Los estudios biográficos y la reconstrucción de trayectorias son un campo de estudio que ha conocido un gran desarrollo en las últimas décadas. Ello ha venido de la mano del recurso a una panoplia de fuentes primarias cada vez más amplia, la cual ha permitido obtener datos gradualmente más diversos y reveladores sobre los itinerarios vitales de personajes de la Edad Moderna. Gracias a estas nuevas fuentes, las trayectorias que es posible reconstruir ya no corresponden únicamente a aquellas de las élites cortesanas o culturales, sino también a las de individuos y grupos menos conocidos, cuyo estudio permite extraer un análisis más completo de las épocas que vivieron.
Para el caso de los oficiales del siglo XVIII, una fuente asiduamente soslayada pero que ofrece abundantes posibilidades es la de las solicitudes, memoriales o peticiones. A través de esta correspondencia, los militares elevaban a sus superiores sus demandas económicas o profesionales, con objeto de proteger sus intereses y mejorar sus condiciones de servicio. Como norma general, gran parte de estas solicitudes hacía referencia al cobro de los sueldos y la obtención de ascensos, aunque en sus legajos se puede localizar información sobre muchos otros temas, los cuales a su vez requerían de otros documentos adjuntos para ilustrar cada contexto a sus jefes, como los de índole sanitaria.
Los certificados médicos de militares de la Edad Moderna son una tipología documental poco trabajada, lo que no es de extrañar si consideramos que no siempre es fácil de encontrar y que, con frecuencia, se halla dispersa por diferentes legajos, fondos o archivos. Estas certificaciones amplían y complementan la información que las solicitudes y memoriales ofrecen sobre la vida cotidiana y las condiciones de servicio de los oficiales del siglo XVIII y sus familias. Frente al retrato que dibujan los relatos idílicos sobre la vida militar en esta centuria, los certificados médicos contraponen una realidad en la que las enfermedades, las lesiones y los accidentes eran una manifestación habitual de los peligros del servicio militar. Hemos de tener presente que, pese a los avances sanitarios y hospitalarios, las enfermedades seguían siendo una de las principales causas de muerte entre los soldados y oficiales de la época1. Este contexto se agudizaba en el caso de la profesión de ingeniero. Estos técnicos acumulaban por entonces numerosas competencias militares y civiles y debían realizar frecuentes viajes, tanto en tiempo de guerra como de paz, lo que aumentaba la probabilidad de causar baja. Las dificultades para obtener un alojamiento digno en sus destinos y para cobrar las raciones que permitían sus desplazamientos y el abastecimiento de sus séquitos y caballerizas lastraban su capacidad de cumplir los objetivos de la corona, especialmente en destinos remotos con malas comunicaciones y economías frágiles. La tradicional imagen del soldado roto, estropeado, pobre, harapiento o mutilado al volver desde el frente en la Edad Moderna se tornaba ahora más cruda al hallarse oficiales en las mismas miserables condiciones sin ni siquiera abandonar la España peninsular2.
Las relaciones entre médicos y oficiales eran complejas, pues del dictamen de los primeros dependía que los segundos tuvieran mejores posibilidades de obtener una licencia, un traslado o la concesión de una baja, temporal o permanente, e incluso mejoras salariales. La profesionalidad de los galenos podía verse en entredicho cuando otros factores ajenos a la práctica de la medicina se veían involucrados. Es inevitable cuestionarse, al observar ciertos casos determinados, si no estamos ante ejemplos de absentismo laboral encubierto, en los que los ingenieros recurrían a los médicos y cirujanos mayores para proteger sus intereses. Los diagnósticos que se vertían en estos certificados aportan detallada información sobre la dura realidad cotidiana de estos oficiales e incluían recomendaciones de sueros, antídotos, dietas, y también de tomar los baños en un balneario, recurso asiduo en la época. De manera destacada, se observa que los ingenieros de origen francés recurrieron usualmente a la solicitud de licencias para permanecer unos meses en balnearios de Francia y así recuperarse de alguna dolencia o lesión.
Esta tipología documental abre una ventana a la medicina común del siglo XVIII, quedando reflejado el contexto de fatigas y accidentes laborales que sufrían muchos militares, el cual se manifestaba con frecuencia en reúmas, hernias y dolores artríticos, incluso en edad temprana. No obstante, advertimos de manera más habitual, gracias a esta documentación, el drama de aquellos oficiales que debían resignarse a continuar sirviendo en la vejez, al no haber apenas cauces para obtener un retiro digno.
A continuación vamos a profundizar en unos ejemplos concretos o estudios de caso que consideramos particularmente demostrativos para ilustrar las diferentes situaciones que es posible detectar en la documentación a lo largo de la centuria y que resultan enormemente clarificadores respecto a las circunstancias profesionales que los ingenieros experimentaron en el siglo XVIII.
En el invierno entre 1741 y 1742 el ejército español se involucró de nuevo en los asuntos italianos en el contexto de la Guerra de Sucesión austríaca, lo que motivó el envío desde Barcelona de dos convoyes con sendos ejércitos. Se dispuso que un cuantioso contingente de ingenieros fuera concentrado en la Ciudad Condal para unirse a la expedición, pero la compleja situación económica de los mismos y el hecho de que se encontraran dispersos por toda la geografía española complicó que muchos pudieran unirse a tiempo. Estas circunstancias generaron una ingente documentación en la que los oficiales detallaron los motivos de sus dificultades y reclamaron soluciones para poder integrarse en las fuerzas expedicionarias siempre y cuando se les costearan los gastos de los viajes y se les garantizara el sustento de las familias que quedarían atrás.
Uno de los que no pudo llegar a tiempo para enrolarse en la expedición fue el ingeniero de origen francés Joseph o José Guery. Su caso es un ejemplo de cómo los certificados médicos se usaban en ocasiones para evitar un traslado o justificar el hecho de no haber podido unirse a un ejército en campaña. En abril de 1742, Guery planteó a su superior, el ingeniero director de Cataluña Miguel Marín Truq, su mala salud como argumento para explicar su retraso, al tiempo que solicitaba participar en el siguiente destacamento. Para apoyar su postura, este oficial adjuntaba un certificado del cirujano de Barcelona Pablo Veguer en el que este afirmaba que Guery había sufrido unas fiebres tercianas:
Certifico y hago fe como he visitado al Sr. D. Joseph Guery, ingeniero de S.M., Que Dios Guarde, desde el mes de octubre de 1741 hasta el presente mes de unas tercianas perniciosas con graves y diferentes accidentes de las que llegó en próximo peligro de la vida3.
Las fiebres llamadas tercianas, síntoma de un tipo de malaria o paludismo relativamente benigno, aparecieron en sucesivas oleadas a lo largo de la centuria, manifestándose con una virulencia gradualmente mayor en la segunda mitad del XVIII y con especial énfasis en el período 1783-1786, lo que afectó grandemente al crecimiento demográfico español de la época4. La sobremortalidad se cebó con áreas como la costa mediterránea o el interior de Castilla y guardó estrecha relación con la economía y las cosechas5.
Las cuestiones sanitarias no iban desligadas de las dinerarias, por lo que el ingeniero de origen francés se apresuró a solicitar a Marín una asistencia económica para mejorar su situación y poder así finalmente integrarse en la expedición:
Respecto de hallarme restablecido de mi dilatada enfermedad que duró desde el mes de octubre del año pasado hasta ahora y a los últimos de mi vida como V.S. reconocerá por la certificación adjunta fue el motivo de no haber marchado con el ejército a donde S.M. me tiene destinado, y para que yo pueda ejecutar mi viaje al presente necesito un socorro competente para poder llegar hasta el citado ejército; porque además de la indisposición tan larga que padecí en esta capital añádase las marchas que tengo hechas de Extremadura al reino de Galicia y en este en un continuo movimiento con dos enfermedades…6.
Miguel Marín apoyó a su subordinado y elevó el asunto a José del Campillo, a la sazón ministro de Hacienda y Guerra, entre otras atribuciones, el cual se encontraba gestionando las disposiciones económicas de la expedición a Italia:
Paso a manos de V. E. la adjunta representación que me hace el ingeniero extraordinario D. Joseph Guery, con la certificación que le acompaña del cirujano que le ha curado de su grave enfermedad, por donde V.E. podrá venir en conocimiento de la imposibilidad en que se ha hallado de no haber podido marchar con los demás ingenieros en la expedición, como así mismo no poder ejecutarlo al presente, por causa de no hallarse con qué costear su viaje, constándome ser verdad lo que expone en dicha su representación7.
El asunto de su enfermedad es útil para saber más de la trayectoria de Guery, un oficial del que, por otro lado, se conserva poca información. Curiosamente, el propio Miguel Marín, también de origen galo, pues había nacido en Marsella, haría valer poco después tanto su experiencia previa en Francia como su buen estado de salud, en contraste con la situación de Guery, al ofrecer a Campillo unirse a una nueva brigada que reforzara al contingente que combatía en el frente alpino:
…Respecto de ser apto y de robusta salud para ello además de hallarme práctico del país y particularmente de los pasos de las fronteras de Francia con las de Saboya, Piamonte y condado de Niza, junto con la experiencia que tengo de haber servido 36 años de ingeniero, 12 en Francia y los demás en España…8.
Marín tuvo éxito y partió al ejército hispanofrancés que operaba en Saboya, donde elaboró cartografía de las fortificaciones fronterizas del Piamonte hasta su vuelta a Cataluña en 1743.
La documentación de Joseph Guery complementa la correspondencia de otros ingenieros que expresaron las penurias económicas que les impedían unirse a la expedición italiana, en este caso aportando detalles que nos hablan de problemas sanitarios que complicaban y eternizaban los traslados entre destinos. Estos certificados médicos mostraban evidencias de un frágil estado de salud y serían empleados por los ingenieros con frecuencia a lo largo de la centuria, junto a las circunstancias familiares, para rechazar nuevos destinos, especialmente en el caso de evitar ser enviados a América9.
El ingeniero ordinario de origen turinés Joseph o José Ponte acumulaba en 1756 varias décadas de servicio en el ejército español, habiendo destacado en las campañas italianas. Fue herido en el asedio de La Mirandola de 1735, durante la Guerra de Sucesión polaca, y posteriormente obtuvo permiso del duque de Montemar para volver a Turín a atender sus asuntos familiares. Ante la oportunidad de contraer matrimonio en su ciudad natal, Ponte obtuvo licencia de Felipe V para abandonar el ejército en 1739, si bien continuaría suministrando información desde la capital piamontesa10. Pocos años después, con motivo del estallido de la Guerra de Sucesión austríaca, el ingeniero volvió al servicio activo, esta vez enfrentándose a las fuerzas de su patria, pues el reino de Cerdeña gobernado por la casa de Saboya se había aliado con María Teresa de Austria en 1742. Consiguió escapar a través de territorio veneciano y se unió al contingente expedicionario español ese mismo año. Sirvió hasta 1748 en los frentes de Saboya y Provenza, antes de pasar a Andalucía, región a la que permanecería ligado en los años siguientes.
Tras trabajar en Málaga y la costa del reino de Granada, en 1756 lo encontramos en Córdoba. Según parece, desde hacía año y medio venía sufriendo una enfermedad relacionada con el escorbuto que había deteriorado su estado de salud, a pesar de ser todavía relativamente joven y tener una buena constitución. En febrero de ese año le fue ordenado trasladarse a El Puerto de Santa María, lo que Ponte trató de retrasar argumentando motivos sanitarios al secretario del Despacho de Guerra Sebastián de Eslava:
Suplico y espero de su cristiana caridad me prorrogue el plazo de quince días atendiendo a mis achaques, que justifico con la declaración adjunta de los facultativos que me curan, y que en vista del parecer de estos me exima V.ª Ex.ª del infalible riesgo de mi salud, conmutándome el destino del Puerto de Santa María en el de Sevilla, en donde hay otros catorce oficiales agregados. El motivo que tuve hasta ahora para mantenerme con beneplácito del comandante general fue la grave enfermedad de mi parienta, y mis indisposiciones…11.
Acompañando su misiva al ministro, el ingeniero adjuntaba un certificado médico en el que se le diagnosticaban unas obstrucciones tartáreas, motivo que consideraba suficiente para evitar su viaje al Puerto de Santa María y así permanecer en Córdoba o, en el peor de los casos, en la más cercana Sevilla. El certificado que conservamos, firmado por el médico de la ciudad de Córdoba Diego de Góngora y Berlanga, que aparece como “primer calificador de enfermedades contagiosas”12 y el cirujano mayor del hospital de dicha ciudad, Francisco Ramírez, afirmaba que Ponte:
Ha caído en una disposición y aparato de obstrucciones tartáreas, de las cuales ha resultado una afección escorbútica, manifestada por unos dolores artríticos, y unos rubores y acumulamientos en las encías, a que se han seguido algunas vesículas, tan dificultosas a su curación que han perseverado por espacio de año y medio, no obstante haberse aplicado a ellas, los remedios específicos que pide esta enfermedad, la que capitulamos y pronosticamos ser muy dificultosa de reducir y extirpar enteramente, antes sí, muy próxima para que tomando aumento, se haga incurable, contagiosa y mortal, produciendo un marasmo universal, y que para su curación necesita un modo de vida muy exacto, excusando toda comida picante, salada o agria, alimentándose de buena sustancia y fácil digestión, bebiendo aguas purísimas, respirando aires semejantes, y evitando aires salados marítimos13.
El mal de Ponte parecía haberse visto agravado por las mencionadas “vesículas”, que podrían ser producto de una afección cutánea en la boca de difícil curación. El diagnóstico de Diego de Góngora y Francisco Ramírez era bastante detallado, pero ¿estaba realmente Ponte tan enfermo como afirmaba? Es difícil saberlo con seguridad, si bien resultaba muy oportuno que los médicos recomendaran directamente que evitara vivir junto al mar, en un momento en que había sido destinado a un lugar costero como El Puerto de Santa María. Quizá no hubiera únicamente razones egoístas u objetivamente sanitarias, sino también la sincera preocupación de poder cuidar a su esposa, cuyo estado no es descrito en más detalle en la documentación. Ponte no tuvo éxito en su pretensión y se le reiteró que debía realizar el viaje a su nuevo destino, a riesgo de que se le retirara su despacho como ingeniero si no lo hacía14. No sabemos si ello obedeció a la insensibilidad de sus superiores o a sospechas de que en realidad su estado no era tan grave o al menos no justificaba frenar el traslado, considerando las necesidades militares y los reemplazos disponibles en esa dirección de ingenieros.
A la altura de 1763, el teniente coronel e ingeniero en segundo Sebastián Rodolphe, destinado en Galicia y veterano de las guerras de Italia, reunía ya 42 años de carrera como oficial en el ejército15. Sin embargo, la precariedad económica impedía poder retirarse dignamente a militares como este, que se encontraban en la tesitura de tener que continuar el real servicio hasta que literalmente les era imposible debido a la vejez y los problemas físicos.
El ingeniero solicitó entonces que se le concediera la jubilación adjuntando una serie de certificados que ponían de manifiesto su durísimo estado de salud. Su súplica definía así la situación de Rodolphe:
Hallándose sumamente deteriorado en la salud por haber padecido perlesía, flujo de sangre por la orina, roto del ombligo, un tumor frío en el muslo izquierdo, y avanzado de edad, como se verifica en las adjuntas certificaciones de cirujanos que incluye16.
El asunto se dilató hasta 1764, cuando Rodolphe ya se hallaba en Zaragoza. Alejarse de la costa palió sus males, pero su edad y sus dolencias acumuladas hacían imposible que pudiera continuar su servicio de igual modo que en décadas anteriores. Como se indicaba, el oficial acompañó su solicitud con dos certificados médicos. Desde La Coruña, Felipe de Miranda y Goicoechea, médico y cirujano mayor del primer batallón del regimiento de infantería de Cantabria, afirmaba en el primero que Rodolphe había sufrido en 1762 un accidente de perlesía (debilidad muscular, temblores y disminución del movimiento de partes del cuerpo), el cual le produjo perturbación de lengua y privación de sentimiento en el brazo derecho. Miranda consideraba:
Ser la causa las muchas humedades que ha recibido en los diez años que ha concurrido a hacer los cimientos y muralla de esta plaza en la orilla de la mar, contribuyendo no poco para la nueva recaída los aires salinos, por lo que soy de sentir que absolutamente debe apartarse de todo puerto de mar y solo le serán saludables todos aquellos que por su temperatura, proporcionada sean más separados de la mayor impregnación de partículas nitrosas17.
En el segundo, el licenciado Jorge Ortiz, cirujano colegial del Hospital Real de Zaragoza, manifestaba que Rodolphe:
Actualmente se haya padeciendo un tumor preter natural en la parte superior del muslo, en la pierna izquierda, y una hernia umbilical, producida de rupción interna del ombligo, por la que salen porción de intestinos, que le afligen mucho: y así mismo padece fuertes flujos de sangre por la vía de la orina: los que le postran de modo, que le traen a sumo riesgo de perder la vida, por lo que se le hace preciso tratarse como enfermo habitual. Y para la conservación de su vida, se deberá evitar de todo movimiento violento: no andar en coche, ni a caballo, ni emplearse en ejercicio alguno violento, que le pueda inducir en la sangre disposiciones para que le repita dicho flujo de sangre. Porque de repetirle en su adelantada edad, será punto menos que imposible su curación18.
En ambos quedaba patente que Rodolphe no podía continuar sirviendo como oficial. La solicitud tuvo éxito y el rey le concedió el retiro en Zaragoza, como el ingeniero deseaba, y conservando su grado, aunque con la mitad del sueldo que había gozado hasta entonces19. El caso de Rodolphe muestra el gran interés documental que concitan los legajos de solicitudes y memoriales, pues dentro de un asunto relacionado con la salud y la vejez pueden consultarse relaciones de servicios y certificaciones que resumen toda la trayectoria del oficial.
Gaspar Bernardo de Lara fue otro ingeniero de dilatada y compleja trayectoria, la cual podría por sí misma ser objeto de un estudio pormenorizado más extenso. Su carrera no estuvo exenta de los problemas que aquejaron a otros ingenieros, pero también sufrió otras dificultades particulares que hacen su caso todavía más interesante. Lara experimentó frecuentes viajes y duras condiciones de servicio, e incluso fue objeto de un proceso en el que se le acusó de corrupción y desvío de fondos en las obras del puerto de Santander20. Ello le impidió conseguir mayores ascensos y en 1778 era aún teniente coronel e ingeniero en segundo.
Ese año, ya al final de su carrera y con avanzada edad, solicitó su retiro debido a su estado de salud. Pidió que a tal efecto se le considerara coronel retirado, es decir, un ascenso final que compensara los agravios anteriores. Para ello adjuntaba certificados médicos elaborados en sus dos últimos destinos: uno de Joaquín Jaquotot, maestro en artes y doctor en medicina de la ciudad de Palma en el reino de Mallorca, y otro de Narciso Peyri, doctor en medicina y catedrático de la universidad de Valencia, los cuales dictaminaban que Lara sufría una grave o inveterada hipocondría con frecuentes esputos de sangre del pulmón. Jaquotot vertió así su diagnóstico sobre el estado de salud del ingeniero:
Certifico que Don Gaspar Bernardo de Lara, teniente coronel del Cuerpo de Ingenieros, por resulta de la grave hipocondría que le ha vejado largos tiempos y que he presenciado desde su arribo a esta isla, en el conjunto de dos distintas ocasiones en las que se manifestó esputo de sangre del pulmón, se halla en el día desvirtuado por la atonía universal muscular en que queda, y a mi parecer le inhabilita para la carrera de ingeniero, haciéndosele preciso para conservar la vida abstenerse de toda fatiga, y continuar los proporcionados remedios de que ha usado en las oportunas estaciones del año21.
Por su parte, Peyri ofrecía este dictamen en su certificado, coincidiendo con la opinión de Jaquotot referente a la imperiosa necesidad de que Lara redujera al mínimo su actividad laboral y sus esfuerzos físicos:
Por lo que tengo observado en el tiempo que asisto a Don Gaspar Bernardo de Lara, teniente coronel del Cuerpo de Ingenieros, hallo que en la presente situación está verdaderamente indispuesto para ningún cargo de fatiga perteneciente a su ejercicio, antes sí debe cesar de todo trabajo y procurar con la quietud de espíritu y cuerpo el recobro de la debilidad y quebranto que le ocasiona su hipocondría inveterada, y lo que es más prevenirse de los riesgos que le amenazan por sus repetidos esputos de sangre22.
La “hipocondría” que encontramos mencionada en estos certificados no es la que en nuestros días entendemos por trastorno de ansiedad por enfermedad, la preocupación excesiva respecto a padecer alguna enfermedad grave o la creencia de estar padeciéndola. Por el contrario, se trata del concepto de la arcaica escuela médica humoral según el cual el hipocondrio, la parte superior del abdomen, acumulaba bilis negra y vapores, generando sufrimiento patológico o mórbido23.
Independientemente de que este mal en concreto fuera real o imaginado, las fuentes coincidieron en señalar el lamentable estado físico de Gaspar de Lara. El comandante general de ingenieros, Silvestre Abarca, su superior, apoyó su pretensión ante el conde de Ricla, por entonces secretario del Despacho de Guerra, dando fe de la mala salud de Lara:
Me consta son ciertos los achaques que padece, los cuales le impiden poder continuar el servicio, y fatiga del cuerpo, en cuya atención y al mérito y buenos servicios que en el tiempo de 34 años que ha que sirve ha contraído, le considero acreedor a que la piedad del Rey le conceda su retiro en los términos que lo pide24.
A diferencia de Rodolphe, en este caso los superiores del ingeniero no dieron su brazo a torcer y no concedieron a Lara su retiro, de manera que debió seguir desempeñando su servicio como ingeniero militar en los años siguientes, trabajando en los proyectos y fortificaciones de plazas del reino de Valencia como Alicante o la isla de Tabarca.
El de Leandro Bachelú o Bachelieu es un caso especial. Este ingeniero de origen francés es uno de los que con más frecuencia usó los certificados médicos para proteger sus intereses. Tras consultar su documentación conservada, es difícil no preguntarse si, o bien fue una persona muy desgraciada, con un frágil estado de salud inconveniente para las duras exigencias del oficio de ingeniero en el siglo XVIII, o bien hizo alarde de una habitual insolencia que le llevó a abusar del recurso a los certificados médicos para apoyar sus pretensiones en distintos momentos de su carrera.
La trayectoria de Bachelú está relacionada con una constante para muchos de sus compañeros en el Siglo de las Luces, el trabajo en la red viaria o la obligación de desplazarse permanentemente a través de ella, debido a su labor en destinos rurales o remotos y a sus frecuentes viajes. Era una red de caminos que a mediados del XVIII se encontraba en construcción, por lo que los traslados todavía podían dilatarse mucho tiempo, especialmente si el oficial en particular no tenía demasiado interés en llegar a su nuevo destino.
En 1747 lo encontramos en Madrid solicitando partir en licencia hacia Zamora con objeto de curarse en los baños de Ledesma, en la actual provincia española de Salamanca, debido a unos achaques en las piernas causados por su participación en la campaña de Italia durante la Guerra de Sucesión Austríaca, de los que “no han alcanzado las medicinas a librarle”25. El médico de Madrid Simón Pedro María de Trenta afirmaba que Bachelieu:
Padece de unos tumores en la pierna izquierda, de que resultándole dolor, le impiden su libre uso, con el riesgo de inflamársele siempre, que no se abstenga en cuanto pueda del usual ejercicio, hasta lograr su total restablecimiento. Y no obstante haber conseguido mucho alivio mediante los medicamentos, que se le han suministrado, dirigidos a dulcificar la acrimonia de la sangre, y atajar los humores, que fluyen a la parte lastimada, manteniéndose todavía dichos tumores, hallo por conveniente use en repetidas temporadas de las aguas minerales, y baños de Ledesma hasta que se logre el fin, mayormente, con la experiencia favorable hecha de los baños de Lucca26.
Años después, tras pasar brevemente por Valencia, Bachelú vivió una situación más inverosímil. Entre 1763 y 1765, el ingeniero necesitó casi dos años para realizar el viaje entre Extremadura, donde se encontraba, a su nuevo destino de Galicia. El oficial de origen francés recurrió repetidas veces a las justificaciones médicas para explicar sus retrasos. Todavía en Badajoz, el médico Andrés Guerrero indicó que el ingeniero era víctima de una “gota” o “fluxión” en la mano y el pie izquierdos, que podría haber desembocado en gangrena de no haberle tratado, lo que acreditaba la necesidad de retrasarse en su incorporación al nuevo destino. Guerrero era taxativo y sentenciaba que Bachelú podría perder la vida de reanudar su marcha27. El ingeniero adjuntaba además un certificado del escribano Juan Alauego Cansado, que daba fe de haberlo encontrado:
Acostado en cama, con la mano izquierda toda hinchada, y muy encarnada, también el pie izquierdo hinchado y amoratado hasta la uña del dedo pulgar de dicho pie, el que estaba acabado de sangrar, en cuyas causas se hallaba el doctor de medicina Andrés Guerrero28.
El escribano coincidía, por tanto, con lo planteado por el médico extremeño. En los meses siguientes Bachelú sufrió una sucesión de accidentes y ataques de gota, incapacitándole para arribar a Astorga hasta el verano de 1764. El hecho de que permaneciera allí hasta mayo de 1765 provocó los recelos de sus superiores, que lo instaron de manera reiterada a incorporarse a su destino cuanto antes y ordenaron no pagarle su sueldo hasta que lo hiciera29. A pesar de las sospechas de un probable absentismo laboral, Bachelú siguió atestiguando sufrir síntomas como temblores, vómitos e imposibilidad de comer de manera normal, lo que le había dejado en un estado de extrema debilidad30. La descripción que hacía el oficial de su propia situación no tenía por qué ser fruto de la exageración. Los soldados de esta época que subsistían únicamente gracias a su sueldo se encontraban a menudo en una posición vulnerable, incapaces de procurarse una alimentación suficiente, lo que repercutía en su salud31. La práctica de que los ingenieros adelantaran el dinero para cubrir los gastos de los desplazamientos y que les fuera abonado posteriormente y en muchas ocasiones de manera parcial agravó este tipo de situaciones32.
En su correspondencia, el ingeniero de origen francés propuso repetidas veces otros destinos que sin duda prefería a su nombramiento en Galicia. Por ejemplo, sugirió ser comisionado en Cartagena, Murcia, para poder tomar los cercanos baños de Archena, localidad que continúa teniendo un balneario en la actualidad, y así mejorar su estado de salud. Bachelú nunca asumió culpa alguna por su actitud en este período, defendió la realidad de su frágil estado físico y reclamó los sueldos impagados hasta el final de su carrera. Poco después de este episodio tuvo por fin éxito en sus anteriores pretensiones y fue destinado al reino de Valencia, concretamente a Alicante, puesto que sin duda prefería por lo que podemos extraer de sus solicitudes previas. Allí continuó trabajando hasta al menos 1772, cuando el ingeniero general Juan Martín Zermeño expuso las dificultades de Bachelú para seguir trabajando y reclamó que se le permitiera su retiro en recompensa a casi medio siglo de servicio en el ejército.
Los certificados médicos insertos en los legajos de solicitudes y memoriales de ingenieros muestran una valiosa información médica que recoge dolencias habituales en oficiales de dilatada carrera que, con frecuencia, sufrían las consecuencias de accidentes laborales, frecuentes viajes por entornos inhóspitos con comunicaciones deficientes, así como del servicio en campaña, siempre particularmente arriesgado y estresante en una era marcada por la guerra de asedio33. Los casos seleccionados, en momentos distintos y lugares diversos, reflejan elementos que se repiten, como el recurso al dictamen de los médicos y cirujanos para justificar un periodo de baja o la propuesta de acudir a tomar los baños a alguno de los balnearios en funcionamiento en la época.
La nomenclatura de las enfermedades que sufrieron y la vigencia de los diagnósticos, en el marco de una ciencia médica todavía muy elemental en comparación con los avances posteriores, no nos interesa tanto como la posibilidad de diagnosticar, a través de estas fuentes, un contexto de dificultades en el desempeño de la profesión de ingeniero militar que se vio constantemente agravado por la necesidad de estos oficiales de seguir trabajando durante décadas, incluso en la vejez, para poder mantener a sus familias y preservar unas condiciones de vida dignas, ante la falta de vías para obtener una jubilación honorable en fecha más temprana.
El indudable valor histórico de los certificados médicos como fuente no debe hacernos obviar que los mismos eran encargados por los propios militares, interesados en conseguir un rédito gracias a los mismos en la forma de la anulación de una orden o la obtención de una licencia, traslado o retiro, por lo que es normal que podamos encontrar exageraciones o distorsiones que encajen mejor en la situación que el solicitante quería describir para conseguir que se aprobara su solicitud. Es por ello que sería propicio combinar este estudio con otras investigaciones sobre este tipo de médicos del siglo XVIII, con la meta de averiguar hasta qué punto estamos ante profesionales rigurosos o si cabe plantearse que pudieran prestarse a colaborar con los ingenieros u otros oficiales de manera interesada. Una cuestión que podríamos imbricar en el marco más amplio del debate en torno a la mala praxis o la charlatanería de la profesión médica, el cual se desarrollaría de manera más amplia en las décadas centrales del siglo XIX34.
[1] Cristina BORREGUERO, “La vida de los soldados en el siglo de las Luces”, in Manuel Reyes GARCÍA HURTADO (ed.), Soldados de la Ilustración. El ejército español en el siglo XVIII, La Coruña, Universidade da Coruña, 2012, p. 13-35, p. 31.
[2] Miguel MARTÍNEZ, Las líneas del frente. La escritura de los soldados en la Edad Moderna, Madrid, Akal, 2024, p. 28.
[3] Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Guerra (SGU), Legajo 3052, Barcelona, 13 de abril de 1742, “Pablo Veguer. Cirujano de la presente ciudad de Barcelona”.
[4] Kevin Albert POMETTI BENÍTEZ, “Las tercianas en Menorca en el contexto de la Oscilación Maldá: las fiebres de 1782”, Dynamis, 43 (2), 2023, p. 487-503, p. 490.
[5] Mariano GARCÍA RUIPÉREZ y Ramón SÁNCHEZ GONZÁLEZ, “La epidemia de tercianas de 1786 en la antigua provincia de Toledo”, Asclepio, 43 (1), 1991, p. 267-299, p. 272.
[6] AGS, SGU, leg. 3052, Barcelona, 13 de abril de 1742, Joseph Guery a Miguel Marín.
[7] AGS, SGU, leg. 3052, Barcelona, 14 de abril de 1742, Miguel Marín a José del Campillo.
[8] AGS, SGU, leg 3052, Barcelona, 21 de abril de 1742, Miguel Marín a José del Campillo.
[9] Martine GALLAND SEGUELA, Les ingénieurs militaires espagnols de 1710 à 1803. Étude prosopographique et sociale d’un corps d’élite, Madrid, Casa de Velázquez, 2008, p. 211.
[10] AGS, SGU, leg. 3086, “El ingeniero ordinario D. Joseph Ponte”.
[11] AGS, SGU, leg. 3086, Córdoba, 19 de febrero de 1756, José Ponte a Sebastián de Eslava, “Pide se le prorrogue el tiempo de quedar allí”.
[12] AGS, SGU, leg. 3086, “Digo yo Don Pedro de Góngora y Berlanga médico decano de esta ciudad de Córdoba, primero del Santo Tribunal de la Inquisición de ella, y primer calificador de enfermedades contagiosas”.
[13] AGS, SGU, leg. 3086, Córdoba, 19 de febrero de 1756, Pedro de Góngora y Berlanga y Francisco Ramírez.
[14] AGS, SGU, leg. 3086, “A Don Joseph del Ponte, 23 de febrero de 1756”.
[15] AGS, SGU, leg. 3091, “Relación de los méritos y servicios del teniente coronel e ingeniero en segundo Don Sebastián de Rodolphe: fechas de sus Reales Despachos, y el tiempo que ha servido en cada empleo, y sus correspondientes grados”.
[16] AGS, SGU, leg. 3091, “Don Sebastián Rodolphe, coronel e ingeniero en jefe de los Reales Ejércitos de V.M”.
[17] AGS, SGU, leg. 3091, La Coruña, 28 de enero de 1764, “Felipe de Miranda y Goicoechea, médico y cirujano mayor del primer batallón del regimiento de infantería de Cantabria del que es coronel Don Melchor de Matha y Perea”.
[18] AGS, SGU, leg. 3091, Zaragoza, 6 de abril de 1763, “Jorge Ortiz cirujano colegial en el de San Cosme y San Damián, y del Santo Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia, de la Presente Ciudad de Zaragoza”.
[19] AGS, SGU, leg. 3091, 18 de octubre de 1763, “Al coronel e ingeniero Don Sebastián Rodolphe ha venido el rey en concederle la jubilación que ha solicitado”.
[20] AGS, SGU, leg. 3074, Palma, 16 de julio de 1775, Gaspar Bernardo de Lara a Pedro Lucuce, Silvestre Abarca y Francisco Sabatini.
[21] AGS, SGU, leg. 3074, Palma de Mallorca, 27 de abril de 1778, Joaquín Jaquotot.
[22] AGS, SGU, leg. 3074, Valencia, 2 de octubre de 1778, Narciso Peyri.
[23] Véase: https://dle.rae.es/hipocondría.
[24] AGS, SGU, leg. 3074, Madrid, 2 de diciembre de 1778, Silvestre Abarca a Ambrosio de Funes Villalpando, conde de Ricla.
[25] AGS, SGU, leg. 3053, “El coronel Don Leandro de Bachelieu”.
[26] AGS, SGU, leg. 3053, Madrid, 8 de julio de 1747, Simón Pedro María de Trenta.
[27] AGS, SGU, leg. 3087, Badajoz, 13 de abril de 1764, “D. Andrés Guerrero, médico en esta ciudad de Badajoz aprobado por el Real Protomedicato de su Majestad”.
[28] AGS, SGU, leg. 3087, Certificado de Juan Alauego Cansado.
[29] AGS, SGU, leg. 3087, Orden a Francisco Javier Solanot, intendente de León.
[30] AGS, SGU, leg. 3087, Astorga, 2 de marzo de 1765, Leandro Bachelú a Pedro Padilla.
[31] Ilya BERKOVICH, Motivation in War. The Experience of Common Soldiers in Old-Regime Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2017, p. 159.
[32] Horacio CAPEL, Joan Eugeni SÁNCHEZ y Omar MONCADA, De Palas a Minerva. La formación científica y la estructura institucional de los ingenieros militares en el siglo XVIII, Barcelona/Madrid, Serbal/CSIC, 1988, p. 301.
[33] Duccio BALESTRACCI, Stato d’Assedio. Assedianti e assediati dal Medioevo all’età moderna, Bologna, Il Mulino, 2021, p. 140.
[34] Víctor M. NÚÑEZ GARCÍA y Darina MARTYKÁNOVÁ, “Charlatanes versus médicos honorables: el discurso profesional sobre la virtud y la buena praxis en España (1820-1860)”, Dynamis, 41 (2), 2021, p. 391-414, p. 392.
Resumen
Las solicitudes de ingenieros militares son una fuente primaria muy útil para reconstruir sus trayectorias en el siglo XVIII. En sus legajos es posible encontrar una documentación muy valiosa: los certificados médicos. Estos eran requeridos para obtener traslados, licencias e incluso el retiro del servicio. Los certificados son una muestra óptima para analizar las relaciones entre médicos e ingenieros y las circunstancias profesionales de estos últimos, y reflejan algunas de las dolencias de la época, pero su carácter interesado provoca que debamos cuestionar su veracidad.
Résumé
Les requêtes des ingénieurs militaires constituent une source primaire très utile pour recomposer leurs trajectoires au XVIIIe siècle. Dans leurs dossiers, il est possible de trouver des documents très précieux : les certificats médicaux. Ceux-ci étaient nécessaires pour obtenir des mutations, des permis et même la retraite du service. Les certificats constituent un échantillon optimal pour analyser les relations entre médecins et ingénieurs et la situation professionnelle de ces derniers, et ils reflètent certaines des maladies de l'époque, mais leur caractère intéressé fait qu'il faut s’interroger sur leur véracité.
Víctor GARCÍA GONZÁLEZ
Université de Málaga, Espagne
BALESTRACCI, Duccio, Stato d’Assedio. Assedianti e assediati dal Medioevo all’età moderna, Bologna, Il Mulino, 2021.
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