palti brinda un lugar decisivo a Lastarria. Esto es, el de quien instala la idea de que el Estado debe representar una sociedad previa al Estado17. Para asegurar la buena representación, los individuos que forman esa sociedad deben poder presentarse y hablar por sí mismos, en público, sin secretos.
Con ese ideal, Lastarria percibe de manera crítica el orden postcolonial chileno, gobernado por conservadores que prolongan el orden colonial, y entonces impiden la nueva libertad moderna de los individuos.
Así, cuando Lastarria narra cómo se fragua la reacción conservadora frente a los bríos liberales abiertos por el proceso independentista, explicita la primacía de una sociabilidad secreta, poco individualizada. Incluso las costumbres alimentarias y sexuales de los conservadores son, para Lastarria, expresión de la falta de individualidad de un orden que no se muestra en público:
no podemos recoger su historia sino en los chismes y consejas que la tradición nos ha comunicado. Háblase de logias secretas, de reuniones políticas en casa de algún magnate pelucón, alrededor de una mesa cubierta de un tapete en cuyo centro brillaba una ancha confitera de plata, mientras que el mate de lo mismo circulaba de mano en mano. Dícese de conciliábulos, de orgías, de ponchadas, en las cuales siempre se conquistaba algún prosélito y se brindaba con calor por la ruina de los pipiolos y pelagianos; pero todo eso no es de esta investigación histórica en que nos proponemos estudiar a un hombre por sus hechos públicos18.
La cita evidencia hasta qué punto los conservadores no son simplemente quienes defienden ideas conservadoras. Son, sobre todo, quienes imposibilitan cualquier tipo público de debate de ideas, puesto que sus retardadas ideas no podrían allí sobrevivir, según intuye Lastarria. Hacen que continúe el secretismo, lógica propia de los gobiernos que no pueden imponerse a través de la razón pública, y que entonces deben encubrir con artificios y tinieblas sus decisiones19.
De este modo, Lastarria percibe en el Chile decimonónico la alianza entre un fondo conservador y formas parlamentarias que no terminan de ser liberales. Los hombres de letras a los que se opone no superan esa contradicción, de modo que apoyan al gobierno conservador, traicionando el espíritu crítico de la razón. Mientras ellos mantienen un orden basado en secretos, Lastarria se presenta como quien dice sin secretos su presente, dejando hechos públicos para el futuro.
Quizá por ello Lastarria deja un Diario Político, publicado de manera póstuma. Su título es elocuente del deseo de que incluso el testimonio de la intimidad sea leído desde los asuntos públicos: sus páginas narran sus experiencias y opiniones en torno a variadas coyunturas históricas, dando a la luz asuntos que quizá teme que podrían quedar ocultos, para siempre, si su relato no los expusiera.
El trabajo del diario, para Lastarria, parece ser el de mostrar todo, incluyendo su único secreto. A saber, el de no lamentarse en público por los secretos. Esta reserva se explica por el intento de no desanimar la ya exigua discusión pública de la que se restan los hombres de letras que cuestiona:
Cuando Bello acabó de hablar pregunté yo a Sanfuentes, que estaba a mi lado, si quería responder; me dijo que no. Sanfuentes estaba amedrentado, su voz era más balbuciente que nunca; este joven es muy tímido, no tiene confianza en su talento e instrucción, es pusilánime y, sobre todo, estima en mucho el aprecio u opinión de los viejos. Yo miraba a aquellos senadores que no tienen más títulos para ocupar sus asientos que su riqueza. Lamentaba en secreto la suerte de este país, cuyos destinos se encuentran en manos de aquellos hombres ignorantes que no tienen más sentimiento que su egoísmo, ni más idea en política que la de conservar lo que existe20.
Lastarria deja entrever que los cambios que requiere Chile solo pueden advenir si los escritores, como los allí mencionados Bello y Sanfuentes, comienzan a escribir públicamente las verdades que callan. La literatura tiene así, para Lastarria, la función de dejar de someterse a la oligarquía y comenzar decir la verdad que el orden social calla.
De esta forma, en el célebre discurso con el que inaugura la Sociedad Literaria, Lastarria asevera que, así como el gobierno debe representar a la sociedad, la literatura debe representar al pueblo. Lejos de cualquier secreto, ella deviene un trabajo individual que muestra la vida colectiva, sin artificios ni tinieblas. Su escritura es un medio para los fines de la sociedad que puede verse representada, y entonces aprender sobre sí misma y transformarse.
La disputa de Lastarria no pasa por darle un lugar a la literatura en la República, sino por mejorar la República mediante un uso instrumental de la literatura. De ahí que resulte cuestionable caracterizalo como romántico, como se lo suele hacer21.
Contra la indeterminación romántica de la lengua, para Lastarria toda la escritura literaria ha de informar sobre el orden social. También la escritura de la propia vida ha de hacerlo. El punto está en detectar las vidas individuales que expresan el movimiento histórico y deben por ello ser recordadas.
Así, al comienzo de su conocida rememoración de algunos sucesos que marcan la historia política y literaria del siglo XIX, Lastarria contrasta la candidez de quien quisiera estar “siempre presente” con la legitimidad de quien se mantiene presente en el lugar que le corresponde22. La escritura veraz es así capaz, literalmente, de representar, y de dirimir quién debe ser representado. En este caso, de representar a quien lucha por la representación y teme porque los futuros documentos no lo representen.
La escritura pública del propio pasado instala una lucha por el futuro que puede no ser comprendida en su presente. En una sociedad conservadora, el escritor liberal aparece para Lastarria como un luchador aislado.
En esa línea, Lastarria se compara con Don Quijote23, en tanto sujeto que da una lucha que solo él puede notar y explicar. El libro de Cervantes le permite construir cierto discurso del héroe que sobrepasa los límites de la literatura. De hecho, Don Quijote se halla en la biblioteca de Lastarria –en la que no abundan novelas, como subraya Susana Zanetti24– dentro de una singular categoría: "Obras de literatura, historia y geografía". En la agenda de Lastarria, allí parecen reunirse las distintas obras que presentan los diferentes tiempos y espacios de una misma lucha por la libertad.
La lectura de Cervantes, y acaso toda buena novela, es para Lastarria un medio para conocer la sociedad de la que surge. Para el caso, esa España de la que Lastarria desea liberarse.
Cervantes le brinda un ejemplo de la literatura que representa la lucha por la libertad y se pone del lado de esta última, sin secretos. Don Quijote, según apunta, abre la literatura que combina la observación con la imaginación para estudiar la verdad25. La buena ficción es entonces para Lastarria aquella que desvela los secretos de la sociedad. Los buenos personajes serán quienes aclaren la historia. Incluso, o acaso especialmente, cuando esta podría, por momentos, no ser del todo clara.
Es en ese marco que se revela de particular interés una ficción breve firmada por Lastarria, el Diario de una loca. Allí se imagina el diario de una mujer que reside en un manicomio, después de enloquecer porque su familia conservadora le ha impedido casarse con el hombre que ama. El orden de los secretos impide el amor público entre individuos porque la hipocresía conservadora le exige mostrar en público lo que no podría darse en privado, y viceversa.
Los escritos que lega la mujer loca exponen momentos de lucidez fragmentaria, a través de una prosa que se interrumpe entre interjecciones y puntos suspensivos. Tal sintaxis indica el asedio de dudas y pasiones que distancian su palabra del discurso certero que Lastarria propone para dar cuenta de sí mismo. Esto ha permitido que la loca sea leída como una figura crítica de la razón estatal26, opuesta a otros personajes masculinos de Lastarria, quienes enuncian un discurso más orgánico para con la República. El relato enarbolaría entonces una posición crítica ante el discurso de la República.
Sin desconocer la posibilidad de contrastar el personaje de la loca con otros que inventa Lastarria, nos parece necesario mitigar ese juicio de la crítica al recordar cómo la escritura de la loca se articula entre otros discursos que componen el diario. El diario de la loca busca no ser secreto. Todo lo contrario, busca probar su cordura al doctor que podría corroborar su salud mental:
Este es el diálogo que he tenido con el doctor esta mañana. Lo he copiado por encargo suyo. Quiere ver si es exacto y darme en premio patente de sanidad. Si os falta un ápice, me dijo, si hay inexactitud, es prueba de que aun estáis mal… siento las tempestades y me recreo en ellas, escribo y lloro, sabiendo lo que hago. El doctor también lo dice, que estoy buena…
¡Oh! Él entra, le mostraré mi última frase…27.
La mujer inventada por Lastarria busca con ansiedad la confirmación de la salud que no llega. Ella muere y es el doctor quien termina de escribir el diario, recordando algunos pensamientos que lega la mujer antes de su muerte. Según narra, ella dice haber recibido de vuelta la razón, pero para morir.
Este movimiento podría fácilmente ser considerados como una reescritura de la muerte de Don Quijote, dada la tendencia, bien criticada por Margit Frenk28, a asumir que entonces Alonso Quijano vuelve a ser cuerdo. Sin embargo, como muestra Frenk con su habitual inteligencia, no es tan evidente que el personaje cervantino haya recuperado la cordura al final de la novela. Quizá por eso mismo, Lastarria se preocupa de determinar con más claridad el final de la mujer, a través de la palabra certera del doctor. El diario de una loca termina siendo el diario de un doctor que narra la impotencia de la República ante la locura producida por el orden conservador y sus secretos. El diario termina inscribiendo la reflexión del médico, interrumpida por los últimos suspiros de la mujer:
Me fue imposible contenerla. Su narración nerviosa, intermitente, violenta, no me daba lugar. La impresión misma que me causaba, me impedía dominar el caso: la sensibilidad triunfaba de la ciencia. Yo no era médico en aquel instante. Su delirio la abatió, y a mí me despertó. Pero todo fue inútil, ineficaz, en aquel momento de crisis. La fiebre ha sobrevenido. El letargo cerebral ha dominado. ¡Ah!, ¡si él bastara a restablecer el organismo! La reacción suele restablecer las funciones… Pero la debilidad, la atonía…
¡Oh! no, ella despierta, se incorpora, se sienta, su mirada no está turbada. Voy, amiga mía…29.
El bien intencionado médico expresa así la necesidad de un saber público sobre la intimidad que pueda corregir sus pasiones. Como en lo que piensa que hace Cervantes, Lastarria intenta valerse de la ficción para cuestionar el autoritarismo mediante un relato que no se pone en jaque, al punto que logra ser terminado pese a su fragmentación, buscando que no quede ningún secreto.
La ficción del diario expresa una concepción de la República que pide diarios sin ficciones, literaturas sin secretos. La posición de Lastarria es indicativa de las tensiones de un discurso liberal que se resiste a formas de compartir la lengua que no sean las del saber que busca construir el Estado. De forma no tan distinta a los conservadores, delimita de antemano qué y cómo puede ser dicho en un espacio público que puede ser menos abierto de lo que piensa.
Esta articulación entre liberalismo y conservadurismo, propia de una modernización que complementa la liberalización económica con el autoritarismo político, marca los límites del liberalismo en Chile, hasta el presente. Una y otra vez, los liberales han defendido la democracia en la medida en que no altere los supuestos fundamentos del orden social. Incluyendo, en este caso, una lengua que se quiere clara, y entonces reacia a toda eventual experimentación en la lengua que pudiera complicar su frágil orden del saber.
[1] Jacques DERRIDA. Papier machine, París, Galilée, 2001, p. 398.
[2] Un ejemplo paradigmático puede ser el análisis de Habermas, justamente porque cuando refiere al estatuto público de la literatura asume que ella puede dar lugar, a través de la crítica, a una experiencia de la argumentación colectiva que prefigura las formas políticas del debate público. Es como si la literatura quedase así sometida a un momento de la expresión individual que prepara al sujeto para la reflexión colectiva, sin poner en jaque sus formas. Cfr. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, trad. Antoni Domènech, Barcelona, Gustavo Gili, 1981, p. 78 y ss.
[3] Jacques DERRIDA, Passions, Galilée, París, 1993, p. 65.
[4] Maurice BLANCHOT, “L’Athenaeum”, L’Entretien infini, París, Gallimard, 1969, p. 525.
[5] Anthony CLOSE, The Romantic Approach to Don Quixote, Cambridge, Cambridge University Press, 1978.
[6] Sophie KLUGE, Honest entertainment, trascendental jest. Six essays on Don Quijote and novelistic theory, Kassel, Reichenberger, 2017.
[7] Friedrich SCHLEGEL, Historia de la literatura antigua y moderna. Tomo II, Madrid, Librería de Cuesta, 1843, p. 105. Algunos de los textos que recuerdan la importancia de Don Quijote en la Alemania romántica son los siguientes: Jean-Jacques BERTRAND, Cervantes et le Romantisme Allemand, Paris, Alcan, 1914, p. 86 y ss; Francisco CUEVAS CERVERA, El Cervantismo en el siglo XIX: Del Quijote de Ibarra (1780) al Quijote de Hartzenbusch (1863), Oviedo, Ediciones de la Universidad de Oviedo, 2015, p. 69 ; Francisco A. DE ICAZA, El “Quijote” durante tres siglos, Madrid, C. de las Reales Academias Españolas, de la Historia y de Bellas Artes, 1918, p. 75 y ss.; José MONTERO REGUERA, “Aproximación al Quijote decimonónico”, en Jean-Pierre Sánchez (coord.), Lectures d’un oeuvre. Don Quichotte de Cervantes, París, Éditions du temps, 2001, p. 126.
[8] Evidentemente, tomamos aquí la formulación de Leo Spitzer, cuya posible articulación con la cuestión de la autobiografía podría ser muy productiva, en “Perspectivismo lingüístico en Don Quijote”, in Lingüística e Historia Literaria, trad. José Pérez, Madrid, Gredos, 1955, p. 135-187.
[9] Miguel DE CERVANTES, Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2004, p. 266
[10] Michel MONER, “La vida no acabada de Ginés de Pasamonte”, Bulletin of Spanish Studies, LXXXI, 4-5, 2004, 526.
[11] Fernando RODRÍGUEZ MANSILLA, “Una reevaluación del personaje de Ginés de Pasamonte”, e-Spania [En ligne], 45 | juin 2023, mis en ligne le 27 juin 2023, consulté le 20 décembre 2024, URL: http://journals.openedition.org/e-spania/47626; DOI: https://doi.org/10.4000/e-spania.47626.
[12] Philippe RABATÉ, “Cervantes y la sombra de Guzmán: reflexiones sobre la poética de Ginés de Pasamonte (Quijote, I, 22)”, Criticón, 2007, 10, p. 44. No está de más señalar que la mayoría de las interpretaciones de este personaje se detienen en la distancia que Cervantes podría allí mostrar ante la tradición picaresca. Esa distancia podría ser también leída como una crítica del supuesto deseo de tal tradición de escribir una ficción autobiográfica, deseo que bien podría leerse de otro modo tras la crítica cervantina.
[13] Edward C. RILEY, “‘Sepa que yo soy Ginés de Pasamonte’”, in La rara invención. Estudios sobre Cervantes y su posteridad literaria, Barcelona, Crítica, 2001, p. 61, nota al pie 22.
[14] No es casual, por ello, que los lectores más atentos a estos juegos narrativos suelan ser quienes prolongan los juegos de la ficción abiertos por Cervantes. Véase, por ejemplo, Jorge Luis BORGES, “Magias parciales del Quijote”, Obras Completas. Tomo II, Buenos Aires, Emecé, 1991; Severo SARDUY, «Cervantes entre nosotros”, Revista Chilena de Literatura, 104, 2021.
[15] Véase Danielle PERROT-CORPET, Don Quichotte, figure du XXe siècle, París, Klincksieck, 2005.
[16] Las ideas presentadas sobre Lastarria forman parte del capítulo dedicado a su obra de la tesis doctoral Un siglo no tan serio. Políticas del humor literario en Chile (1799-1887), presentada en noviembre de 2022 en la Universidad Paris 8 Vincennes-Saint-Denis para optar al título de Doctor en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos.
[17] Elías PALTI, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007, p. 218 y ss.
[18] José Victorino LASTARRIA, Portales: Juicio histórico, Santiago, Pacífico, 1973, p. 23.
[19] José Victorino LASTARRIA, Elementos de derecho público constitucional. Arreglados y adaptados a la enseñanza de la juventud americana, Quito, Imprenta Americana, 1896, p. 68.
[20] José Victorino LASTARRIA, Diario político. 1849-1852, Santiago, Andrés Bello, 1968, p. 35.
[21] Un ejemplo reciente de esta caracterización puede hallarse en Benjamín Ugalde, “Estudio introductorio”, in José Victorino Lastarria: un pensador de la libertad, Santiago, Democracia y Libertad, 2023. Hace ya un largo tiempo, Bernardo Subercaseaux discutió esta categorización, indicando que Lastarria era más bien un liberal (Historia de las ideas y de la cultura en Chile. Tomo.I, Santiago, Universitaria, 2011, p. 103-109). La pregunta que debiera entonces realizarse es la de qué significa un discurso liberal desprovisto de la crítica que hace la literatura a la organización estatal de la literatura que subyace al trabajo crítico de Subercaseaux.
[22] José Victorino LASTARRIA, Recuerdos literarios, Santiago, LOM, 2001, p. 21-22.
[23] Raquel VILLALOBOS, El Quijote en Chile. Primera edición y estudios bibliográficos desde 1863 y 1947, Santiago, RIL, 2017, p. 148.
[24] Susana ZANETTI, La dorada garra. Lectoras y lectores de novela en América Latina, Rosario, Beatriz Viterbo, 2002, p. 129.
[25] José Victorino LASTARRIA, “Salvad las apariencias. Estudio de caracteres”, in Obra Narrativa, Santiago, Universidad Alberto Hurtado, 2014, p. 487.
[26] Juan CID, “Filantropía, democracia y locura. Diario de una loca de José Victorino Lastarria”, América sin Nombre, 16, 2011, p. 25; Eleonora CRÓQUER PEDRÓN, “Diario de una loca: hacia una representación otra de lo diferente”, Revista de Literatura Hispanoamericana, 30, 1995, p. 85; Andrea KOTTOW, “Patologías deconstructivas: cuerpos enfermos y razón moderna en la literatura chilena”, Voz y escritura, 20, 2012, p. 141; Beatriz GONZÁLEZ, “Del liberalismo romántico al idealismo solipsista ‘Diario de una loca’ (1875) de José Victorino Lastarria”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 23, 1986, p. 37.
[27] José Victorino LASTARRIA, “Diario de una loca”, en Obra Narrativa, p. 487.
[28] Margit FRENK, “Don Quijote ¿muere cuerdo?” in Cuatro ensayos sobre el Quijote, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1993.
[29] J. V. LASTARRIA, op.cit.
Resumen
A partir de la reflexión de Derrida sobre las relaciones entre democracia, literatura y secreto, y de un pasaje en Don Quijote acerca de la imposibilidad de escribir de forma completa la vida del sujeto, presentamos la propuesta de Lastarria de una literatura sin secretos. Ella tiene la tarea de representar la sociedad chilena del siglo XIX, la que puede mejorar gracias al conocimiento que le brinda esa literatura. En ese marco, Lastarria apela por una concepción pública y política del diario, que puede leerse en la reescritura de Cervantes que realiza en su texto “El diario de una loca”.
Résumé
Nous exposons les liens entre la démocratie, la littérature et le secret pensés par Derrida, ainsi qu’un passage de Don Quichotte, pour réfléchir sur l’écriture d’une vie. Ceci nous permet de penser la vision de la littérature tenue par Lastarria comme le projet d’une littérature sans secret. D’après lui, la littérature doit représenter la société chilienne du XIXe siècle, afin de faire avancer la société grâce à la connaissance fournie par cette littérature. Dans ce cadre, Lastarria soutient une conception politique et publique du journal, lisible dans son texte « El diario de una loca ».
Alejandro FIELBAUM
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